Un articulo de: @Mrsambo92
Con toda seguridad me quiere, no lo sabe, pero me quiere. Me tiene cariño, a mí y a todos los que le defendemos (no tiene tanto mérito defender a una descomunal leyenda), porque siempre nos deja bien, nos da la razón con hechos, con números, con actos. Es su forma de darnos un multitudinario abrazo a sus anónimos paladines.
Recurrentemente vuelvo sobre su persona, es inevitable. He escrito mucho sobre él, incluso sobre su vida personal, más allá de la deportiva, sobre ese espíritu infantil incomprendido, que mantiene, ese carácter forjado desde la infancia, ahora absolutamente maduro y entregado a este club, que es, indiscutiblemente, el de sus amores, pero quizá no he hecho hincapié en una de las cualidades que más me fascinan de él. Su fortaleza mental.
Insaciable, su fortaleza mental, de jugador de leyenda, que le ha llevado a derribar mitos y récords como se derrumba un castillo de naipes mal hecho, a escabullirse de las trampas de los mediocres como esa pluma que intentan cazar los espectadores de una película en 3D, es sencillamente asombrosa. Sin parangón.
Sus últimas demostraciones de fortaleza mental las hemos tenido en cuartos y semifinales de Champions. Unos pocos le pitaron a pesar de ser el mejor jugador en la ida contra el Bayern, donde desbordó, provocó expulsiones, dio asistencias, creó ocasiones y marcó los dos goles de su equipo. Por si fuera poco, desde medios alemanes lanzaron unas lamentables acusaciones contra el jugador, que ya tuvo que vivir algo parecido en otras épocas. Acusaciones de las que se hicieron eco, cómo no, determinados medios españoles. En vez de apoyar con más fuerza que nunca a su leyenda, parte del público del Bernabéu le pitó.
Tomó la palabra y su respuesta fue contundente. Otros tres goles para sellar, con su más bella firma, el pase a semifinales con números legendarios. Cinco goles en una eliminatoria de Champions contra un equipazo como el Bayern. Luego, y tras perder el clásico, se puso el mundo por montera y marcó otro hat-trick en Champions, ahora en semifinales, contra el Atlético de Madrid, uno de los equipos que mejor defienden de Europa.
Indudablemente, cualquier otro jugador, cualquiera, se hubiera hundido, se habría limitado a cumplir el expediente o a poner excusas (bien las tenía), a maldecir… Él simplemente hizo lo que lleva haciendo desde que llegó: partirse la cara por el Real Madrid, darlo todo y marcar goles como no ha marcado nadie en la historia del club más prestigioso y exitoso de la historia.
Aunque le pusieron muchas trampas y zancadillas, como el hábil jugador que es, se zafó de todas: No marcaba contra equipos importantes ni aparecía en partidos determinantes; si marcaba nunca era el primer gol; no hacía regates en seco o en mojado; era muy chupón y sólo buscaba su gloria; sólo metía goles de falta; no metía goles de falta; luego no marcaba contra el Barcelona; luego no iba a aceptar rotaciones ni cambios; no iba a variar su rol (su evolución está siendo sencillamente ejemplar, adelgazando además tres kilos, potenciando el tren inferior y reduciendo el superior este año)… En el fondo, todo esto, especialmente si no fuera por el eco mediático que lo infla, siempre ha sido sencillo de refutar, porque parte de chapuceras mentiras, pero aquí, en el Madrid, sus argumentos han sido tan abrumadores que cada vez que escuchas alguna de esas chorradas ya sólo la carcajada suele ser la réplica adecuada.
Nada de eso le hace mella. Lo complicado de verdad para nuestra leyenda, que quedó lógicamente desconcertado ante una realidad que no entendía durante bastante tiempo, fue morderse las botas para no soltar cuatro chillidos a la pazguata afición madridista que se ha dedicado a ningunearle desde que llegó. Cuando no era pitándole era asumiendo de la A la Z los postulados anteriores y otros muchos cacareados por la prensa deportiva y el antimadridismo. O “pajiplantilleando” y “pajidiseñando” el Madrid del futuro, donde esta leyenda sobraría desde hace tres o cuatro años. Menos mal que estos expertos de twitter no dirigen el club ni diseñan las plantillas, cosa que he repetido hasta la extenuación, porque nuestro único destino sería la segunda división…
Obtusos expertos que formaban el Madrid del futuro, porque nunca están a gusto en el presente, es algo que les incomoda, como una áspera y pequeña chaqueta, en base a Bale y James, o a cualquier otro jugador que estuviera fuera del club y su fichaje se antojara indispensable, porque esos son siempre los buenos, los que no están… Dios nos libre de los “pajiaficionados”… ¡Y que el Madrid se libre de ellos!
Rápido, ágil y decisivo, así lo estamos viendo en este final de temporada. Es una evidencia que aún tiene fuerza y velocidad de sobra para encarar y desbordar, se ha visto desde principios de año, mucho más fresco, vertical y decidido, pero su juego ha cambiado, sobre todo mentalmente. Antes según cogía el balón tenía la portería fijada entre ceja y ceja y sabía que se llevaría a cuantos defensas se le pusieran por delante. Ahora duda, su carrera es más indecisa buscando el apoyo, por eso en ocasiones parece menos determinado y acierta menos en el desborde, porque su concepción del juego ha cambiado. Se está adaptando.
Obviamente ha perdido velocidad, es ley de vida, seguro, pero es un jugador que puede perder aún mucha antes de no poder desbordar porque tenía de sobra, tanto velocidad como potencia como habilidad.
No en balde, esa nueva mentalidad le lleva a la idea de que no tiene porqué llevar él el balón al área o sus inmediaciones, que puede delegar en sus compañeros, pero que debe estar en el sitio para cuando ese balón llegue. No le gusta la posición de nueve, es contraria a su estilo de toda la vida, no está cómodo jugando de espaldas, pero su inteligencia es descomunal y sabe aprovechar los espacios. Él no está, él llega. Y su velocidad, esa que ahora no aplica tanto para el desborde, refulge centelleante en los desmarques, siempre anticipándose al contrario, siempre ganando en carrera a la defensa para efectuar el remate. Observen los desmarques que está lanzando continuamente, explosivos, durante todo el partido. Ya me dirán.
Así mismo, siempre me hizo gracia que alguno le redujera a un producto de gimnasio, cuando su manejo del balón es excelso y siempre fue un gambeteador total, en velocidad y en recursos. Él es como el mejor Zidane, batiendo récords de asistencias; como el mejor Figo, en sus desbordes por banda y centros de calidad; como el mejor Ronaldo en sus desbordes en carrera, potencia y velocidad; como el mejor Hugo Sánchez, con sus remates de todo tipo… Un jugador de inteligencia descomunal, que comenzó jugando por banda derecha poniendo balones, que pasó a la izquierda para convertirse en asesino nuclear, adquiriendo ahora tintes de rematador para sumar a su arsenal… Quién no vea sus cualidades y evolución está muy ciego o le puede el odio.
Larga vida a este jugador legendario, que estoy convencido de que a pesar de no haberse criado en La Fábrica es hombre de club, de los que gustarían de retirarse aquí, porque sólo ha demostrado madridismo, ese que le corría por las venas antes de llegar. Siempre lo he dicho, nunca me estorbarán estos jugadores, y mientras asuma sus distintos roles conforme avance su carrera en el club sería un orgullo que colgara sus botas competitivas en el Madrid.
Dos destinos que tenían que encontrarse. Porque estos mitos, seres sacados de tiempos extintos, lo son todo, lo grande y lo pequeño. Esa totalidad no se escenificó en el pase a semifinales de la Champions en una gran gesta deportiva (que también, lo grande), sino con un beso y un abrazo de hijo al entrañable Herrerín (lo pequeño), cerrando ese círculo absoluto de gloria de un club y su jugador más importante en décadas.
Orgullo y emoción es lo que sentí en ese postpartido, en las celebraciones y palabras de los nuestros. La súplica, porque iba más allá de la petición, sin rencor ni rabia alguna, desde la normalidad y naturalidad, de que los suyos, en su casa, no le pitaran, que no quería nada más que eso, es una de las más bellas, sutiles y conmovedoras declaraciones de amor al club que recuerdo sin buscar el discurso fácil y obvio, a menudo impostado, que atraiga el aplauso tribunero. La leyenda más sosegada, atemperada en su vehemencia.