Un articulo de: @Laiguanablog
Así, despacio, sin llegar a practicar un fútbol deslumbrante, siguen adelante. Pasan de ronda. Adelantan a sus rivales. Sin necesidad de ir con un pie de rey a medir el largo de las briznas de césped, sin una queja por jugar en un estadio pequeño, sin tener que dilucidar cuál era la humedad relativa del aire, ni la dirección del viento. Sin echar la culpa al empedrado, como decía Don Alfredo. Pero siendo profesionales, respetuosos y humildes. Pues desde la humildad real, y no impostada, uno va a un estadio de un equipo de segunda división B y se pone a trabajar la victoria. Aún cuando al mirar al graderío ve la carretera de detrás. Son profesionales y la profesionalidad radica en otorgar la misma importancia a uno u otro rival.
Sin intentar descifrar su fracaso desde una decisión puntual que, en noventa minutos, se me antoja peregrina. Pues, precisamente, tienes otros ochenta y nueve minutos para revertir la situación, si se diera. Sin mostrar suficiencia y pedantería ante el club de una supuesta menor entidad. Sin tener que lanzar consignas vacías y huecas en los medios para convencer a los suyos de por qué son de los suyos. Sin hacer del fracaso virtud. Sin hacer de la mediocridad bandera. Sin falsear una historia para justificar sus derrotas. Sin morar en la oscura displicencia de los fracasados. Sin hacer aspavientos para que la grada ponga lo que el jugador no está dispuesto a dar. Sin creerse mejor que los demás y después tener que tentarse las vestiduras. Sin dejar de luchar hasta el minuto noventa y tres o el que sea. Apretando los dientes. Así se gana.
Soy consciente de que estoy escribiendo este artículo en las postrimerías de un encuentro que se disputa a tan solo unas horas. Puede ocurrir, no olvidemos que esto es un juego y trata de que la antojadiza pelota entre en la menguante portería, que mi equipo sea derrotado hoy. Mientras luche y se entregue demostrando respeto al rival, humildad y profesionalidad, entra dentro de lo posible. Me enfadaré, por supuesto, mentaré a la bicha y a su madre, por descontado, pero pronto comprenderé que se trata de un juego y puede darse bien o mal. Pero lo que no podría permitir a mi equipo es mostrar esa indiferente e irrespetuosa superioridad que se ha llevado a otros clubes supuestamente grandes por delante. Si juegas puedes llevarte un revolcón, por supuesto. Pero el lema es lo que tú no puedas ganar que no lo eches a perder. Menos aún si es por falta de actitud, por creerse mejor que los demás.
Imagen: eurosport.es
Mejor de los demás significa afear el largo del césped, la humedad de la tierra que lo aloja, denostar la velocidad del viento y clamar por la humedad relativa del aire. Increpar al árbitro en un rondo que me niego a pensar que no sea entrenado. Aunque luego se haga el papel de víctima ante unos medios que, ilusos e idiotas, se creen el mensaje que lanzan. Llegando a decir el absurdo mantra de que un deportista es bueno si es humilde. Lo malo de un punto fuerte no es que no se dé, es que sea falso. Si una virtud se tiene, se tiene y punto, pero si se imposta, es falaz y tendenciosa. Cuando alguien viene con el mantra aprendido de que un deportista de élite, para ser bueno, ha de ser humilde, bonachón y rozar el autismo, les pongo el ejemplo de Mohammed Ali. Que de silente tenía más bien poco. Era, más bien, un profesional que luchó contra viento y marea, compitiendo contra todos y contra él mismo y la enfermedad que lo acompañó hasta el final.
Los buenos deportistas no son los falsos humildes que rozan la idiotez, los buenos deportistas, como casi todo en la vida, son los profesionales, luchadores, respetuosos y orgullosos. El jugador más grande de todos los tiempos, el que creó el fútbol moderno, fue Don Alfredo Di Stéfano y de todas sus frases se pueden sacar enseñanzas. Cuando ensalzaban su juego por encima del de sus compañeros, como ahora se hace, decía que ningún jugador es mejor que todo el equipo. Así es. Esa es la grandeza del Madrid. La solidaridad, la unión y, en definitiva, el equipo.
El otro día, en el partido de liga contra el Valladolid, fuimos testigos del gesto que define todo lo que estoy contando. Si bien, en otros estadios vimos los gestos que definen a otros que no son el Real Madrid, en el José Zorrilla vimos una imagen que define a la perfección nuestro equipo. Cuando Nacho Fernández, nuestro canterano, marcó el gol de la victoria, salió corriendo hasta la banda y, sin dudarlo, abrazó a un entrenador que no le ha dado minutos en el presente curso. Demostrando que la fortaleza de Zinedine Zidane y, en consecuencia, de este Real Madrid que ha construido, es la unión de su vestuario. Es creer en el mensaje del entrenador. Todos creen en él. Todos reman en la misma dirección y, tratándose del Real Madrid, esa dirección solo puede ser el cruce entre el Paseo del Prado y la castiza Calle de Alcalá.