Una crónica de: @MiedoEscenico2
Tenía como treinta y cinco títulos para esta crónica, pero era difícil elegir algunos, sin meterme de lleno en la parcela que tan bien defiende para esta casa Nilo Campo en su sección de la Crónica Arbitral, que hoy es obligatorio leer. Allí encontrarán detalles de lo que ha pasado esta noche en el Bernabéu más acertados, y a mí se me hacía cuesta arriba contar lo que pasó durante la primera parte del partido, especialmente, sin utilizar insultos, palabras gruesas y sin llamar hijos de puta a unos cuantos. ¿Ven? Al final, se me acaba escapando de todas formas.
El Madrid salió a cerrar esta primera fase de la Liga, algo así como el Torneo Apertura que se juega en otras latitudes, con el equipo más cercano al titular posible. Valverde volvía a la banda derecha, Kroos y Modrić se reencontraban en la sala de máquinas con Tchouameni a sus espaldas, Rodrygo y Vinicius buscaban el gol y, atrás, la defensa y el portero que todavía son campeones de Liga, de Copa de Europa, y de las Supercopas jugadas este año 2022. Y salió al campo algo precipitado, quizás, tratando de ser dinámico pero sin conseguir dejar de ser algo impreciso, que es una combinación que ayuda poco a ganar los partidos.
El Cádiz, por su parte, visto lo ocurrido el lunes pasado en Vallecas, salió a imponer su ley mediante una estrategia muy clara: la hostia. Así, Vinicius se llevó unos cuantos viajes, por tierra, mar y aire, en los primeros veinte minutos, porque los de amarillo tenían claro que el árbitro sería tan condescendiente o más que los anteriores con los rivales del cuadro madridista. Iván Alejo, aquel pobre chico que se victimizó a base de bien hace un tiempo, después de una entrada de Casemiro, se dedicó a pegar, siempre que pudiera, al extremo brasileño, demostrando que lo de entonces era una pose, y que tiene más mala intención que fútbol en sus botas.
Imagen: realmadrid.com
El Madrid, a pesar del campo de minas que el Cádiz había planteado delante de Ledesma, trató de entrar por aquí y por allá, con Mendy más entonado que en partidos anteriores, con Lucas y Valverde tratando de erosionar el lado derecho, con Modrić dando un clínic de futbol, control y juego al primer toque, y con Kroos de vuelta en la central de operaciones, en su versión más alemana y más fiable, moviendo al equipo y el juego a su antojo, en modo káiser absoluto. Hubo remates de Lucas, de Valverde, del propio Kroos, de Rodrygo, pero o no llevaban la suficiente precisión, o no llevaban el suficiente veneno como para que el portero cadista no se hiciera con ellos.
El punto de inflexión llegó en el minuto 28. Fali, sin estar el balón de por medio, y desentendiéndose de por dónde iba la jugada, asestó a Rodrygo un puñetazo en la frontal del área. La jugada acabó con un remate desviado, y también con una tangana entre el propio Fali y Vinicius, que le recriminó la acción anterior, que el árbitro Soto (Tercer) Grado solventó con una salomónica amarilla para cada uno. Pero el caso es que la agresión de Fali, porque evidentemente era una AGRESIÓN, no fue vista por el colegiado ni, lo que es todavía más extraño, por Jaime Latre que, en vez de estar en el VAR para avisar de lo ocurrido, debía estar en un bar (con B) de copas, ligando con una australiana. Así, antes de la media hora, en cualquier liga normal de cualquier país normal, donde la corrupción no sea la principal seña de identidad, el equipo amarillo debería haberse quedado con diez jugadores en el campo. Pero esto es un país de charanga y pandereta, con una Liga de charanga y pandereta, y con un arbitraje de charanga y pandereta. Mérito de Tebas y Rubi.
Afortunadamente para el Real Madrid, en uno de sus múltiples ataques en este primer tiempo, hubo un desajuste defensivo del Cádiz, y un magnífico centro de Toni Kroos, lanzado con su catapulta milimétrica, llegó al punto justo donde Militao, solo, y antes de que llegara un defensa gaditano a romperle una pierna, cabeceó al fondo de la red y puso el 1-0 en el marcador. Que no decidía nada, pero daba tranquilidad. De ahí al descanso, Iván Alejo, San Emeterio, Fali y sus amigos, siguieron repartiendo leña, mientras Soto Grande miraba para otro lado, y mientras el madridismo deseaba que alguien con autoridad y sentido común le pusiera mirando para, qué se yo, Cuenca, por ejemplo.
Imagen: realmadrid.com
Acompañada esta ensalada de golpes de cierta inclinación teatrera, el resumen del primer tiempo fue que el Madrid acabó ganando 1-0 jugando contra once, pero con Vinicius y los dos centrales amonestados, mientras que el Cádiz se iba al descanso con solamente dos amarillas. Ganátelo en el campo, decían esa sarta de idiotas, cuando en el campo, en esta primera mitad, tenías que intentar salir con la dentadura entera. El inicio de la segunda parte vio a un Madrid algo más ancho en su disposición, y más incisivo en las acciones ofensivas, con lo que empezaron a multiplicarse las llegadas, como un remate de Lucas Vázquez con el exterior que salió cerca del poste, o un remate de Valverde, tras un pase de la muerte del gallego, que rebotó en un defensa y salió por encima del larguero.
Mientras tanto, el Cádiz tenía alguna llegada, como una de Rubén Sobrino, e Iván Alejo seguía a lo suyo, más dedicado a provocar a Vinicius con faltas y desplantes que a jugar. Tanto fue el cántaro a la fuente que, finalmente, vio la amarilla en el 55, tras casi una hora repartiendo sin castigo. En este tramo, lo más destacable era ver a Rodrygo corriendo en la presión, de aquí para allá, y cómo ese cansancio le acababa pasado factura en algunos controles o pases al espacio de sus compañeros, a los que no llegaba por puro agotamiento. El partido se iba abriendo, cada vez más, y rompiendo, con llegadas cada vez más claras del conjunto blanco, que iba cerrando el cerco sobre la portería visitante.
En el minuto 70, un córner botado por Modrić hacia el segundo palo, fue cabeceado hacia atrás por Militao, llegando a Toni Kroos, que abrió, a su vez, hacia Vinicius, acostado en banda izquierda. El brasileño trató de centrar al área, pero un defensa se interpuso, saliendo el rechace hacia la frontal. De pronto, vimos al mariscal de campo alemán arrancar en carrera y lanzarse a por el balón que caía, calculando sobre la marcha la trayectoria, la velocidad y el punto justo donde había que colisionar con él. Y Kroos empalmó una volea milimétrica, violenta y certera, que se coló como una exhalación en la meta contraria, y que mandó el 2-0 al marcador. Un premio más que merecido al que había sido, con diferencia, el mejor jugador del partido, tirano en el dominio, y sacrificado en el corte.
Imagen: realmadrid.com
A falta de diez minutos, una fantástica jugada de Vinicius por su banda, con sus patines atómicos echando chispas, le dio la suficiente ventaja para mirar y poner un pase horizontal al punto en el que entraban tres jugadores de blanco, en el borde del área pequeña. El agraciado fue Modrić pero, cuando todos veíamos el balón dentro, remató mal y salió cerca del poste, para nuestra sorpresa. Apenas un minuto después, una buena jugada del Cádiz, con un fantástico pase filtrado de Jose Mari para el desmarque en profundidad de Brian Ocampo, acabó con un remate de éste que rechazó Courtois, otro posterior de Negredo, que volvió a repeler el guardameta belga, y un tercero de Lucas Pérez que ya, irremisiblemente, entró duro y alto a la portería blanca. No me pregunten cómo es posible que un equipo como el Cádiz remate tres veces seguidas en el área del Madrid, porque yo tampoco me lo explico. Solamente una actitud defensiva excesivamente relajada puede permitirlo.
Todavía tuvo el Cádiz, antes del final, otra ocasión que le habría supuesto empatar el partido, pero el Pacha Espino, feo como un pie, remató levemente alto, de cabeza. Y todavía tuvo el Madrid llegadas que, en su caso, fueron desperdiciadas por el excesivo individualismo de Ceballos, o por la excesiva potencia de Valverde, que terminó el partido, otra vez, como si acabara de empezarlo. Así que no queda otra que dar por bueno el 2-1 final, pero que nos deja una sensación agridulce. Para ganar un partido en el que el Madrid dominó el balón, el remate y el territorio, hace falta que se superen obstáculos imprevistos como la negativa arbitral a aplicar las normas o el exceso de violencia de los rivales, tolerado por los colegiados.
Comentábamos hace un par de semanas, en estas mismas páginas, que la sensación en esta liga tebana, con estos arbitrajes a medida de un objetivo espurio, era de una absoluta pérdida de tiempo. No está muy claro si no será la propia Liga, con sus horarios y sus manejos, la Federación, con arbitrajes entre tendenciosos y, directamente, vergonzantes, u otros agentes, los que seguirán tratando de evitar por todos los medios que el Real Madrid acabe campeón. Lo único que nos hace mantener cierto interés en ella es la certeza, comprobada a lo largo de los años, a través de gestas legendarias, de que el único equipo capaz de superar todas esas adversidades viste de blanco y tiene un escudito redondo, y muchas Copas de Europa. Y de que no se rendirá. Jamás.