OPINIÓN | Breve semblanza de un madridista insignificante

Un articulo de: @Javiervive

Mi madridismo es de otra época, un madridismo en vías de extinción. Este club ya es otra cosa, nos guste o no, no es el club con el que hemos crecido los que somos más maduritos. Tengo 50 años, medio siglo me contempla. He sido socio del Real Madrid desde los 5 hasta los 46. 41 años de socio. Toda mi vida.

Mi padre me hizo socio a los 5 añitos, murió cuando yo tenía 15. Afortunadamente, mal que mal, gracias a mis hermanos, se pudieron seguir pagando las cuotas, y continué yendo a mi fondo norte, de pie, respirando el humo de los puros con sabor a fútbol, y gozando del aroma dulce del tabaco de pipa. Adherido de frío, calado hasta los huesos otras veces, pero en una maravillosa congestión de madridismo. Abrazando desconocidos en las victorias, enterrando mi mirada en otros ojos atribulados, en las derrotas.

He disfrutado, jaleado, enloquecido, llorado; me han ardido las palmas de las manos, se me ha encogido el corazón, me he pillado alguna pulmonía, he vuelto triste a casa, y cabreado, y enfurecido, y feliz… Este Madrid de mi vida me ha hecho viajar en una montaña rusa de emociones. Este Madrid, en cierto modo, le ha dado sentido a mi existencia. Para colmo, este Madrid de mi alma me ha hecho conocer gente extraordinaria, como la que comparte conmigo el privilegio de formar parte de esta web y podcast; gente como vosotros, que sufrís y disfrutáis por lo mismo que yo.

Todo esto se lo debo a mi padre, que me inoculó este veneno blanco. Bendito veneno. Un padre cuyo recuerdo  traicioné hace 4 años, cuando, por avatares de la vida, tuve que dejar mi abono primero, y mi carnet de socio después. La vida te espera tras cualquier esquina para hacer tambalearse la tierra que te sostiene. Yo tuve que elegir entre pagar las cuotas o dar de comer a mi hija. Un capricho de mi hija vale más que mi vida entera, así que, con lágrimas en los ojos, lágrimas reales, espesas, lágrimas gruesas, lágrimas amargas hasta lo inimaginable, dejé de ser socio del Real Madrid. Dejé de ser lo que había sido toda mi vida. Dejé de ser lo que mi padre me hizo ser a los 5 años.

No, ya no soy socio del Madrid. La vida me quitó el carnet, sin ambages, sin compasión, sin contemplaciones. Aquel papel plastificado representaba unos valores, un modo de ser; aquel papel plastificado era yo. La rutina de una existencia cambió de golpe; tuve que aprender a no ser socio del Real Madrid. Y en aquel aprendizaje me sentí más madridista que nunca. Mi alma es mi carnet ahora. Y ese carnet no me lo va quitar nadie. Ese carnet se está muriendo conmigo, día a día, hasta el fin.

El Madrid me duele, el Madrid me lleva a la euforia y a la amargura. El Madrid es mi padre, mis risas y mis llantos, el recuerdo de sus besos cuando marcábamos un gol, de sus lamentos cuando lo encajábamos. El Madrid es mi vida. Pero mi Madrid ya es otro. Ese Madrid del que hablo se aleja, y yo me alejo junto a él.

Todo esto me permito decirlo también en nombre de mis compañeros de esta web y de algunos de vosotros que me comprenderéis. Muchos, en estas horas bajas, estamos criticando a nuestro equipo del alma, sí, porque nos duele, porque lo llevamos dentro, porque lo sentimos herido. Hemos gozado juntos y ahora sufrimos juntos, anhelando una buena gestión que nos devuelva a la normalidad. ¡Exigiendo esa buena gestión!.

Sé que algunos sentiréis lo mismo, o nos comprenderéis al menos. Otros nos faltaréis al respeto, nos insultaréis, nos quitaréis no sé qué carnet o nos echaréis por la borda de no sé qué barco. No deberíais molestaros en hacerlo. Personalmente yo ya me bajé de ese barco hace tiempo. Este neo madridismo de rodillas ensangrentadas, servil y complacido, no es el mío. Si este es el madridismo del siglo XXI, perdonadme, pero yo no navegaré por esas aguas.

Esta es la breve semblanza de un madridista insignificante, un mindundi de tres al cuarto, con el corazón más blanco que la nieve. Este es un pequeño atisbo de un tipo de madridismo que languidece, avasallado por la furia empresarial, por la inanidad y la indolencia; por la frialdad, el conformismo y la idolatría. Mi madridismo es de una época en que nada era suficiente, en que la expresión “más y mejor” nos definía. Un madridismo de cercanías, familiar, un madridismo embarrado, sangriento, doliente, casposo tal vez, pero apasionante.

Mi madridismo se muere, sí, soy consciente. Con él muere también mi pasión y mi fervor. Mi Madrid y yo somos como un matrimonio envejecido, que viven su tiempo mirándose con ojos nostálgicos. Mi Madrid y yo nos vamos alejando con paso trémulo, las manos entrelazadas, y alguna tibia lágrima recorriendo los surcos del tiempo. Aquí dejamos a este nuevo, resplandeciente y glorioso Real Madrid, pagado de sí mismo, vanagloriado, triunfador, viviendo en la perfecta modernidad empresarial. Aquí lo dejamos, esperando que salga de su circunstancial crisis deportiva para continuar su travesía hacia la vacuidad y el nihilismo.

Me alejo, sí. Pero siempre estaré dispuesto a volver sobre mis pasos. Tal vez aún haya esperanza. Feliz viaje.

Mi viejo Madrid y yo ya somos dos puntitos, apenas visibles, en el brumoso horizonte.

 

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