Un articulo de: @Laiguanablog
Creen que su condición está por encima de la del resto. Que sienten más que los demás. Que sus sentimientos son más puros. Piensan ser los únicos que viven instantes, sueñan momentos, viven triunfos y sufren derrotas. Acaparando vivencias. Tradición. Sueños. Dando sentido a una emoción. Creen poder comparar su sentimiento con el del resto de personas. Siendo su humildad la cualidad más cercana a la beatitud de cuántas se dan en el ser humano. Siempre desde una posición más elevada, pues su sentimiento es mayor, no lo olviden. Intentando penetrar su esquema mental, da la sensación de que sería algo así como: mi humilde sentimiento tiende a infinito siendo inversamente proporcional al del resto que tiende a cero. Pero esta es una premisa equivocada porque, si no se parte de una postura tan miserablemente soberbia, podrían llegar a darse cuenta de que su sentimiento y el del resto de aficiones es del mismo modo tendente al infinito.
Su argumentación teórica se basa en la imposibilidad de efectuar un relato plausible que sirva de explicación. Una idea sencilla que simplifique su vivencia y haga un discurso descriptivo de su sentimiento. Pero se hacen trampas al solitario: no hay ningún sentimiento que sea fácilmente explicable. Porque, si alguna cualidad retórica común tienen los sentimientos, es, precisamente, esa: ser inexplicables. Se valen de estas trampas retóricas porque si intentasen evaluar comparativamente otras cualidades cuantitativamente tipificadas, es probable que el resultado les saliera negativo. De modo que se inventan la retórica del sentimiento como un valor ineludible característicamente suyo. Usando esta ambigüedad para alimentar su ego puesto que no podría alimentarse de éxitos deportivos. Crean, desde esa ambigüedad ya mencionada, una superioridad moral. Pero no solo, porque esa superioridad también será sensitiva, visceral y hasta beatíficamente angelical.
Cuando el resto de aficionados se les acercan diciendo que su superioridad es absurda. Miran condescendientemente y, tras una sonrisa socarrona, se escudan en un “no lo podéis entender”. Es gracioso, porque tratándose como se trata de una afición de un club deportivo, si se les pone delante de los resultados de unos y de otros, esgrimen su superioridad sensitiva diciendo que lo suyo es un sentimiento, no se trata de ganar. Después, en cambio, cuando ganan algún título, son capaces de sacar un desfile de caballos, majorettes y muñecos a las calles de Madrid, demostrando su chabananería y mal gusto. Pero todo esto que esgrimen no es más que un escudo usado para evitar las pullas, chanzas, bromas y gracias les lancemos malévola aunque divertidamente a nuestros amigos de ese equipo. El paroxismo de su postureo se da cuando ellos te dicen que no están ahí para ganar. Que siendo terceros les vale. Aún teniendo al jugador más caro de la liga, cuestión que demuestra, bien a las claras, que quieren cenar en la mesa de los mayores. Cuestión harto desmentida por los discursos ponepaños de su entrenador diciendo sibilinamente que su lugar es detrás del resto.
El chiste se cuenta solo. Ni son, ni serán, ni fueron jamás más que una afición ruidosa. Eso de la mejor afición del mundo se lo dicen ellos mismos para pasarse la mano por el lomo tras su enésima derrota. Es cierto que tengo, todos los tenemos, amigos de este equipo y, si bien son queridos y apreciados, cuando se saca el tema del fútbol no salen de esa espiral de naderías y argumentaciones grandilocuentes a la par que ridículas. Hay muchos tipos de aficiones. Hay muchos tipos de clubes. Hay que ser consecuente con que se trata de un deporte. Hay que saber que a veces se gana y a veces se pierde. Hay que entender que uno quiera hacer bueno un resultado mediocre. Pero lo que no se puede permitir es mentir llamándonos tontos a todos los demás equipos a la cara. No señor. La afición de Zaragoza, Alavés o Sevilla, por poner ejemplos dispares, son aficiones ruidosas, que llevan a sus equipos en volandas. Pero no se meten a hacer esos juegos argumentales en los que explicar el fracaso, no.
El sentimiento por nuestro equipo lo tenemos todos. La sensación de ser algo más que una simple afición deportiva, va más allá de una sola afición. Cada uno siente a su equipo a su manera. Tiene su corazón del color que sea la camiseta de su club y suenan sus latidos con el himno. Gritan a voz en cuello cuando van al campo con los amiguetes que has hecho en el estadio. De hecho, quedas antes para tomar un café, una copa o lo que se tercie y entrar al estadio a ver a tu equipo. ¿Contra quién jugamos el próximo partido de liga? Preguntó un amiguete antes de entrar al estadio en un partido de Champions. Me la pela, respondió otro amigo, yo vengo a ver al Madrid. Por cierto, ese mismo día, tras acabar el partido, pedimos a la gente de seguridad que nos dejase fumarnos un cigarro viendo el césped con el estadio vacío y las luces apagándose. Emilio, algo grande se viene, dijo mi amigo Marcos, algo muy grande. Recuerda este momento porque será imborrable, le repetí. Antes de apagar el cigarro, miramos el marcador: Real Madrid 1 – Manchester United 1. El resto fue un tacón de Redondo con pase a Raúl y encaminarnos hacia la séptima copa de Europa. Parece que estoy escuchando a mis amigos del sentimiento gritarme: ¡Soberbio! Pero cada cual habla de lo suyo. Unos de argumentos falaces y nosotros de títulos. El sentimiento se sobreentiende.