Una crónica de: @MiedoEscenico2
Tras el bajonazo de perder la Supercopa de Geri y Rubi frente al Barcelona y, especialmente, cómo se perdió, llegaba el madridismo doliente al siguiente puerto de montaña de esta (puñetera) cuesta de enero. La visita para disputar los octavos de final de la Copa del Rey no traía mejores recuerdos, porque fue en La Cerámica donde el cuadro blanco perdió su último partido en la Liga, justo antes de viajar a Arabia.
Ancelotti decidió dejar a Modric descansando en Madrid y a Carvajal, Lucas Vázquez, Alaba y Tchouameni recuperándose de sus respectivas lesiones, con lo que el once era entre esperable y previsible: Courtois, con los guantes; Nacho, Militao, Rudiger y Mendy en defensa, Kroos, Camavinga y Valverde en el centro del campo, y Rodrygo, Benzema y Vinicius en el frente de ataque. Luego, estaba esa paradoja del madridismo de redes sociales, que esperaba que jugara de titular Vinicius Tobías, aunque sospechamos que el 99% de ellos haya sido incapaz de ver dos partidos seguidos a Vinicius Tobías con el Castilla. Cosas del ansia de ver caras nuevas, ya saben. Y de otras cosas, pero ahí no entraremos.
El comienzo del partido no pudo ser más desastroso para el equipo blanco. A los 4 minutos, ya iba perdiendo 1-0, tras una jugada extraña en la que nadie de la zona izquierda de la defensa supo si hacer o no hacer, y acabó resultando en que Capoué, escorado, cruzó con dureza un derechazo a las redes de Courtois. En el lado madridista, solamente dos jugadas de Rodrygo, que puso el balón atrás pero nadie llegó a rematarlo y, posteriormente, otro pase de Mendy que, esta vez sí, remató Valverde, pero a las nubes.
Imagen: realmadrid.com
Si hay que describir la primera parte del Madrid de alguna manera, probablemente, sería diciendo que parecía un viejo trasto escacharrado: al óxido de algunos de sus miembros, se añadía un rendimiento disfuncional de casi todos los demás. Solamente les digo que, al final de la primera parte, la crónica iba a titularse “Courtois y Nacho contra todos”, porque allí eran los únicos que intentaban agarrarse a una tabla y sacar la cabeza, en medio de un horrible naufragio madridista. Militao y, especialmente, Rudiger, tuvieron un primer tiempo en que no estaba muy claro si eran los centrales del Madrid o los hermanos Tonetti. Mendy es Mendy, y es el que es, con balón y sin balón. Estuvo bien sin balón, más o menos.
Kroos daba la sensación de que no terminaba de encontrar su sitio; bajaba a empezar el juego, pero no aparecían compinches, y acababa casi hundido entre Rudiger y Mendy, lento y no tan imperial como otras veces. Valverde seguía en ese estado melancólico, inestable, que tan pronto regalaba una carrera que desaparecía diez minutos. Camavinga, siempre entusiasta, recuperaba y perdía balones sin solución de continuidad, y además, veía una amarilla (otra vez antes del descanso) por un agarrón bastante infantil. Arriba, Rodrygo presionaba, corría y se desfondaba, pero no servía para casi nada. Benzema tenía una de sus peores noches en los últimos años, fallando pases fáciles y perdiendo balones como si fueran de otro. Vinicius seguía en su línea de “no deja de intentarlo”, pero hemos de decir que se retrajo un poco, en parte porque él mismo debe haberse dado cuenta del problema que supone, y en parte porque Foyth volvió a echarle el guante en la mayoría de las situaciones en que se encontraban.
Solamente Nacho parecía estar decidido a que aquello no fuera la Masacre del Día de San Valentín, pero no era suficiente. A lo largo de todo el partido, rectificó errores de sus compañeros, hizo tres o cuatro coberturas salvadoras, y mantuvo un duelo intenso con Yeremi Pino, que parecía que había salido al campo después de beberse diecisiete latas de la bebida esa que da alas. La ocasión más clara del Madrid llegó en el minuto 36, tras una buena entrada hasta la línea de fondo de Mendy, tras un gran pase de Vinicius, pero el balón que el francés puso atrás fue rematado por Rodrygo con cierta ingenuidad, y rechazado bajo palos por Pau Torres. Unos minutos después, otra llegada del Villarreal, con Nacho impidiendo maniobrar a Yeremi Pino, acabó con el extremo poniendo el balón atrás para la llegada de Baena, y Militao salvando al equipo blanco de recibir el segundo.
Imagen: realmadrid.com
Sin embargo, a falta de 3 minutos para el descanso, Gerard Moreno alcanzó el balón en la frontal del área madridista, presionado por Mendy, Camavinga y Militao, y puso un pase letal para la entrada de Chukweze por el medio, que fusiló a Courtois a placer. El 2-0 era el justo premio a una buena primera parte del Villarreal y un Madrid sin identidad, con un circo en la zaga y un desierto en la vanguardia. El silbato de Gil Manzano fue casi un alivio, porque el vigente campeón del Liga parecía un mal remedo de un colista de Segunda Regional.
La vuelta del intermedio no permitió presentir grandes cambios en la dinámica de juego. El Villarreal parecía seguir bien plantado, con circulaciones de balón pacientes y una presión muy intensa cuando el Madrid tenía el balón. Pero, en apenas cinco minutos, se produjeron dos hechos que dieron la vuelta a la situación. Primero, Juan Foyth, que había sido la némesis de Vinicius durante todo el partido, cayó lesionado, tras un choque con Mendy, y tuvo que salir del campo en el minuto 53. Tres minutos después, Ancelotti introdujo dos cambios en el equipo que le cambiaron drásticamente la cara: Asensio y Ceballos entraron por Kroos y Rodrygo.
Y en el minuto 57, cuando apenas acababan de entrar en el campo, se produjo el primer indicador de cambio. Benzema recibió de cara y descargó hacia el recién incoporado Ceballos que, a un toque, puso un pase profundo para la entrada de Vinicius por el mismo surco que había dejado Chukweze en la primera mitad. El brasileño mandó la pelota al fondo de las mallas con un remate raso y colocado, el 2-1 subió al marcador, y empezó esa vieja sensación otra vez. En apenas unos minutos, al equipo blanco parecieron irle saliendo alas en los tobillos, músculos en el torso y muelles en los pies, mientras que el submarino amarillo iba notando, cada vez más consciente de que se había despertado el monstruo, que sus miembros pesaban el doble, su cuerpo corría la mitad, y la pelota se les había transformado en una de rugby cuando la tenían en los pies.
Imagen: realmadrid.com
Camavinga ofició de medio centro (quiten lo de defensivo) distribuyendo con pausa y sentido, ganando meses de madurez a cada minuto que pasaba; Valverde había encontrado, por fin, la cadena de su motor, y arrancaba con su turbo atronador; Vinicius iba entonándose y manejando mejor los momentos para encarar y los momentos para combinar, además de presionar un par de veces con mucho peligro al portero Jorgensen, que estuvo a punto de liarla; Asensio se movía, presionaba y hasta hacía faltas. Incluso Benzema iba mejorando en la precisión de sus pases, y eso que estaba en su noche más aciaga en bastante tiempo. Pero, por encima de todos, la figura que emergió, marcándose cuarenta minutos de auténtico lujo, fue la de Dani Ceballos. Dinámico pero sensato, atrevido pero mesurado, bajó a iniciar, subió a acompañar, colaboró con la causa, y acabó poniendo su mejor fútbol sobre el césped de La Cerámica cuando más lo necesitaba su equipo.
Fue él el que envió un centro preciso al segundo palo en el minuto 71, para que Benzema rematara picado y al otro lado. El portero del equipo castellonense consiguió rechazar la pelota, pero allí estaban, intentando enmendar sus pecados de la primera parte, Rudiger y Militao, en boca de gol, y fue el segundo el que metió el esférico en la portería, las esperanzas del Villarreal en su maleta, y otra inyección de motivación a los blancos, estableciendo el empate, y volviendo a resucitar esa vieja sensación: al Villarreal le temblaban las canillas mientras el Madrid parecía cada vez más joven, más fuerte, más alto y más guapo. El 2-2 desencadenó una serie de ocasiones, empezando por una de Camavinga, que entró trastabillado al área para intentar aprovechar un gran pase de Vinicius, y mandó el balón a la zona indefinida entre la portería y el rematador, en este caso, Benzema, que ni midiendo cuatro metros habría llegado.
El partido transcurría hacia los minutos finales, con una posible prórroga en el horizonte, pero la vieja sensación iba poniendo plomo en las piernas de los de amarillo, y cohetes en las de los blancos. Y, en el minuto 86, una nueva arrancada de Vinicius por el medio acabó en un pase algo largo a Asensio, que corrió a la desesperada para evitar que saliera por la línea de fondo; con un elegante recurso lo consiguió, el mallorquín miró atrás y puso la pelota en el punto justo donde la pedía, quién si no, Dani Ceballos. El de Utrera, perfumado de gloria, recibió el pase y, ejecutando con su pierna derecha un remate certero, mandó el balón al fondo de las redes de Jorgensen, marcando de manera merecida el gol definitivo que suponía el 2-3 final, y certificando que había vuelto el que siempre vuelve cuando le dan por muerto.
Imagen: realmadrid.com
El Madrid pasa a cuartos de final de la Copa del Rey, tras haber esquivado a los que le esperaban en el descanso con la capucha y el hacha, con la gabardina negra y la soga, o con el arma cargada para el fusilamiento. Una segunda parte de reencontrarse consigo mismo y con su leyenda, unos minutos prometedores de jugadores poco habituales y, sobre todo, la recuperación de esa vieja sensación legendaria de que a este equipo hay que matarlo muchas veces para que no resucite.