Una crónica de: @MiedoEscenico2
Corría el minuto 94, el último de descuento, y el Alavés disponía de un córner a favor, desde el perfil izquierdo de su ataque. Sobrino trataba de rematar de cabeza en el segundo palo, tras una salida algo extraña de Courtois, y Manu García enviaba el rebote a la red de cabeza junto a la portería. Y así establecía el resultado final, 1-0 para el Alavés, segunda derrota consecutiva del Real Madrid, cuarto partido sin marcar gol. Una losa.
Empezar contando el último capítulo tiene mucho que ver con que todo lo anterior fue una película que ya hemos visto en otros partidos de esta temporada. El martes pasado, sin ir más lejos, en Moscú. Un Madrid que controla el juego, que pasa el balón una y otra vez, que domina la posesión, pero que acaba dando la sensación de que es la posesión la que le domina a él. Hablaba en la crónica de Moscú de que el exceso de orden, de control, penaliza al Madrid tanto como le penaliza el exceso de caos. Y este partido se fue del todo, tras un partido repleto de control, en un momento de caos defensivo, en el último momento.
El caso es que el Real Madrid no empezó mal el partido. Los primeros quince minutos hicieron pensar en otra cosa diferente: presión adelantada, recuperación rápida de balón, verticalidad y remates. En torno al minuto 10, el Madrid había tenido un 80% de posesión, pero también había lanzado dos córners, había rematado tres veces a puerta y una fuera. En los 85 minutos restantes, remató otras tres veces entre los tres palos, lo cual da idea de la diferencia entre un periodo y el otro. Ceballos, Bale y Benzema, elegidos para dirigir las acciones ofensivas, mostraban movilidad y llevaban peligro en ese inicio, y tanto los laterales como el centro del campo clásico (Casemiro, Kroos, Modric) salían de la presión del Alavés con facilidad, mediante combinaciones en corto, movimientos rápidos y pases y centros veloces.
Pero, a partir del minuto 15, el equipo blanco comenzó a bajar el ritmo y a caer en la misma tendencia de partidos anteriores: juego horizontal, pases seguros y retrasados, y un dominio que no conducía a la búsqueda de la portería rival, que había cerrado el espacio entre sus líneas, y que dificultaba la circulación del balón por dentro. Ceballos, que había empezado el partido a gran nivel, comenzó a perder balones y a empeñarse en regates que no encontraban salida ante la presión defensiva del Alavés, plena de ayudas. Un Nacho romo en la iniciativa para romper en ataque dejaba solo la banda derecha, a cargo de Odriozola, como punta de lanza gracias a diagonales lanzadas por Ramos o Kroos. Pero la colocación de los defensas de la escuadra vitoriana, y su balance defensivo, generaban situaciones de dos y tres contra uno contra el joven lateral madridista que, aun así, fue el más destacado del equipo. Ramos y Varane jugaban el balón atrás con Courtois o hacia los lados, pero no había incorporaciones para buscar la sorpresa y fracturar de alguna manera el sistema del Alavés. El equipo vitoriano apenas generaba peligro, pero Varane tuvo que despejar de forma espectacular un balón, casi bajo palos, en torno al minuto 26 de partido. Se llegó al descanso con la sensación de deja-vú que transmitía un Madrid plano, vulgar, voluntarioso pero sin lo que le ha ha hecho grande en años anteriores: un factor diferencial. Quizá –sólo quizá- la no presencia de Marcelo e Isco tienen que ver con la ausencia de creatividad, de desequilibrio, que ha roto muchos partidos de estos años.
Buscando soluciones, Lopetegui decidió relevar en el descanso a un Benzema gris, tras un inicio más dinámico, por Mariano, esa figura que promete ebullición en el área, que aparentemente era lo que faltaba. Y es cierto que su presencia se notó, pero fue tan intrascendente como la del francés. Mariano es, probablemente por las circunstancias de su fichaje sobre todo, una figura cuyo potencial se sobrevalora respecto a su capacidad real de rendimiento. Aportó, en el inicio de la segunda parte, lo que se espera de él: presión al hombre, potencia, y presencia en el área, con dos jugadas señaladas. Una, en la que tres sucesivos recortes buscando la mejor posición para pegar al balón derivaron en que el defensa le quitó el balón, y un centro de Bale que él remató en el aire de manera floja e imprecisa. Y ahí se acabó su aportación ofensiva, en torno al minuto 60. El equipo no dejaba de jugar lento, pero seguro, y eso lo que aseguraba que el balón apenas llegar al área del Alavés, con lo que Mariano se quedó tan aislado como Benzema en la primera parte. Sólo un par de conexiones entre Modric, que tampoco estuvo a su mejor nivel, y Odriozola llevaron algo de peligro por la derecha, pero los centros del lateral vasco se quedaron sin remate porque no miró dónde ponía el balón. Asensio entraba para la media hora final, pero su aportación fue también intrascendente, participando en ese movimiento de derecha a izquierda y de izquierda a derecha del balón, pasando por los pies de medio equipo, en que se ha convertido la táctica del Real Madrid, y poco más. A diferencia de la primera parte, y con un Madrid algo más partido en el medio desde el descanso, el Alavés comenzó a lanzar contraataques con peligro. Si antes del descanso el equipo vasco no había tirado ni una sola vez a puerta, durante la segunda parte tuvo hasta siete oportunidades, de las que cuatro fueron remates entre los tres palos.
Quedaba un cuarto de hora y el Madrid trataba de asediar el área vitoriana, ya con centros desde la izquierda de Nacho, ya desde la derecha, cuando Gareth Bale hizo gestos evidentes de pedir el cambio. Vinicius se preparaba para entrar, y se produjo otra de esas situaciones que dicen mucho de la situación actual del equipo madridista: tras unos minutos de vagar por el campo sin correr por su estado físico, y ante la señalización de una falta a favor del Real Madrid cerca de la frontal del área del Alavés, Bale se aproximó y dijo que la lanzaba él, ante la sorpresa de propios y extraños. El balón, lanzado con potencia, fue detenido en dos tiempos por Pacheco, y dos minutos después, Vinicius entraba por el galés. El que Gareth Bale lanzara esa falta estando lesionado (o con molestias, lo mismo da), y estando en el campo Asensio, que puede lanzarlas desde ese perfil, no se explica de ninguna manera racional. Y, al igual que en su momento mostré mis dudas por aquellos lanzamientos sin sentido de Sergio Ramos, lo de hoy invita a pensar que Lopetegui debería tomar un papel algo más activo en este asunto, siendo él quien decide quién y cuándo tira las faltas. Tampoco estaría de más ver algún tipo de falta ensayada, alguna jugada de estrategia, porque este apartado no parece diferenciarse mucho de épocas anteriores, y comienza a ser una necesidad para un equipo con problemas en los últimos partidos para marcar goles.
La entrada de Vinicius tampoco solucionó la crisis de ideas del equipo: la circulación siguió en un tono lento, bajo, y muy en corto, las transiciones eran lentas, y el Alavés ya había decidido instalarse cómodamente en la frontal de su área en dos líneas, preparando el lanzamiento de contras a la primera oportunidad, en las que Jony, desde la espalda de Odriozola, tuvo un papel protagonista en los últimos veinte minutos de partido. Resulta llamativo que Pacheco, portero del equipo vitoriano, resultara levemente lesionado en un choque con Mariano, y jugara esos últimos veinte minutos renqueando, y sin ser apenas exigido por remate alguno del equipo blanco. El juego discurría de una forma igual de plana, con más voluntad que acierto, hasta el minuto final del descuento, en que Courtois falló por alto y el Alavés certificó el final del partido con su gol.
Ahora llega otro parón liguero para los partidos de selecciones internacionales, y esta derrota se ha producido en el peor momento posible: las especulaciones respecto al estado del equipo y la confianza en el entrenador se darán con más frecuencia e intensidad que si se hubiera ganado, como era de esperar. Pero, más allá de las interferencias externas de los medios periodísticos, ante las que el madridismo debería cerrar filas de manera decidida, queda un proceso de profunda reflexión sobre el cambio que necesita el equipo.
Como he comentado otras veces, no soy partidario de la destitución de Lopetegui. Hay quien defiende que hay que darle un margen de confianza por lo ocurrido con su cese al frente de la selección española en este verano pasado y no estoy de acuerdo. Creo que Lopetegui se merece ese margen por otro motivo bien diferente: ha asumido el desafío de sustituir a un entrenador con el que se ganaron muchos títulos internacionales (todos) y nacionales (menos) en los dos últimos años y medio, una auténtica leyenda del club. Igualar su legado es una tarea casi imposible, que se hace aún más difícil sin el buque insignia en el campo que era Cristiano Ronaldo, en términos goleadores y de personalidad. Solamente por haber tenido la valentía de aceptar este reto, merece que el madridismo deposite toda su confianza en su labor. Pero, como decíamos en la anterior crónica, es importante que él mismo analice lo que ocurre y ponga en marcha modificaciones en el estilo de juego que permitan explotar al máximo las virtudes de los jugadores de la plantilla. Algo hay en este sistema que minimiza esas virtudes y que hay que detectar y cambiar. Porque la tendencia actual, de seguir así, se convertirá en una losa que lastrará el rendimiento del equipo y le hará entrar en una dinámica pesimista de las que, por lo general, es muy difícil salir.
Imagenes: realmadrid.com