CRÓNICA | Supervivientes: Manchester City 4 – 3 Real Madrid

Una crónica de: @MiedoEscenico2

Me van a perdonar, pero esta no va a ser una crónica al uso. Es lo que tienen las semifinales de la competición más prestigiosa del mundo, nada es lo que suele, las rutinas se caen a trozos, los oficinistas no tienen sitio, y más aún después de un partido como éste.

No voy a contarles que Ancelotti decidió salir valiente, justamente el día que no estaba disponible un tipo como Casemiro, que va con sus tijeras de podar y su pistola de silicona, tapando todos los agujeros defensivos y rellenándolos hasta que el equipo recupera el dibujo y la compostura. Sacar un 4-3-3 contra el City, con los dos niños brasileños y Benzema arriba, es de ser un suicida, como decía alguien en las redes sociales, o de tenerlos bien puestos.

No voy a contarles que Kroos, como medio centro, no podrá nunca igualar la capacidad del medio centro brasileño para jugar sin balón, encontrando a cada momento lo que el dibujo necesita, aunque sea mejor en la salida del juego, en el movimiento del balón o en la proyección ofensiva. Pero las circunstancias mandaban, y no estando Casemiro, alguien tenía que coger el relevo, contra un equipo tan complicado de defender como el sky blue de Manchester.

No voy a contarles que, al cuarto de hora de partido, estaba claro que, o bien Carvajal o bien Militao, no habían aprendido de sus errores del pasado, o que Alaba estaba al 50% de su estado normal, o que Mendy era una sombra de ese jugador que lleva siempre colgando de su cinto las llaves de su banda, y que cobra peaje a quien quiere pasar por allí. El resultado estaba ya 2-0 a favor del City, y la noche pintaba muy fea para el Real Madrid, vestido de azul oscuro con ribetes naranjas, y con la defensa hecha un asquito, ya fuera por problemas físicos en la zona izquierda o por desconexiones cognitivas en la derecha. De Bruyne de cabeza, al minuto y medio, y Gabriel Jesús, en el minuto 11, nos habían vacunado merecidamente, por errores de esa línea defensiva.

Imagen: realmadrid.com

No voy a contarles que, aparte de los dos goles encajados, el Madrid pudo encajar alguno más, porque el problema básico era que el City llegaba casi como quería, y ninguno de los defensas, ni el medio centro defensivo, estaban siendo capaces de frenar la llegada de la marea celeste. Las teorías sobre bloques bajos o presiones altas saltaron por los aires, porque el partido, como una flor en primavera, se iba abriendo cada vez más, el City con opciones, el Madrid soltándose, ida, vuelta, ida, otra vez vuelta, y la primera parte empezando a parecerse a la vida de un comercial vendiendo enciclopedias.

No voy a contarles que la primera parte de Carvajal estaba siendo espantosa, que Alaba iba renqueando, llegando tarde y tocando el balón de una manera cada vez más rara, que Mendy no salía de sus 33, dando el balón atrás o perdiéndolo algo más adelante, y que Militao parecía que había vuelto a caer en su versión Míster Hyde, ese lado de su personalidad que le hace convertirse en un tronado desorganizado, venal e inconsciente, yendo demasiado fuerte, demasiado rápido, o demasiado alto, a cada balón, fallando una tras otra, en el peor momento. Un caos violento, lo de la línea defensiva madridista.

No voy a contarles que el Madrid, una vez que se le suponía muerto, pareció volver a la vida, Kroos y Modrić se encontraron, Rodrygo y Benzema se activaron, y empezaron a aparecer en el campo de los de Guardiola, que jugaban con un lateral izquierdo ofensivo muy del estilo Marcelo, y un lateral derecho de circunstancias, un central recolocado, que no reconvertido, como Stones. Como diría mi amigo @gdelatorre, el Madrid empezaba a instalarse en campo contrario a veces, y trató de estirarse hasta donde pudo, sin perder del todo la dignidad.

No voy a contarles que Benzema, cansado de que no le llegara ni un balón en condiciones, decidió irse al flanco izquierdo y poner un centro magnífico al área, que David Alaba remató y salió lamiendo el poste, a la media hora de partido. Ferland Mendy, bendita sonrisa la suya, que no es un dechado de técnica, pero es un alumno aplicado, había sacado su cuaderno y su bolígrafo, y había apuntado cada detalle, siguiendo las inteligentes indicaciones de @pepo2204 en su Previa, y 4 minutos después, imitó a su profesor, poniendo un centro fantástico en el área. El profesor, Karim Benzema, entró al remate acompañado por Zinchenko, y tocó el balón con su pierna izquierda, sutil, sedoso, como hace nuestro capitán estas cosas, y envió el balón al fondo de la portería de un Ederson contemplativo.

Imagen: realmadrid.com

No voy a contarles que ese gol de Karim Benzema, el 2-1, de pronto supuso que ese ente aparentemente agonizante, como aparentaba ser el Madrid, volvía al partido y reducía la distancia, imbuido del peso legendario de esa idea de no dejarse ir. Justo después, llegó otra jugada lujosa del Madrid que acababa con un remate de Rodrygo, rebosante de pólvora, y que Ederson mandaba a córner con apuros. Tampoco se crean que, al otro lado del campo, la cosa había mejorado… Mahrez remataba un rato después una falta lateral, buscando la escuadra, y Courtois volaba para desviar el balón lejos.

No voy a contarles que llegó el descanso, ni que poco antes Guardiola había decidido cambiar a Stones, renqueante como apaño de lateral derecho, e incluyó a Fernandinho, otro apaño, pero con mejor estado físico. Tampoco voy a contarles que nos engañó un poco la sensación general del primer tiempo, ambos equipos llevaban el mismo número de remates a puerta, aunque el Madrid parecía un boxeador medio sonado y el City un gigante musculado de bella estampa y potente crochet.

Tampoco voy a contarles que la vuelta del Madrid al segundo tiempo fue un poco más de lo mismo en defensa, si no peor, a pesar de que entró Nacho por Alaba en el descanso. Mahrez disparó al palo y Carvajal evitó el tercer gol, casi bajo palos, ante el remate de Foden, en el minuto 48. Ni que el boquete dejado por Mendy en su banda fue el que permitió, al mismo Mahrez, entrar por su lado y poner un balón fantástico para que Foden, esta vez sí, rematara anticipándose a Carvajal, sin que Nacho ni Militao hicieran nada, y pusiera el 3-1 en el marcador. Los analistas calvos empezaban a encargar recordatorios, los panenkitas iban eligiendo ataúd, y los comentaristas televisivos preparaban el martillo y los clavos, dispuestos a enterrar al fin al equipo merengue.

Tampoco voy a contarles que, hasta ese momento, Fede Valverde parecía transparente, que Vinicius no había hecho nada especialmente memorable, que Courtois no había parado ninguno de los 3 remates que habían ido a puerta del City, y que Benzema, orgulloso capitán de una tripulación agonizante, estaba empezando a mosquearse, cada vez más. Y, a los dos minutos del 3-1, apareció la genialidad. Vinicius recibió de cara un pase, y decidió venderle un sobre lleno de estampitas a Fernandinho, dejándola pasar entre sus piernas. El capitán brasileño del City se puso a contarlas mientras el niño brasileño arrancaba su patinete atómico y corría los 50 metros que le separaban de Ederson como si fuese a perder el autobús. Con una madurez fascinante, llegó, se plantó delante, y marcó el 3-2, volviendo nuevamente a la vida al equipo de azul eléctrico. Un puto golazo, perdonen la expresión, que evocaba aquella galopada de Bale en Valencia.

Imagen: realmadrid.com

No debería contarles tampoco que, a pesar de las continuas resurrecciones del cuadro madridista, el #Relato funcionaba a plena potencia, hablando de méritos y de ocasiones, mientras ambos equipos seguían llevando los mismos remates a puerta. Daba la sensación de que, el Madrid, resignado a que su defensa estuviera más generosa que Papa Noel en plena Navidad, había decidido ir al intercambio de golpes, una vez resucitado por enésima vez, de perdidos al río, qué cojones.

No les voy a contar que Carvajal, superado el error del tercer gol, volvió a transformarse en ese lateral ganador de 4 Champions y muchas batallas, rápido, inteligente, dedicado a la tarea y ayudando a reflotar la línea defensiva. Nacho, ese chico que siempre cumple, sólo lo hacía a veces, pero al menos eso daba algo de vida a la defensa. Por delante, Kroos iba mejorando sus prestaciones, Modrić empezaba a encontrarse, y Valverde no llegaba a volar, pero se inmolaba en defensa controlando el juego entre líneas del equipo citizen, como también hacía Rodrygo ayudando en banda a Carvajal, en un esfuerzo absolutamente heroico.

No les voy a contar que se sumó Courtois a la fiesta, haciendo al fin una parada ante un remate bastante malintencionado de Laporte, solito, y que el equipo blanco iba sobreviviendo a cada minuto con cada vez más sensación de que el partido podía ser de enfermería o de puerta grande. Ni tampoco que Ancelotti, preocupado ya por la flojera defensiva, y dado que Rodrygo estaba ya reventado, decidió retirarle del campo y dar entrada en su lugar a una inyección de energía en forma de Eduardo Camavinga.

Tampoco les diré que, a falta de un cuarto de hora, Kroos tuvo que saltar a la frontal a disputar un balón a Zinchenko, haciéndole falta incluso para que el lateral no pudiera jugarla. Es un misterio que Camavinga, esperando que el árbitro señalara la infracción, se quedara parado (lo achacaremos a la edad, Casemiro habría ido a hacerse un collar con los dientes del atacante, lo sabemos) y dejara que Bernardo Silva tomara el balón y lo pusiera en la escuadra. Tampoco sabremos nunca por qué Courtois se quedó mirando cómo el balón que suponía el 4-2 besaba su red, sin mover ni el meñique.

Imagen: realmadrid.com

Tampoco les contaré que, a pesar de parecer un boxeador groggy, el Madrid volvió a levantarse, y en el minuto 78, Modric remataba desviado con la izquierda (puto Benítez). Ceballos entró por el príncipe croata, el Madrid volvió a estirarse en otro de sus estertores de moribundo, y un centro al área fue despejado, sin querer, pero de manera evidente, por Laporte, primero con la cabeza y luego con el brazo. El árbitro señaló el penalti, corría el minuto 80, y el equipo azul eléctrico volvía a la vida por enésima vez.

No voy a contarles que Benzema, tras fallar dos penaltis el pasado sábado, tomó de nuevo la responsabilidad, en su partido oficial 600 con el Madrid, el jugador extranjero con más partidos. No les contaré que, en ese momento en que estábamos todos pidiendo el oxígeno, el desfibrilador, el carro de paradas, ese tipo de un suburbio francés decidió callar a todos los panenkitas del mundo mandando el balón a la red de Ederson con un toque repleto de clase, elevado, sutil, sedoso (¿les suena?), poniendo el 4-3 en el marcador electrónico del Etihad Stadium, y situándose en cabeza de la clasificación de goleadores de esta edición de la Champions. El que no tenía gol, ya saben.

No voy a contarles que, de ahí al final, el Madrid aguantó, ni que Asensio relevó a Vinicius, ni que el City se desesperó tras un buen partido, viendo que su rival se llevaba una mínima derrota del campo citizen, y la eliminatoria abierta para la vuelta. Ni que la sensación de superioridad del Manchester City, al final del partido, solamente se traducía en un remate a puerta más del conjunto inglés.

Lo que sí voy a contarles es que ese equipo siempre a punto de morir, al que llevan meses despreciando los antimadridistas, algunos periodistas, y muchos madridistas “críticos”, pero que siempre vuelve, volvió a demostrar que es un grupo de futbolistas que no se rinden, que pelean hasta el último minuto, que rebosan clase y que solamente se declararán vencidos cuando ya no haya solución. Un puñado de supervivientes, que siguen haciendo que nos sintamos orgullosos de ellos, de esa camiseta y de ese escudo. Eso sí hay que contarlo. Faltaría más.