Un articulo de: @Laiguanablog
Hay quienes se crecen en la adversidad y hay quienes se arrugan. Hay quienes nacen con una madurez innata y quienes mueren siendo mentalmente poco más que tiernos púberes. Los hay también que ven un foco y se vienen arriba y los hay que al verlo se apagan misteriosa y paradójicamente. Hay quienes toman con seguridad y aplomo el cartel que sobre ellos hayan puesto y hay quienes se sorprenden, inseguros e infantiles, ante el enorme título que les da sombra. Hay quienes son incapaces de salir de esa sombra en toda su vida y quienes se crecen y dan sombra a todos los demás. Los hay que no quieren mojarse y quienes nacen empapados. Del mismo modo, los hay que nacen con estrella y estrellados.
Hace unos días celebrábamos la efeméride de la fulgurante irrupción de Raúl en el mundo futbolístico y en el nuestro, en el blanco, en particular. Raúl era un chaval con un aplomo y una seguridad que dejaban boquiabiertos a sus compañeros más veteranos que casi duplicaban su edad. Cuando en su debut en Zaragoza se topó con la enorme figura de Cedrún defendiendo la portería blanquilla, falló seis o siete ocasiones claras de gol, pero, lejos de venirse abajo, le contestó a pie de césped al periodista que le preguntaba por tal desastre, algo así como: “Bueno, mi trabajo es fabricarme las ocasiones. Ya entrarán”. Dejando para el recuerdo una respuesta más reafirmante que las cremas del anuncio.
Imagen: libertaddigital.com
Todos los madridistas recordamos con estupor el curso pasado. Un curso que comenzó con la impuesta polémica de la elección del entrenador. Una polémica no zanjada y que demuestra muy a las claras cómo nuestro Real Madrid es el muñeco de pimpampún preferido por quien quiera hacerse un nombre en el mundo futbolístico patrio. En este caso, el presidente de la Real Federación de Fútbol, Luís Rubiales Béjar. Después continuó con un fútbol decente en el que se creaban del orden de dieciséis o diecisiete ocasiones por partido y no se materializaba ninguna. Haciendo que el equipo cayera en una extraña depresión que convirtió a nuestra, otrora inexpugnable, defensa en un caramelito para los ataques rivales y nuestra delantera marrando ocasión tras ocasión. Así, entre goles encajados y goles fallados, fuimos dejando pasar opciones y fue creciendo el rumiante runrún característico de las gradas del Santiago Bernabéu. Tan entregadas en las noches gloriosas como irónica y despiadada con sus propios jugadores. Convirtiendo el estadio en escenario de gloriosas remontadas… rivales.
El aficionado fue impacientándose, la prensa cargando tintas y haciendo que la impaciencia fuese girando su “saurónica” mirada lenta e inmisericordemente hacia el palco de nuestro santuario. Poniendo nervioso a nuestro presidente. Así, fueron pasando por nuestro banquillo, Julen Lopetegui hundido por el desacierto, Santiago Hernán Solari, hundido por su enfrentamiento con algunos jugadores en un claro bajo estado de forma, hasta llegar de nuevo a Zidane que llegó como el Cid a tierras bereberes. Allí nos pusimos todos firmes ante el más grande entrenador de la historia reciente del fútbol mundial. Cosa que sus tres Champions consecutivas no desmentía ni desmentirán nunca.
Pero la pasada fue una temporada en la que no todo fue malo. Descubrimos un Karim Benzema goleador, con unos números excelentes, siendo el máximo goleador de cabeza de cuántos pueblan las áreas de las ligas europeas. Dándonos en los morros a todos los que decíamos que Karim era más un diez que un nueve. Un jugador de tan maravillosos movimientos como rácano en el esfuerzo. Un estilista que no bregador. Algo que le ha marcado en su carrera. Benzema ha estado a la sombra de grandísimos jugadores. Un jugador de esa supuesta segunda fila tenía que dejarse los dientes en el terreno de juego. Pero Benzema, irreverente con los tratos tácitos equipo afición, seguía dándoselas de fino estilista. Algo que a muchos, incluido yo, nos sacaba de nuestras casillas.
Imagen: abc.es
La otra ilusión fulgurante que vivimos se llama Vinicius Jr. Es, el joven brasileño, un jugador diferente. Tiene unas cualidades que le hacen acaparador de miradas. Su desborde y su uno para uno nos recuerdan a un incipiente Neymar. Su velocidad y desparpajo, en cambio, nos recuerdan al legendario Amancio Amaro. Es supersónico como lo era el gallego y es mortal regateando, pero tiene un lunar. La toma de decisiones se le atraganta. Lo que provocó que, al ser el Real Madrid un muñeco de pimpampún tan sencillo de atacar, pasase de estrella emergente madridista a protagonista en todos los chascarrillos y chistes emitidos por gentes que a los merengues nos quieren poco o mal y que, como nuestra afición es tan permeable a las maledicencias contrarias, fuesen pronunciados sin pudor ni problema por nuestra propia afición.
Es un chico muy joven, esgrimían sus más fervientes defensores, también lo era Raúl, espetaba yo sin ir más lejos. Pero no éramos conscientes de una cosa. Vinicius es un chaval tímido y apocado. Un chaval al que le deslumbró el fulgor temprano de los flashes de los periodistas que le esperaban en el aeropuerto. A Vinicius, ahora lo entiendo, no se le puede pedir que sea el nuevo Raúl, porque ese carácter es innato, como lo son esa seguridad y aplomo que mostraba el madrileño. Vinicius tiene que ir tranquilizándose. Ni es el nuevo Pele ni es el nuevo Romerito. Vinicius es él. Un jugador deslumbrante si conseguimos entre todos que se relaje y se tranquilice comenzando a brillar con luz propia para palidecer al malvado fulgor temprano que le ha cegado momentáneamente.