Un articulo de: @resurreccion_93
No quedaba casi esperanza sobre la tierra de los hombres buenos, la oscuridad de las fuerzas tenebrosas avanzaba inexorablemente sin que nadie le hiciese frente; aquel ejército de orcos y de despreciables seres nacidos del subsuelo avanzaba sin resistencia. Ningún hombre era capaz de aglutinar el valor suficiente para enfrentarse a aquella maquinaria del mal que había sembrado de espías y traidores todo el reino haciendo crecer la desconfianza, el miedo, la cobardía… tal era la indefensión que la última esperanza hubo de ser puesta en unos seres de apariencia débil, casi irrisorios, timoratos, inseguros; los “hobbits” debían salvar al reino de ser aplastados, aniquilados por las horribles huestes de Mordor, con el aliento y la arenga de un viejo mago y ayudándose de un patético miniejercito formado por un guerrero enano cascarrabias, un elfo de aspecto afeminado y un melancólico y solitario príncipe sin reino. Frodo y sus tres amigos se lanzaron a la empresa más descomunal para la que se sabían incapaces. Haría falta algo más que sus fuerzas, su audacia y su inteligencia, para derrotar al mal y para que aquel maldito anillo hechizado que producía visiones engañosas y que acercaba a la destrucción al que se lo ponía, fuese hecho añicos. Estuvo cerca la derrota final, muy cerca. La aniquilación era ya asumida por todo el pueblo, más aún al ver que eran dirigidos por un rey hechizado que había caído en las trampas de uno de los muchos espías disfrazados de leal consejero.
Al solitario príncipe Aragorn, no le quedó más opción que acudir a la cueva de las almas de los valientes guerreros que forjaron la brillante historia del reino para que salieran del dormitar de los tiempos e infundieran su espíritu aguerrido y victorioso en aquel triste ejercito de árboles, rocas, enanos, elfos y “hobbits”. Solo así se alcanzó la victoria y se repuso el orden lógico en la Tierra Media. Mucho se ha escrito sobre el sentido religioso de esta Trilogía pero ni Tolkien ni sus estudiosos sabían que escribía sobre el Real Madrid.
He guardado silencio durante tres meses, cansado, extenuado por tener que escribir lo que no me gustaba, la triste realidad de un equipo otrora, orgulloso, valiente y ganador que se arrastraba sin freno hacia la destrucción, a la desaparición, a la sumisión humillante ante el enemigo más odiado. Nuestros jugadores no tenían los arrestos necesarios para plantar cara a un equipo bueno sobre el césped pero no tanto como para infligirnos humillaciones tan lacerantes, sabíamos perfectamente que contaban con abyectas ayudas desde la Federación y desde el colegio de árbitros y que estos harían todo lo que estuviese en su mano y más, para evitar cualquier atisbo de lucha en igualdad por el título de liga, pero era vergonzoso verlos arrastrándose sin ánimo para morir en la lucha.
Por conformismo, falta de espíritu, infantil indolencia y pueril capricho se tiró media temporada, haciendo imposible ganar la liga. El no sentir empatía con un entrenador, mejor o peor, supuso que unos divos infantiles jugaran con el sentimiento de millones de madridistas que tuvimos que soportar las chanzas y burlas de un club inferior, resentido, cargado de odio y con ansias de venganza por años de sometimiento a la dictadura del Rey del Futbol. Nunca perdonaré a los jugadores esta displicencia, no puede caer en el olvido su traición al escudo, al club y a sus aficionados por el simple hecho de hacer primar sus filias personales. Yo no olvido, hoy sigo sin olvidar.
A Aragorn Zizou, no le quedó más remedio que tirar de épica, de leyenda, de recordar a estos “hobbits” que vestían la camiseta más importante del mundo, a esos elfos hedonistas a esos enanos cascarrabias que hoy tenían el honor, el privilegio y la responsabilidad de defender la sagrada memoria de guerreros orgullosos que en otro tiempo habían vaciado su vida por defender un escudo que ellos estaban mancillando; Di Stefano, Zoco, Juanito, Velázquez… se removían viendo desde el cielo como no se defendía el escudo glorioso, la camiseta limpia y blanca que no empaña, fuesen cual fuesen las circunstancias; a todo esto gobernados por un presidente hechizado que seguía más preocupado en no molestar a aquellos infectos perigolfos antimadridistas que de echarlos de nuestra casa y cerrarles la puerta para siempre.
Sólo con ese espíritu y con el providencial descabezamiento del contubernio mafioso de UEFA ha sido posible reconquistar nuestra Copa, si NUESTRA COPA, porque aunque de vez en cuando dejamos a otros que disfruten del placer de acariciarla por un tiempo, nadie debe olvidar que es nuestra y que debe volver a su casa, a nuestra casa, al Bernabéu. Decía Miki Nadal en la celebración que cuando el Madrid juega en Europa juega en casa y es así. Somos los Reyes de Europa, que no lo olviden los adversarios ni tampoco nuestros jugadores. El Real Madrid es mucho más trascendente que Cristiano Ronaldo y Ramos y si por un segundo creen que ellos son los héroes de la Undécima, no habrán aprendido nada y el año que viene volverán a cometer los mismos errores. Este título no es de ellos, este título no lo han ganado los jugadores, que no se engañen ni ellos ni la afición mojabragas. Si acaso sólo 4 o 5 jugadores han representado el espíritu del Real Madrid, solo Keylor Navas, Casemiro, Lucas Vázquez, Bale y Arbeloa ¡Oh Capitán mi Capitán! han representado con dignidad, orgullo, tesón y casta a este club y sus valores. Los demás han sido meros actores secundarios arrastrados por un tsunami irrefrenable que produce la mística y la épica de la Leyenda Blanca. La Undécima la ha ganado el Real Madrid y lo hubiese hecho con estos jugadores o con cualquier otros, no han sido ellos, ha sido la potencia descomunal, el influjo irresistible de un club que nació para reinar en el continente.
Mi silencio se rompe hoy no para lisonjear a los divos apolíneos que cuentan “sus” Champions como victorias personales, Cristiano no se cansaba de repetir que tenía tres cuando con el Real Madrid ha ganado dos. Mi silencio se rompe no para congraciarme con la euforia general, si no para reiterarme en todo lo que escribí antes de mi voluntario “exilio”. Disfrutemos, gocemos, vibremos con la Undécima del Real Madrid. Pero una vez restablecido el orden, una vez vencido y humillado el ejercito de “Mordorlona” no olvidemos lanzar el dañino anillo al fondo de la lava incandescente para que de una vez por todas desaparezca de este club la vanidad, la soberbia, el personalismo y el egoísmo para que vuelva a resplandecer la humildad, la casta, el compañerismo, el compromiso que nos hicieron grandes… ¡¡A por la Duodécima en Cardiff!!
Hala Madrid… y nada más.