Una crónica de: @MiedoEscenico2
A mí, que no me pregunten. Cualquier intento de analizar un partido desde la lógica acaba fracasando, en cuanto se unen las variables “Copa de Europa” y “Real Madrid”. Todo estaba planteado como una simple continuación del 1-3 de la ida, que ya contamos en su momento. Pero, a poco que se conozca el paño, y se viera el rebote de Tuchel desde el final de aquel partido, se sabía que hoy el Chelsea sería un equipo diferente, con un planteamiento diferente, para buscar un encuentro diferente, como ya nos había avisado @pepo2204 en su Previa, que el Biermeister de esta casa sabe más que los ratones coloraos. Ancelotti, en un dibujo continuista, mantuvo a los mismos de entonces, con el único cambio de Nacho por Militao, obligado por la acumulación de amonestaciones. Al canterano le acompañaban atrás Carvajal, Alaba y Mendy, les guardaba las espaldas Courtois, por delante de ellos se situaban Casemiro, Kroos, Modrić, Valverde y, arriba del todo, Benzema y Vinicius.
Empezó el partido con movimiento, y en los primeros diez minutos dio la sensación de que el Madrid tenía claro qué hacer, cómo hacerlo, y, por si fuera poco, lo hacía. Sin embargo, el Chelsea no dejaba de presionar en los sitios más adecuados, dificultando enormemente la circulación de balón madridista, que sólo salía adelante gracias a un magnífico juego al primer toque, corriendo riesgos, pero con capacidad para llegar arriba, mientras se mostraba sólido atrás. En el minuto 12, una pérdida de Valverde, corriendo hacia atrás, acabó en un córner para el equipo hoy vestido de amarillo, y no habría importado, si no fuera porque otra pérdida de Modrić, poco después, generó un desmán defensivo que permitió a Mason Mount entrar hasta la frontal del área y mandar el balón a la red de Courtois para establecer el 0-1 al cuarto de hora de partido.
Desde esas jugadas, en que el cuadro blanco perdió, de golpe, la confianza, el juego del Real Madrid se hizo cada vez menos atrevido, más reservado y, sobre todo, descontrolado. Benzema lanzaba a Vinicius en profundidad, y el brasileño se escoraba y ponía un pase de la muerte donde nadie llegaba, para sorpresa de todo el estadio. Marcos Alonso vivía en la posición de extremo izquierdo, y clavaba allí a Valverde, haciéndole jugar de lateral derecho más que de carrilero o de volante. Eso dejaba para Casemiro, Kroos y Modrić todo el trabajo de realizar la presión, con Loftus-Cheek, Kanté, Kovacić, la ayuda de Mount desde la línea de delante, y la de Rudiger desde la de atrás, permitiendo el movimiento del balón del Chelsea… y allí no se acababa nunca la tarea. Así, el Chelsea ganaba metros, mientras el Madrid cada vez salía menos y peor. Mendy (el nuestro) se encontraba con uno o dos rivales presionándole y poniendo en evidencia todas sus carencias con balón, Carvajal corría medio de central, medio de lateral, pero no acababa de encontrar el sitio adecuado, Nacho y Alaba se multiplicaban tapando vías de agua con la ayuda de Casemiro, y aquello tenía cada vez peor pinta.
Imagen: realmadrid.com
Un par de remates altos de Benzema y Casemiro fue el pobre bagaje del Madrid en el resto de la primera parte, con el equipo blue llegando también con disparos lejanos y algún remate de cabeza aislado. El inicio de la segunda parte fue casi peor. Una pérdida más de Ferland Mendy, que en un partido donde hay que jugar rápido el balón es como un pez trapecista, generó bastante peligro por parte del Chelsea, y en un uno contra uno posterior, desvió de una forma bastante torpe a córner. Es probable que aún no estuviera recuperado de las molestias en los aductores, o que el partido le superara, o los dos, pero el caso es que el lateral francés tuvo una de sus noches más aciagas como madridista. El córner sacado por el Chelsea acabó con un disparo que salió fuera de los ingleses, pero que el árbitro decidió que fuera córner, quién sabe por qué. En el saque de éste, Rudiger se impuso por alto, remató más solo que Macaulay Culkin, y empató la eliminatoria de cabeza, 0-2.
Si, hasta ese momento, el Madrid había estado incómodo y poco eficaz, ahí ya se volvió directamente caótico. Una falta directa lanzada por Kroos obligó a estirarse a Edouard Mendy hasta el límite para sacarla, porque iba adentro, y nos hizo plantearnos por qué el alemán no ha tirado más faltas directas en los últimos años, porque parece que sabe. El partido estaba consistiendo, de manera regular, en ver cómo Mendy, Vinicius y, a veces Valverde, perdían continuamente balones, y a los jerarcas, a los mayores, recuperando pacientemente uno tras otro, para ver cómo las jugadas se perdían como agua entrando por el desagüe. En el minuto 62, el Chelsea llegaba por enésima vez, y la jugada acababa con Marcos Alonso mandando el balón a la red y provocando la tragedia en el Bernabéu. El árbitro, del que les contará sus aventuras Nilo Campo en su Crónica Arbitral, escuchó al VAR, como si fuera el Oráculo de Delfos, y tomó la decisión teledirigida de anular el gol, porque parece ser que Alonso se había ayudado de la mano para controlar antes de pegar al balón.
El madridismo respiró profundamente, pero con la conciencia de que era una tregua temporal, y de que, si la cosa seguía igual, acabaría de forma dramática. Benzema remató de manera formidable un centro de Mendy, pero el balón se fue al larguero, y luego al limbo. En la siguiente jugada, Kroos sacó toda la energía que le quedaba, robaba el balón, conducía y lo metía en profundidad para Vinicius, que hizo el desmarque al revés, cortando Rudiger la ocasión, con lo que el breve arreón no sirvió de mucho. En el minuto 73, Kroos dejaba su sitio a Camavinga, y con ello el Madrid podía recuperar el aliento, pero el problema era que la vía de agua seguía estando en la banda izquierda. Y dos minutos después, una jugada en la que la pelota llegó a Werner, y Casemiro fue al suelo para evitar el remate, pero era un amago. Alaba se fue al suelo para evitar el remate, pero era otro amago. Cuando finalmente remató, Courtois tocó con la mano lo suficiente para desviar el balón y evitar que Mendy, bajo palos, evitara lo inevitable: que el 0-3 subiera al marcador.
Eran las 22:30 de la noche, y el Real Madrid estaba eliminado de la UEFA Champions League, habiendo dilapidado la ventaja que traía de la ida, en una penosa hora y cuarto. Tócate los cojones.
Imagen: realmadrid.com
En ese momento, aunque poca gente se dio cuenta, se abrieron los cielos, asomó el Dios del Fútbol y le explicó a Ancelotti: “Con el partido que estáis haciendo, cada vez que tiro los dados, me sale que palmáis. Esto se parece a la final aquella que…”. Ancelotti le interrumpió para preguntarle: “Pero ¿qué hago, sapristi dello stronzo di merda?” Y el Dios del Fútbol tiró los dados, y le salió un uno y un dos. “Pues eso, uno y dos. Tú verás”. Y Ancelotti, ante la duda, decidió hacer cambios y sacar al 12 y al 21, porque no sabía dónde estaba la clave, si en uno o en otro. Quitó a Casemiro (decisión algo cuestionable, porque estaba ayudando cosa mala) y a Mendy, que se fue acompañado de los pitos que les sobraban a los tontos de Bale del otro día, y al pobre chaval ya sólo le faltaba que le hubieran robado el coche al salir del vestuario, con la noche que llevaba, lo que menos necesitaba era esa despedida.
El caso es que entró Marcelo, entró Rodrygo, y los que estábamos en el Bernabéu vimos que algo raro pasaba. Algo nos empujaba a cantar, a gritar, a animar y a vociferar para darle al equipo el empujoncito que necesitaba. Y apenas pasaron tres minutos (y un remate de Havertz que sacó Courtois milagrosamente), y el empujón del público hizo que el balón llegara a Marcelo, tras un corte, de cabeza, de Alaba. En un gesto sencillo, natural, de viejo futbolista que nunca dejó de serlo, el brasileño hizo algo de lo que no habíamos visto en un buen rato. UN PASE FÁCIL A UN COMPAÑERO. Modrić la recibió, avanzando hacia la portería rival, y volvió a hacerlo: la ventaja le permitió sacar su cetro de príncipe, su catalejo, y acordarse de Benítez: PUSO EL BALÓN DE ROSCA CON EL EXTERIOR. ¿Dónde lo puso? Exactamente en el lugar en que entraba, a la espalda de los defensas, amarillos, el menino de los calcetines llenos de pólvora en esta competición, Rodrygo, que hizo lo impensable: REMATAR A GOL. Y empatar la eliminatoria.
De ahí al final de los 90 minutos, el Chelsea volvió a intentarlo, todo muy organizado, muy alemán, mientras el Madrid achicaba agua, defendía con uñas y dientes, y sobrevivía a duras penas, aunque un disparo de Modrić desde la frontal obligó a Mendy a parar con dificultades el balón. Nacho caía lesionado, y Ancelotti se veía obligado a sustituirle. Enarcó la ceja y preguntó: “¿A quién diavolo meto ahora?” Y el Dios del Fútbol le susurró: “Me ha salido un doble seis, y luego un dos y un tres. Tú verás”. Y el italiano optó, en la decisión más estrambótica posible, por introducir a Lucas Vázquez en el campo, y reubicar a Carvajal de central derecho. Repito: a mí no me pregunten. El caso es que llegó el partido al minuto 90 (al fin), y se abría una nueva eliminatoria, a media hora de juego, en una prórroga. Ahí, me van a perdonar, pero estaba yo, Miedo Escénico, en las gradas, para hacer lo de siempre. Empezaba el Madrid la prórroga reventado físicamente, con un equipo bajito, con un lateral de central, con Marcelo de lateral izquierdo, con Camavinga y Valverde escoltando a Modrić, y dos niños brasileños acompañando a un viejo francés con más carácter del que se le atribuía en muchos momentos del pasado. La situación ideal, vaya.
Imagen: realmadrid.com
No me pregunten cómo, pero el Madrid salió a por la yugular del Chelsea en esos primeros minutos de la prórroga. Casi llegaba Camavinga a rematar una dejada de Benzema, tras una buena jugada de combinación del Madrid, aunque después un remate de James salía desviado, también. Lucas Vázquez y Havertz se picaban en la banda, y el gallego le recordaba que en el Bernabéu manda él. La Mística, con mayúscula, del Bernabéu, se desparramaba por momentos, el público rugía, el equipo revivía, bullía, estaba en ebullición. Y fue en un ataque posterior, en el minuto 96, cuando Camavinga, que ha jugado unos minutos sencillamente fantásticos, se lanzó como un poseso a recuperar un balón en la banda izquierda, y vio a Vinicius adelantado y solo, justo lo que necesita un niño guasón para hacer su travesura de la noche. Y Vinicius se acercó a la línea de fondo, con cara de travieso, y esperó, pensó, eligió. Y eligió bien. Y puso el balón, con un toque magnífico, sutil, con efecto, en el punto de penalti. Justo donde entraba monsieur le captain, con su barba y sus hechuras de marino, y metía un cabezazo poderoso, pero colocado, que mandaba al suelo a Rudiger y hacía inútil la estirada de Mendy, marcando el 2-3.
El gol de Benzema desató la locura del estadio, y ubicó a 50.000 hombres, mujeres, niños y niñas delante de la portería de Courtois, defendiendo cada balón para acompañar al ángel del belga, al entusiasmo de Lucas, al pundonor de Carvajal, al esfuerzo de Alaba, a la sabiduría de Marcelo, al empuje de Camavinga, a la energía de Valverde, al mando de Modric, a la insistencia de Vinicius, a la iniciativa de Rodrygo, y al último aliento del francés. El Chelsea lo intentó y lo intentó, metió cambios, apretó, presionó, atacó, pero la pequeña Numancia que era el Madrid siguió resistiendo. Marcelo se había quitado su vendaje de la pierna, Benzema presionaba cojeando, Carvajal renqueaba sin perder la cara, Modrić cabalgaba por la suave llanura verde de Chamartín, y Vinicius acababa acalambrado, rascando segundos al reloj, con Ceballos entrando por él, Courtois parando el último intento de Ziyech, y todo ello iba siendo acompañado por rugidos atronadores del estadio, y por cada vez más peso en las mochilas del equipo inglés que, tras un gran partido, veía cómo se le escapaba la última oportunidad de repetir título.
Y, cuando el polaco pitó el final, todos los que estábamos en las gradas agradecimos el esfuerzo, cantamos el himno de las mocitas madrileñas (yo tuve la suerte de estar acompañado por una de ellas, en toda esta montaña rusa de emociones), y aplaudimos hasta que nos dolieron las manos a los jugadores, que se dieron una vuelta por el campo. El Real Madrid Club de Fútbol, amigos míos, está en semifinales de la UEFA Champions League. Otra vez. Ahora, a recuperarnos. Que estamos cansados no, lo siguiente. Pero satisfechos, eso también. Y orgullosos del gen ganador de este equipo. Mística y dioses. Hasta el final.