Una crónica de: @MiedoEscenico2
Una noche apacible en lo meteorológico traía el último partido del domingo, para que lo jugaran el Espanyol y el Real Madrid, en el RCDE Stadium de Cornellá. El equipo madridista, vestido de azabache y pistacho, salió con Courtois en la portería, vestido de rojo pasión, con una línea defensiva formada por Lucas Vázquez, Militao, Rudiger y Alaba. El centro del campo lo ocupaban, esta vez, Tchouameni, Kroos y Modric, una especie de TMK, con el apoyo de Valverde desde el ala derecha, y con Vinicius y Benzema en punta de ataque.
Ya nos había avisado @pepo2204 en su previa (por eso hay que leerlas) de que el entrenador de los periquitos era, en esta temporada, Diego Martínez, ese técnico que llevó al Granada a Europa, y que, en su etapa en el conjunto nazarí, planteaba cada partido contra los blancos con un patrón muy parecido: una presión asfixiante, un dibujo estrecho y cerrado, y eso que los antimadridistas llamaban “intensidad” hasta que lo hacían Pepe o Casemiro, que pasaba a considerarse violencia. Pues está claro que el entrenador vigués ha trasladado la misma receta a su nuevo equipo, porque el partido fue, en algunos tramos, lo que él quiso.
Los primeros diez minutos de juego fueron una sucesión de jugadas de ida y vuelta, con los dos equipos manteniendo poco la posesión, y dedicados más a provocar el error del rival que a fabricar jugadas. El Real Madrid, especialmente a partir de la conexión de Kroos y Modrić, y la solidez de Tchouameni en la zona de medios, fue creciendo a medida que avanzaba el tiempo, y la presión del equipo blanquiazul se iba haciendo menos alta, menos rápida y menos respetuosa. Vinicius arrancaba su patinete eléctrico y le generaba a Óscar Gil tremendos quebraderos de cabeza, aunque el lateral perico tampoco crean que se ponía a leer un libro de autoayuda, sino que aprovechaba cada oportunidad que tenía para sacudir al chaval brasileño, con la condescendencia del colegiado, del que ya les habla Nilo Campo en su Crónica Arbitral.
Imagen: realmadrid.com
Fue a los 12 minutos cuando Tchuameni dejó entrever que, debajo de ese mono de trabajo que aparenta llevar, asoma un traje de Ermenegildo Zegna, perfectamente planchado y sin una mota de polvo. El medio centro francés recibió en la zona de tres cuartos, condujo brevemente hacia el área y, viendo la diagonal que tiraba Vinicius -quizá escapándose de los abrazos de su marcador- le puso un balón filtrado, suave, pero que llevaba escritos en el cuero los cálculos exactos de dónde tenía que llegar exactamente. El extremo brasileño se hizo un Julio César. Es decir, llegó, miró, y cruzó el balón con clase y temple al otro palo, sin dejar de correr, para poner el 0-1 en el marcador.
El gol mantuvo un rato al Madrid entonado, con alguna llegada más al área contraria, especialmente mediante las galopadas y regates de Vinicius, que estaban minando la moral del equipo de Cornellá. Quizá fuera esa sensación de superioridad, o de que se ganaría por inercia, o de que no había que gastar más combustible del necesario, pero el caso es que el conjunto madridista empezó a bajar el ritmo, y el españolista vio la puerta entreabierta, metió el pie, empezó a morder, arañar y rascar balones, y fue tomando algo de confianza, y fue suyo el tramo desde el minuto 25 al 35. Tenían sembrado el campo de minas, habían colocado sacos terreros en la entrada al área, alambre de espino alrededor de los laterales, y contenedores ardiendo en el punto de penalti. Pasar era un dolor.
Tres pérdidas de balón seguidas incendiaron a Ancelotti, que transmitió ese cabreo al campo, para que el equipo dejara de andar haciendo el canelo. Y es cierto que se pusieron a ello, y que tanto Vinicius como Kroos lanzaron un par de remates que acabaron en córner, pero no con la decisión del principio. Y, en el minuto 42, un remate de Cabrera que salió rozando el palo de la portería de Courtois, fue el primer aviso. Lo siguiente fue una jugada algo caótica, con Joselu tirando una diagonal parecida a la que habíamos visto en el gol madridista, y rematando duro a la portería, sin que Militao llegara a evitarlo. Courtois rechazó la pelota con el cuerpo, la pelota fue a la chepa de Militao, y le volvió a caer a Joselu, botando. Y el segundo remate del gallego ya sí acabó en la red, y supuso el empate, 1-1, a falta de dos minutos para el descanso.
Imagen: realmadrid.com
El gol de la igualada pareció ser una especie de camión de cápsulas de antidepresivos para el cuadro españolista, que no solamente acabó el primer tiempo buscando más, sino que empezó la segunda parte con la misma intensidad, tratando de ponerse en ventaja. El Madrid no se dejó amedrentar, y respondió a cada intento de asalto perico con otros de igual empuje, con lo que el partido se hizo definitivamente abierto, intenso y se jugó a tumba abierta. No hemos hablado mucho de Vini Souza, pero iba por el campo con un pelacables y un alicate, tratando de cortar cada conexión entre los jugadores madridistas, hasta el punto de dar con Tchouameni en el suelo un par de veces, imagínense. El Vinicius españolista era intenso hasta llegar a guarrete, y acabó como solo pueden acabar ese tipo de jugadores, lesionado y retirado del campo a la hora de partido.
Justo antes, Ancelotti había ido valorando por dónde se estaba moviendo el encuentro, y había decidido incorporar a Rodrygo y Camavinga, dos auténticos especialistas en correr saltando trampas y obstáculos a campo abierto, por Valverde y Modrić. No se puede decir que le fuera mal la jugada, porque el equipo visitante gozó de acercamientos cada vez más peligrosos, y hay que decir que daba gusto ver a Camavinga correr, con sus pequeñas rastas al viento, saltando sacos terreros, escabulléndose entre el alambre de espino, y pisando casi de puntillas para esquivar las minas que había distribuido por su territorio el entrenador rival. Rodrygo, ya saben, parecía que entraba algo despistado al campo, pero tardó apenas diez minutos en tener el mapa del asunto, y se dedicó a revolotear por aquí y por allá en todo el frente de ataque, empezando a sacar de sus casillas a la defensa perica con pequeños sabotajes.
Hay que reservar un pequeño apartado de reconocimiento para ese ángel de la guarda, hoy vestido de rojo, que volvió a convertirse en el hombre de 50 pies y 37 brazos, negando a los delanteros españolistas la ilusión de marcar un gol más, siendo especialmente destacable el paradón que le hizo, rebosante de reflejos, a Joselu en un disparo a bocajarro tras otro rechace tonto en el área, poco después de los cambios. Bendito Thibaut, vamos a tener que rezarte todas las noches antes de irnos a la cama, incluso los que rezamos poco o nada. El caso es que el partido podía caerse de un lado o de otro, y parecía claro que lo iban a decidir pequeños detalles.
Imagen: realmadrid.com
Un detalle importante, llegado el último cuarto de hora de partido, fue que, para entonces, parecía que, desde el principio, a Benzema le habían cambiado su violín Stradivarius por una bandurria. No deja de ser cierto que había salido a combinar, a generar juego, a orquestar el ataque del Madrid, pero cada vez que entraba en el área, daba la sensación de que Lecomte, el portero rival, iba vestido con una zamarra verde de hilos de kryptonita, porque al capitán madridista se le apagaban los faroles, se le acababa el oxígeno en la cabeza, o pisaba una piel de plátano. No daba una, vaya.
En ésas, Ancelotti quemó los barcos y sacó del campo a Lucas Vázquez y Toni Kroos, y desencadenó a Ceballos y Carvajal, y ahí arrancó la última ofensiva del Real Madrid. No me pregunten cómo, pero corría el minuto 88 cuando Rodrygo apareció en la posición de interior izquierdo, algo caído a la banda, y miró hacia el área. Con esa mirada inocente, ingenua, de niño travieso, pero que esconde detrás una mente privilegiada para el fútbol. Cogió los apuntes de las clases de Toni Kroos, y puso una parábola fantástica, cercana al poste opuesto. Karim Benzema tiró la bandurria, se quitó el frac, y se lanzó a poner el pie en el sitio justo para llevar la pelota al fondo de la red, salvando la oposición de marcador y portero, al que sospechamos que aprovechó para quitarle la kryptonita. No es casual que, a mitad de celebración del gol, se diera la vuelta y señalara, con los dos dedos índices, al autor del centro, porque era una combinación perfecta de talento al 67%, precisión al 22% y atrevimiento al 11%.
El 1-2 abrió en canal el partido para los últimos minutos, con el Espanyol lanzado a por la portería de Courtois, y el Madrid lanzando balones en largo para acabar de hacer algo de caza mayor. Fue en el minuto 93, ya saben, cuando un balón lanzado en largo por Courtois fue perseguido con fe por Rodrygo. Uno de los centrales y el portero españolista fueron a por él, sin avisar previamente de que iban a hacerlo y pasó lo de siempre, uno por otro, la casa sin barrer, Ceballos que llega por allí para llevarse el rechace, y lo que se lleva es una monumental patada del portero en su intento desesperado de despejar. Como ya tienen la Crónica Arbitral, no entraremos más en detalles, pero el caso es que Lecomte acabó expulsado, se señaló la falta en la frontal, y Karim Benzema la mandó directa a la portería en el minuto 100, sin que Cabrera, improvisado guardameta por no tener más cambios el equipo local, pudiera hacer nada por evitar el 1-3 definitivo.
Imagen: realmadrid.com
Otra nueva prueba de fuego superada por el Real Madrid, demostrando su capacidad para sortear un auténtico campo de minas en forma de planteamiento e intensidad de un rival que se lo puso complicado. Es la cuarta victoria consecutiva para el equipo blanco desde que empezó la temporada, la tercera en Liga (y todas fuera del Bernabéu), y una pinta de equipo que cada vez parece más engrasado, sin ser excesivamente brillante, pero con fogonazos de verdadera genialidad. El equipo sigue líder, pero lo importante es poder decirlo al final de la jornada 38 y, de momento, está haciendo lo necesario para poder decirlo. En una semana, el Betis llega al Bernabéu, en el que será el primer rival de entidad de la Liga. Ya saben, no dejen de leer antes la Previa de @pepo2204. Es muy nutritiva.