Un articulo de: @danipuerto6
El Madrid es el demonio, es así, es el demonio para todo aquel que no es del Madrid. Que el Madrid es un club odiado y envidiado a partes iguales lo sabemos todos, lo es porque a las épocas más felices de cualquier club en este país les ha puesto fin el Madrid, porque el Madrid no juega, gana. Mientras otros acuñan sistemas de juego y presumen de ello, mientras otros adoctrinan al resto y se erigen en garantes de una forma determinada de jugar, el Madrid gana, por encima de tácticas o estilos, de estados de forma, el Madrid gana y resume así ciento y tantos años de historia. Esa obsesión por el triunfo ha generado una legión de “antis”, gentes que teniendo sus equipos, teniendo sus colores, se definen en primer lugar como antimadridistas, para luego hablar a favor del supuesto club al que le profesan amor y lealtad.
El mayor espectáculo al que se puede asistir para ver una puesta en escena antimadridista es la Copa del Rey de baloncesto. Nos venden que es un hermanamiento de aficiones y es cierto sí, siete de ellas hermanadas contra una, contra la del Madrid. Habrá quien lea esto y se rasgue las vestiduras, que hable de “lloros”, pero la realidad es que sólo hay que sentarse a ver un cruce de copa para entender lo que digo. Ahora, los “antis” justifican que ir contra el Madrid es ir contra el que gana siempre, ese David contra Goliat que queda de lujo, ese maldito postureo, ese “bienquedismo” mentiroso que evita que éstos atolondrados cuenten su verdad, que no es otra que ver perder a los blancos independientemente de la situación en la que lleguen les pone como motos. A tanto llega la psicosis, que incluso un comentarista televisivo dijo en directo algo así como: “Que pierda el Madrid es bueno para el baloncesto”… Y hasta ahí hemos llegado, que una derrota madridista beneficie a todo un deporte.
La realidad dicta que el Madrid llegó en un mal momento a ésta Copa, dice que los jugadores que debían tirar del carro llegaban exhaustos o con la cabeza más allá del Atlántico y con todos esos condicionantes el triunfo final se antojaba más complicado, no digo imposible, porque los de Laso son la versión española del Olympiacos griego, has de matarles ocho veces en cada partido para que no se vuelvan a levantar y aún así, después de muertos por derrota deportiva, te estarán esperando con el cuchillo entre los dientes para cuando te vuelvas a enfrentar a ellos. El cruce ante Unicaja marcó una tendencia negativa, contra Iberostar pese a la clara victoria se acentuó y contra el Barça, dos cuartos (segundo y tercero) que pasan por ser de lo peor que le hemos visto a éste equipo desde que Laso es comandante en jefe en el Madrid. Con todo eso y cuando peor pintaba, otra vez la fe para meterse en un partido (la final) que poco antes se perdía de paliza, digo fe porque baloncesto el Madrid exhibió poco.
Ese equipo que llegaba muerto, sin ideas, sin baloncesto y sin apoyos, salvo el de unos cuantos irreductibles que no fallan nunca (me postro ante vosotros), se envalentonó ante ese Barcelona humilde de los más de 30 millones de presupuesto, al que sus jugadores, honrados a más no poder, tuvieron que hacer la cama a su antiguo entrenador por el bien del club, presentándose como la “cenicienta” de entre los ocho, con menos probabilidades aún de triunfo que el Fuenlabrada (según sus diarios afines). Ese Barça metamorfoseado cual power ranger que llevaba 18 puntos de ventaja, manchó su ropa interior cuando el Madrid se desperezó y comenzó a correr y saltar en la cancha como pollos sin cabeza, ese equipo al que Harry Pesic tocó con su varita mágica y convirtió en poco más de seis días en los Lakers de Magic y Jabbar, entró en pánico y todos esos gestos hacia la grada, todas esos gestos desafiantes, esos mismos que suponen una crítica constante a Doncic, se convirtieron en aspavientos, estertores de un miedo crónico, ese miedo al “nos lo van a volver a hacer de nuevo”.
El Madrid a pocos segundos de acabar, le había hecho al Barça la del Cid Campeador, le estaba remontando un partido después de muerto. Pero he ahí que el antimadridismo asomó de nuevo personificándose en un tal Peruga, uno de esos árbitros que pasará al santoral culé como antes lo hicieran Aytekin, Obrevo, Neyro o Hierrezuelo, esos a quien el culé “reza” cuando sólo con sus habilidades deportivas no les llega para ganar. Así, el amigo Peruga, tipo imparcial aunque trolease a Doncic en su twitter personal, se comió una falta a Taylor por parte de Claver que sólo él no vio de cuantos asistieron a ese lance, ya fuera en directo o a través del televisor. Tras ese error grosero del colegiado, acabó el partido y podríamos decir que también las hostilidades, aquello de: “Lo que ocurre en la cancha, se queda en la cancha”, pero es precisamente cuando los jugadores normales se relajan que se hacen grandes los cobardes, en este caso Pierre Oriola. El genial cómico culé (explicaré luego lo de cómico) en su carrera por festejar “su” triunfo, agredió a Causeur y arrolló a Doncic, todo muy legal, porque luego y a través de un tweet, contó que todo había sido fortuito, que él no es ese tipo de jugador. Al más puro estilo del Club de la Comedia, el amigo Oriola lograba triunfar con su vis cómica como si de Joaquín Reyes se tratase, tomando por tonto al personal y amparado en ese buenísmo que al zoquete blaugrana se le permite para justificar cualquier fechoría, léase Piqué, Alba, Suárez u otro que juega con las manos como Navarro.
Y así finalizaba ésta copa, una que por el bien del baloncesto debía perder el Madrid y debía ganarla cualquier otro, una copa marcada desde hace un año por el “era campo atrás”, no esperéis un “era faltas de Claver” cuando los de Pesic visiten cualquier cancha, una copa que tenía un ganador anticipado, uno que jamás fue el Real Madrid.