Un articulo de: @rlopezg80
Manolo Velázquez, otra leyenda que nos deja, otro pedacito de escudo que se cae, otro espejo en el que deberían mirarse la gran mayoria de la actual plantilla del Real Madrid, si… esos sinvergüenzas que saltan hoy día al campo. Se marcha sin que la mayoria de ellos sepan quien fue. Como tampoco saben quiénes fueron otros mitos del club como Ignacio Zoco o Antonio Betancor, recientemente fallecidos. Hombres que marcaron una época, que fueron admirados y que dejaron su impronta en la historia del club, gente que lamentablemente abandona este cruel y vertiginoso mundo en silencio y casi siempre olvidada por su propio club y por gran parte de la afición.
Grandes leyendas del Real Madrid, fueron jugadores como ellos los que construyeron poco a poco, título a título, hazaña tras hazaña, el club del que todos presumimos hoy día (aunque quizás sería más apropiado decir “presumíamos”, en estos oscuros días). Hombres como ellos deberían formar parte del club, para acabar con las niñerías de estos jugadores endiosados, asesorar a directivos o para estar en la parcela deportiva a pie de campo en cualquier puesto, estoy seguro que ayudarian y mucho a erradicar el pasotismo y la indolencia que podemos ver actualmente en esta plantilla. Sin embargo cuando fallecen, cuando nos dejan… me doy cuenta de que el único contacto que se les conoce con el Madrid es a través de asociaciones de veteranos o de peñistas, nostálgicos y huérfanos como yo de épica, de sacrificio, de grandes remontadas o simplemente del santo y seña madridista con el que yo crecí: la negativa suicida a la derrota o a bajar los brazos hasta que el árbitro pite el final.
Todos ellos mueren alejados del club al que ayudaron a engrandecer. Un club convertido hoy en un nido de burócratas, palmeros y estadistas que sólo parecen buscar el rendimiento económico en sus actuaciones, pisoteando lo que de verdad nos hizo grandes, aquellas grandes noches europeas en las que nadie se atrevía a aseverar una eliminación del Madrid, aquellas comuniones mágicas entre la grada y los jugadores, aquella certeza que todo madridista (y antimadridista) sabía: cuando el Madrid tenía que ganar, ganaba.
Protagonista de aquel club fue Velázquez, un interior de pura seda que se decía en la época, al que no tuve la suerte de poder verle jugar, pero que según siempre ha dicho mi padre, fue un interior inigualable, que hacía del pase en diagonal o al hueco un verdadero arte. Fue el cerebro de un equipo que con once jóvenes españoles, remontó en 1966 un 1-0 al Partizán de Belgrado con goles de Amancio y Serena para coronar al Real Madrid campeón de Europa por sexta vez en su historia. Un equipo al que Don Santiago está volviendo a reunir poco a poco allá arriba, quizá para alejarles definitivamente de este club actual que sufrimos y que muchos no reconocemos, ninguneado por los estamentos españoles y europeos e incapaz no ya de grandes gestas, sino de salir al campo como profesionales. Como simples profesionales.
Un club que ha visto tantísimos ejemplos de lucha, de honradez, de casta, de sincero madridismo, de respeto a una camiseta o de valores que otrora pasaban de generación en generación, de Di Stefano a Gento, de Gento a Amancio, de Amancio a Santillana, de Santillana a Juanito… poco a poco se va viendo huérfano de todo. De repente uno asiste atónito y aterrorizado a ver que los que deberían de dar el ejemplo de aquellos, de transmitir lo que es el Madrid o la actitud que deben mostrar los nuevos si quieren ganarse un hueco en el once, ahora son Sergio Ramos, Pepe o Marcelo. Los tres capitanes; uno chantajeando al club para renovar, el otro poniendo en el disparadero al entrenador que fue el único que salió a dar la cara por él cuando le quisierón crucificar, y el otro, más preocupado de cómo va a celebrar el próximo gol con su amigo el intocable que de defender. Ése es el triste y lamentable ejemplo que ven los que llegan y que por supuesto se aplican.
El fallecimiento de leyendas como Velázquez, como lo fue el de Zoco (por citar los más recientes) me apena no sólo por la persona y los grandes jugadores que fueron. Me apenan sobre todo porque siento que con ellos se va un trozo del gran Real Madrid, odiado igual que el de ahora, pero respetado y temido en silencio al mismo tiempo. Vestigios de un equipo que por momentos parece haber desaparecido, recuerdos de un club en el que la derrota no era una opción, la eliminación de una competición nunca era una buena noticia o el chantaje de los jugadores al entrenador algo impensable. Tiempos en los que la obsesión de contar con los mejores jugadores del mundo era cosa de otros equipos que, huérfanos de títulos, tenían que contentar a su afición escudándose en persecuciones paranoicas, el césped, o contratando en verano al jugador de moda en cada momento.
Qué vueltas da la vida. Y qué tristeza (qué orgullosa tristeza) me produce, más allá de la persona que fallece, recordar nombres como los de Manolo Velázquez. Descanse en paz.