CRÓNICA | Narciso y el carro de paradas: Real Madrid 3 – 1 Sevilla

Una crónica de: @MiedoEscenico2

Volvía Courtois tras su dolencia en el nervio ciático, y volvían Mendy y Tchouameni al once inicial, tras su descanso en el partido de Elche, para enfrentar a un Sevilla en horas bajas que se presentaba en el Bernabéu aparentemente en proceso de recuperación bajo las órdenes de Sampaoli y bajo una buena manta de agua. El mensaje de Ancelotti con la alineación era cristalino: no hay relajación alguna, y la meta es llegar al parón provocado por el Mundial con todos los deberes hechos hasta donde sea posible.

Y empezó el Madrid, fuerte, presionando arriba, robando pronto, y desencadenando ataques peligrosos, casi desde el primer minuto. En el 3, un error de Bono, que le dio la pelota a Vinicius, fue resuelto con prisas y un mal pase del brasileño y, desde mi asiento del tercer anfiteatro, juraría que leí en los labios de Modrić decirle algo así como “Niño, si campo húmedo, no precipitamos. Pensamos y jugamos” o algo por el estilo. Apenas 2 minutos más tarde, otra fantástica jugada del extremo brasileño, robando un balón en la presión, le puso casi en el vértice del área pequeña y, esta vez, se paró, se giró, pensó y puso un pase de la muerte fabuloso, que el príncipe croata, apareciendo por sorpresa, envió a las mallas para establecer el 1-0 y poner en ventaja al Madrid.

Mentiríamos si dijéramos que no nos pareció que el equipo local iba a meter otro, a no mucho tardar. Jugaban tranquilos, movían la pelota con paciencia, y, salvo alguna pérdida puntual, se plantaban con facilidad en la zona defensiva del cuadro sevillista, aunque ahí ya no se percibía la misma brillantez. Tchouameni imponía su ley en el medio, Militao y Alaba, hacendosos, no permitían que el Sevilla inquietara a Courtois, Kroos y Modrić manejaban el juego con su pericia habitual, y hasta ahí todo estaba bien. Arriba era donde no había tanta clarividencia, con los tres presionando como si no hubiera un mañana, pero desacertados en los últimos pases.

Imagen: realmadrid.com

Seguía lloviendo, y no poco, y Alaba mandó una falta directa cerca de la escuadra, pero por fuera, poco después del primer cuarto de hora. Un remate, también fuera, de Rodrygo, tras una buena combinación del equipo, dio continuidad a la sensación de que el segundo estaba al caer, como el agua que remojaba el campo, a los jugadores, y algunas zonas del estadio. El Sevilla ni se asomaba cerca de Courtois, mientras Vinicius se acercaba otra vez cerca de la portería rival, pero Marcao evitaba su remate. Otra falta directa, esta vez más lateral, y que salió más desviada, lanzada por Kroos, dio paso a un tramo en el que, quizá por lo empantanado del césped empapado, quizá por la facilidad que se presumía, quizá porque el agua pesaba en las camisetas y en las cabezas, el Madrid empezó a convertirse en Narciso, a ver su bella faz reflejada en las gotas de lluvia, y no metió en el partido lo necesario para decidirlo en esos momentos.

Solamente Modric se resistía a creérselo, y trató de aumentar la ventaja, primero con un disparo desde fuera del área que salió desviado, y después con otra aparición en el área, tras un brillante pase de Rodrygo, pero el croata recortó en vez de tirar de primeras, y el segundo zaguero sevillista que llegó le robó la cartera. Un mano a mano de Vinicius, en que perdonó el segundo tratando de regatear a Bono pero yéndosele largo el autopase, fue la última ocasión del primer tiempo de este Madrid narcisista, que se gustaba mucho jugando pero no acababa de crujir al rival. Un remate de Navas, cerca del descanso, fue la única ocasión en que el conjunto palangana hizo actuar seriamente a Courtois, pero también un aviso respecto a eso de confiarse en exceso.

A la vuelta del descanso, el Sevilla salió dispuesto a sacar de sus ensoñaciones al Madrid, y lo hizo tirando un pedrusco en mitad del estanque en el que el equipo blanco se miraba. En el minuto 54, Alaba sacó de banda hacia Vinicius, que quiso volver a hacer el truco de dejarla pasar y correr, pero Montiel se lo sabía, y cortó la pelota. La puso a la espalda de la defensa, donde Lamela tiraba el desmarque, y el media punta argentino superó a Courtois con un magnífico toque, poniendo el empate en el marcador.

Imagen: realmadrid.com

A raíz del gol sevillista, el Madrid entró en una suerte de melancolía inexplicable, perdiendo balones, dejando que el rival se apropiara del dominio del juego, y pasando un rato verdaderamente malo, con una sucesión de llegadas visitantes. No está claro si el esfuerzo en la presión de la primera parte, la manta de agua que había caído, o el llanto por el paraíso perdido era lo que le atenazaba, pero el caso es que se le veía triste y cabizbajo. Rodrygo buscaba balones entre líneas, pero andaba desacertado en los pases, Valverde apenas se significaba, y Vinicius, aparte de desentenderse de la presión, elegía al revés casi todas las veces. Mientras tanto, el sistema del Sevilla aprovechaba para irse conectando, ganaba en fluidez, y saltaban chispas en cada duelo, llevándose una buena parte de ellos.

Ancelotti vio la tristeza en la que estaba sumido su equipo, y llamó a uno de los que calentaban: si hay una imagen que representa la alegría de esta plantilla, es la sonrisa sincera y sin doblez de Camavinga, y allá salió el medio francés, resuelto y con sus alicates. Y lo cierto es que, aunque no consiguió generar del todo un juego ofensivo que llegara a ser más efectivo, al menos fue cortando conexiones sevillistas, recuperando balones, pleno de energía y velocidad, y fue el principal responsable de que se rompiera el circuito visitante.

El técnico transalpino dio margen para ver si aquello acababa de mejorar, pero finalmente, en el minuto 77, se puso la bata de cirujano, y metió el carro de paradas al campo, para reanimar a un equipo que no acababa de respirar ni coger el pulso al partido: la sola presencia de Rudiger ya impone, pero con máscara da directamente miedito, y eso frenó para los restos las acometidas sevillistas; Lucas Vázquez aportaba ese chispazo que, a veces, hace falta para volver a la vida, y Marco Asensio, en ese rol de falso extremo/falso interior que conecta la salida de balón con la llegada al área rival, se encargó del resto. Un Mendy irregular, en la línea de los últimos choques, un Carvajal errático en el segundo tiempo, y un Modrić agotado les dejaron sus plazas.

Imagen: realmadrid.com

Y, apenas dos minutos después, ese Madrid agonizante, pegó un respingo de campeón. Fue Rodrygo el que robó y jugó un balón en la salida, enviándolo entre dos rivales a Valverde, y fue el charrúa el que se la dio a Asensio, que tuvo que girarse para enfrentar el campo rival. Como el mallorquín tiene una buena visión de juego, metió un maravilloso pase en profundidad para la carrera de Vinicius, que se plantó delante de Bono y, quizá por cierta inseguridad, quizá por pura generosidad, dejó otra asistencia a su derecha, para que Lucas Vázquez, que trabaja de lateral pero tiene alma de extremo, y por eso le acompañaba, mandara un remate raso a portería vacía y volviera a poner en ventaja al Madrid.

La sacudida del 2-1 devolvió el color, las pulsaciones y la respiración a ese Madrid que agonizaba, y una segunda sacudida eléctrica acabó de resucitarle: un minuto para celebrarlo, y otro, el 81, para fabricar una jugada de ataque en que Rodrygo, escorado al lado izquierdo, vio a Asensio en la frontal, y le puso un pase preciso. El mallorquín, a su vez, se giró hacia su derecha, y mandó un pase raso a Valverde, que largó, con toda naturalidad, un misil a la portería de Bono que hizo subir el tercer gol al marcador. La celebración del joven halcón madridista dejó a las claras que la resurrección era un hecho, y que el Madrid ya tenía el partido en sus manos, en dos sacudidas de 400 julios cada una.

De ahí al final, control madridista y una entrada tremenda del Papu Gómez al uruguayo, que le hizo retirarse renqueante. No es para menos, porque le metió un rodillazo en el muslo y le pisó el tobillo. El final del partido mantiene líder al Real Madrid, con 31 puntos conseguidos de 33 posibles, y empeñado en dejar ahorrado todo lo posible para cuando llegue el Mundial y la incertidumbre posterior de cómo volverán los muchachos. Ahora toca ir a Leipzig el martes a certificar el primer puesto de la fase de grupos, y esperamos que no aparezca por allí la tentación de volver a ser Narciso, ni que vuelva a hacer falta el carro de paradas. Que bastante fibrilamos ya la temporada pasada…