CRÓNICA | Rutilante: Real Madrid 2 – 0 Celta

Una crónica de: @MiedoEscenico

Volvía el Real Madrid a ese mal sueño que resulta, a estas alturas, la Liga, después de conquistar Londres en el partido que le dio el pase a las semifinales de la máxima competición europea. Para enfrentar al Celta de Vigo en el Santiago Bernabéu, Ancelotti había optado por las rotaciones en diferentes puestos, añadidas al maltrecho estado del flanco izquierdo titular de la defensa blanca. Saltaron al campo Courtois; Nacho, Militao, Rüdiger, Camavinga; Tchouameni, Ceballos, Valverde; Asensio, Benzema y Vinicius.

Hay que decir que, durante los primeros veinte minutos, el Madrid no entendió muy bien de lo que iba la cosa. El Celta se encontró cómodo, nadie le presionaba arriba (al menos, con fe) y jugaba fácil, con el equipo compacto y repartido en tres líneas con menos de 30 metros entre ellas. En el lado blanco, los centrocampistas estaban más decididos a conducir en mitad de esa jungla, en vez de tocar la pelota lo justo y moverse, con lo que el partido se asemejaba a un puré de piedras con un toque de hormigón. Más espeso que las explicaciones de Laporta, vaya.

Únicamente Valverde parecía entender que el juego sólo se dominaría desde el pase y movimiento sin balón, pero nadie seguía su ejemplo, empeñados en arriesgar por exceso de conducción o de confianza en pases de riesgo, mientras esperaban el balón al pie. Un córner lanzado por Asensio y rematado fuera por Tchouameni, acompañado de unos cuantos porcamiserias y laputtanadimerda de Ancelotti, parecieron ser las espoletas que dispararon la aparición de mejores ideas en el conjunto local. Ceballos, Tchouameni y Asensio comenzaron a tocar de una manera más rápida, Benzema salió del monasterio de clausura para asomarse a combinar en la frontal del área, y el juego comenzó a fluir.

Imagen: realmadrid.com 

Dos remates desde fuera del área de Benzema y Asensio en los siguientes dos minutos fueron la confirmación de que se había desperezado el monstruo y había abierto el ojo. A ellos los siguieron otro de Ceballos, desaprovechando una buena contra, y otro de Nacho con la izquierda, que también salieron fuera, pero se iba atisbando que el Celta era una manta corta y, o concentraba la defensa en el área, o salía a la frontal, pero no las dos cosas. Una sucesión de centros al área y una falta lanzada por Benzema como si hubiera desayunado poco, floja y a la barrera, fueron los siguientes sucesos que fueron acercando al Madrid al gol.

Y, en el minuto 42, llegó. Ceballos, inconmensurable toda la noche en la recuperación de balón, envió un fantástico pase en profundidad a Vinicius con un caño, y el brasileño entró como un machete en el área. Puso el balón donde sabe que siempre aparece algún cliente, Benzema pasó arrastrando a la defensa y Asensio, llegando al sitio justo en el momento adecuado, remató, la pelota tropezó en un defensa, y acabó dentro de la portería. El gol no dejaba de ser una justa recompensa a un auténtico bombardeo madridista de los veinte minutos anteriores, y sirvió para llegar al descanso en ventaja.

La sensación al inicio de la segunda parte fue que seguía el mismo guión que en el final de la primera: un Madrid dominador pero más tranquilo, y un Celta que empezaba a buscar alguna forma diferente de encontrar el empate. Apenas tres minutos después de la reanudación, Asensio puso un córner en el sitio justo donde Militao, imperial toda la noche atrás, además añadió a su hoja de méritos un cabezazo nítido, claro y colocado, que hizo subir el 2-0 al marcador. De ahí en adelante, el Madrid se dedicó a controlar el partido, ora replegado, ora desplegado, pero siempre con la sensación de que el botín era suyo.

Imagen: realmadrid.com 

Dentro de toda esta demostración de control, nos quedó la sensación de que a Benzema le está pesando la parte final del Ramadán, porque le vimos como si llevara en los bolsillos cuatro cantos rodados, y en las botas chinchetas. De hecho, cambió unas botas naranjas con las que jugó la primera mitad por otras azules para la segunda y, aunque mejoró algo, siguió dando la sensación de que le costaba un mundo seguir algunas jugadas, aparte de resbalarse un par de veces en momentos importantes.

Pudimos comprobar que el césped -el cuarto desde que empezó la temporada- iba, poco a poco, convirtiéndose en un problema para los jugadores, que se resbalaban en algunas jugadas y erraban remates en otras. Quien sabe el motivo, pero está claro que hay un problema ahí. También pudimos comprobar que Asensio está en un momento dulce, no sólo por la efectividad (ya 11 goles y 7 asistencias en lo que va de temporada) sino por el cada vez mayor compromiso que muestra en tareas defensivas.

Pudimos ver también a Valverde funcionando como un mecanismo perfecto, tapando donde algo se descubría, rompiendo líneas cuando era necesario y moviendo la pelota con inteligencia. Dani Ceballos es otro de esos jugadores que, cuanto más juega, mejor lo hace. Esta noche lo suyo fue un curso acelerado de amor propio, especialmente tras cada balón perdido por el equipo, que le hacía saltar como un resorte para iniciar la presión y, en bastantes ocasiones, recuperar la pelota, el orgullo y la autoestima. 

Imagen: realmadrid.com 

También vimos a un Tchouameni superando esa versión taciturna, lenta y depresiva que veníamos notando en él desde el Mundial. Se le vio más proactivo, dinámico y participativo que en partidos anteriores, y fue una alegría que fuera así. Y a Rudiger, junto a Militao, cerrando el paso prácticamente a cualquier intento del Celta en el área, responsables directos de que solamente hubiera dos remates celestes a puerta. Ambos centrales, firmes en la posición y atentos a los marcajes, apagaron la estrella de Aspas, Seferovic y Paçiençia durante la práctica totalidad del partido.

Pero, probablemente, si hubo una figura que destacó en el partido, y especialmente en la segunda parte, fue la de Eduardo I Camavinga. Desde la posición de lateral izquierdo o, en los últimos minutos, como parte del doble pivote, el francés desplegó una capacidad física impresionante, feroz en el corte, elegante en el porte y, sobre todo, virguero en momentos en que era la mejor solución: anoche comprobamos que es un futbolista que no regala los lujos, sino que tira de ellos como recurso cuando son prácticos para dar a la jugada lo que verdaderamente necesita. 

Más allá de las exclamaciones de asombro del Bernabéu ante estas muestras de clase, lo que convirtió a Camavinga en la estrella rutilante de este partido fue su influencia en casi todo lo que hizo bien el equipo, partiendo desde una esquina del campo. La recuperación que hizo a la hora de partido, a la carrera, para robar el balón a Aspas, partiendo desde veinte metros más atrás, dice algo más de él que lo que tiene que ver con su potencia física: cuando un chaval de 20 años se responsabiliza de esa manera de defender una jugada así, hay un hombre grande ahí.

Imagen: realmadrid.com 

Justo después de esa carrera desesperada del francés, llegó una gran jugada de Vinicius, que atormentó incesantemente a Kevin y Tapia, aunque con menos acierto que en partidos previos. El brasileño, en un cambio de ritmo imparable, se plantó en la línea de fondo y puso un balón para el remate de Benzema, que la picó al primer palo, pero Villar la paró como pudo. Entró Lucas Vázquez por un Asensio ovacionado a falta de un cuarto de hora, y todo el equipo se recolocó para que el gallego ocupara el lateral derecho, Nacho pasara al izquierdo y Camavinga, como decíamos, ocupara la posición de medio centro.

Ahí llegó el momento de gloria de cada partido del coloso belga que defiende los tres palos: Aspas consiguió plantarse, uno contra uno, frente a él, le aguantó el recorte, y acabó sacando el remate con oficio y sin perder la calma. Courtois se ha convertido, entre otras cosas, en el hermano mayor que da calma y tranquilidad a sus compañeros, desde cada milímetro de sus guantes. Faltando ocho minutos, entraron Rodrygo y su padre, Modric, para dar descanso a un desfondado Ceballos y un chispeante Vinicius. El croata fue recibido, una vez más, con una ovación repleta de cariño y reconocimiento, y correspondió con diez minutos plenos de inteligencia y movimiento, que no fueron acompañados por, especialmente, Lucas Vázquez, que no estuvo afortunado en lo que jugó.

Con los tres puntos en el bolsillo, el equipo madridista ha superado la primera etapa de este tramo de Liga en que se juega dos veces por semana y que desembocará en la final de la Copa del Rey. De momento, a seguir cumpliendo con el deber de ganar, y a viajar a Girona para enfrentar al martes al equipo de Roures, otra de esas irregularidades extrañas de este fútbol español que cada vez parece tener más raíces podridas.