CRÓNICA | Terribilitá: Chelsea 1 – 3 Real Madrid

Una crónica de: @MiedoEscenico2

Llegaba el Real Madrid a Londres con una sensación de orfandad extraña: un partido poco brillante en Vigo, a pesar de cerrarse con victoria, había desencadenado cierta histeria en el madridismo, que planteaba en estos días la conveniencia de que Ancelotti, el viejo, dejara paso a otro entrenador más joven, con ideas más jóvenes, que ponga a jugadores más jóvenes, el próximo verano. Ancelotti, el viejo, llegó a tiempo a recuperarse del COVID, dar negativo, y presentarse en Stamford Bridge, poniendo sobre el césped a un once poco habitual en esta temporada, por el esquema de 4-4-2, poco utilizado y, según los expertos de las redes sociales, desconocido para el italiano. El problema es que, quien escribe estas líneas, para su desgracia, vio cómo el equipo en que jugaba Ancelotti, el viejo, allá, por 1989, le jodía tristemente su 20 cumpleaños metiéndole 5 al Madrid. Decir que Ancelotti no conoce los secretos del 4-4-2 es como decir que Michael Jordan no sabía botar el balón: una soberana gilipollez.

El caso es que, cuando se anunció la alineación, dos horas y media antes del partido, el problema era… que era dos horas y media antes del partido. No sabemos si eso condicionó o no a Tuchel, pero lo que está claro es que puso a Azpilicueta de carrilero izquierdo. A mí no me pregunten. El Madrid había declarado públicamente que salía con el portero de siempre (ojalá para siempre, Thibaut: te amamos) y la defensa de siempre. Y que al centro del campo tan vapuleado por el madridismo quejicoso, ese trío formado por Casemiro, Kroos, y Modrić, se sumaba Valverde escorado a la derecha. Arriba, Benzema y Vinicius.

La cámara de televisión desfiló por la fila de jugadores madridistas antes del partido, mientras sonaba el himno de la Champions, y vimos algo diferente. Otras veces, les habíamos visto con gesto de concentración, seriedad… pero esta vez había algo más. Un brillo, una mirada especial, en los ojos. Aún se notó más cuando la cámara apuntó a Ancelotti, el viejo, y vimos esa mirada, multiplicada por cien, una expresión indescriptible en cada uno de los jugadores madridistas que saltaron al campo: terribilitá.

Imagen: realmadrid.com

Solamente puede explicarse así que el Madrid empezara el partido en bloque bajo, completamente concentrado, midiendo cada milímetro y llegando a cada cita, en forma de balón dividido, como un novio impaciente, un poquito antes, pero arreglado. Fueron diez minutos de toma de contacto con la lluvia, con las medias azules, que parecían un homenaje al uniforme de los años 20 del pasado siglo, con el equipo azulón de delante y con el césped de Stamford Bridge. Mientras duró la toma de contacto, el Chelsea rondó sin peligro la portería de Courtois, y Militao hizo el primer remate a puerta con un disparo lejano que atajó sin problemas Mendy. Pero en el minuto 10, vimos la primera comprobación de que esa mirada era algo peculiar. Benzema cayó a banda y recibió el balón en salida de Valverde, que le acompañó por dentro. El francés, presionado por dos jugadores del cuadro londinense, le mandó el balón de un taconazo y en ventaja para continuar en carrera: un intangible de esos que algunos nunca entendieron, pero que regala balón, ventaja y terreno a un compañero. Valverde se la puso a Vinicius al otro lado y el joven brasileño, poco respetuoso, quebró hacia a dentro, partiendo en dos a Thiago Silva y lanzando un misil antes de la llegada de Christensen. Desafortunadamente, el balón impactó en el larguero y salió fuera, pero dejó claro que el equipo blanco iba a aprovechar cada salida para ir a buscar la yugular del equipo blue.

Benzema había destapado la caja de su violín, y flotaba por delante de los centrales, bajaba a ayudar en la salida del balón, caía a banda o tocaba una sinfonía, le daba igual. Aquello era el patio de su colegio y quería pasárselo bien, qué diablos. Detrás de él, Kroos y Modrić iban echando carbón a la locomotora, mientras que Casemiro desplegaba sus tijeras de podar, brillantes, impolutas, afiladas, letales, e iniciaba un auténtico máster sobre lo que tiene que hacer un medio centro defensivo, pivotando continuamente, facilitando la salida fácil del balón, y lanzándose sin contemplaciones a por cada balón dividido como su fuera el último, generando cortocircuitos continuos en la circulación de balón del cuadro de Tuchel. El partido de Casemiro, imperial, fue acompañado con entusiasmo por jugadores que todo el mundo esperaba, como Alaba, magnífico en la parcela defensiva, pero también por Carvajal, en una versión más cercana al del lustro 2013-18 que al de los últimos tiempos.

El caso es que eran muchos jugadores jugando bien, con Vinicius torturando a Christensen, con Valverde cabalgando como un potro feliz, libre, y persiguiendo con saña cada camiseta azul que se encontraba, con Mendy formalito y sólido como siempre, con mucha disciplina defensiva, concentración y paciencia. Militao, algo atropellado en esos minutos, fue amonestado al cuarto de hora de partido, además de llevarse un codazo en el costado en un forcejeo con Havertz, quedando eliminado para el partido de vuelta, y maltrecho para el resto de éste. Pero fue a los veinte minutos cuando el equipo blanco empezó a transformar lo que la terribilitá anunciaba en algo concreto. Kroos lanzó para Vinicius en largo, y el brasileño se adelantó para recibir de espaldas y dársela a Benzema. El francés, con el exterior del pie, devolvió la pared al espacio y en profundidad, y Vini corrió y corrió hasta alcanzar la pelota, sacando un metro de ventaja al central. Y ahí, con su pierna izquierda, puso el balón atrás, un fantástico centro con mucho efecto, más o menos donde llegaba de nuevo Benzema, ese delantero, viejo, que colocó la cabeza para rematar a puerta y poner por delante al Madrid por 0-1, deprimir a la defensa londinense y abrir un enorme socavón en la eliminatoria.

Imagen: realmadrid.com

Lo que no nos esperábamos era que, apenas tres minutos después, una penetración por la derecha del Pajarito Valverde, parada por Azpilicueta, obligó al charrúa a poner la pelota atrás. Y allí apareció Luka Modric, otro viejo, ya saben, y miró con terribilitá, y calculó, con su cetro de príncipe croata en una mano y el catalejo en la otra, una parábola fascinante que el balón trazó, tras un toque absolutamente magistral. Al otro lado de la parábola, apareció Benzema, en carrera, para poner la cabeza y rematar al palo contrario, al más puro estilo de Don Carlos Alonso Santillana, dejando a Mendy absolutamente bloqueado y poniendo el 0-2 en el marcador del estadio del oeste de Londres. En el tramo posterior, el Chelsea no encontraba ningún resquicio por el que entrar, mientras el Madrid mantenía una auténtica tela de araña que controlaba cada línea de pase y que se enredaba alrededor de los jugadores blues cada vez que daban más de dos toques.

Un cabezazo de ese Militao renqueante obligó a Edouard Mendy a volver a parar con dificultades, y el vigente campeón de Europa no veía por dónde podía sofocar la vía de agua que el Madrid estaba generando en su línea de flotación. Otra llegada de Carvajal, con un remate fallido con la izquierda, estuvo a punto de convertirse en el tercer gol madridista, mientras seguía cayendo la lluvia y Ancelotti, en la banda, se ponía una toalla para poder seguir viendo el partido con esa mirada que no dejaba lugar a dudas. Sería en el minuto 40 cuando un gran centro de Jorginho fue rematado por Havertz de cabeza a gol, sin que Carvajal, en su único error de la noche, pudiera evitarlo despejando con el pie. El 1-2 abría posibilidades para el cuadro londinense, y un par de minutos después, Benzema malograba una nueva oportunidad, mandando el balón desviado con todo a favor.

El final de la primera parte trajo algo de tranquilidad y descanso a ambos equipos, y a Tuchel le dio por hacer sustituciones para cambiar algo, introduciendo a Ziyech y a Kovacic por Kanté y Christensen, y renunciando con ello a los tres centrales. El inicio de la segunda no pudo ser mejor para el Madrid. Un balón retrasado del Chelsea fue perseguido con fe por Karim Benzema. Sí, el mismo que se aprovechó del error aquél de Ullreich. El de Karius. El de Donnarumma. Y ver la jugada repetida, a posteriori, lo explicaba todo. Benzema amagaba con presionar al portero Mendy, pero se iba a por Rudiger. Sí, ese Rudiger. El segundo amago de presión de Benzema fue hacia la derecha, pero se tiró de verdad a la izquierda, buscando la línea de pase del central hacia el portero. Y la interceptó, y la mandó al fondo de las mallas, para marcar el 1-3 definitivo, y con ello su segundo hat-trick consecutivo en Champions League, al PSG y al Chelsea, sí, eso han leído. Ese 9 que no era un 9, que tal y eso. Hay por ahí cuevas llenas de haters de este futbolista. Ahí se pudran.

Imagen: realmadrid.com

En el minuto 49, un magnífico zapatazo a la escuadra de Azpilicueta, envuelto en ilusiones de remontada, de volver a la eliminatoria, de entrar de nuevo al partido, fue desviado, en un paradón descomunal, por Courtois, demostrando que es, actualmente, el mejor portero del mundo. Les contaríamos más, pero la verdad es que, desde ahí hasta el final, lo más importante es que Militao, definitivamente lesionado, tuvo que dejar su sitio a Nacho, que contribuyó al esquema defensivo como el brasileño, y apenas notamos nada. Que entró Camavinga por Kroos, y que aportó oxígeno y movimiento al centro del campo. Que Carvajal aburrió a Pulisic y jugó siempre con criterio, rompiendo la presión azul, que Mendy anuló a Ziyech como lo había hecho antes con Mount, que Alaba se atrevió a descolgarse un par de veces para irse arriba y todo, que Casemiro siguió sin hacer prisioneros, ora saliendo con las tijeras de podar, ora incrustado entre los dos centrales. Que Modrić siguió con su cetro de príncipe, saltando a la presión, manejando el partido y potenciando las salidas de Valverde, imparable hasta que un calambre le mandó al vestuario y permitió entrar a Ceballos por él, al mismo tiempo que un Benzema inconmensurable dejaba su sitio a un Bale trabajador y voluntarioso, que también ayudó en los últimos minutos. Que Vinicius siguió castigando por la banda a James, a Thiago Silva, y a cualquiera que se acercase ahí. Que el equipo se cerró atrás y solventó con oficio los últimos minutos sin pasar grandes apuros y con alguna salida peligrosa.

Y, sobre todo, que la mirada de Benzema, de Casemiro, de Courtois, de Ancelotti antes del partido, era lo que era. Terribilitá. Porque, por algo se llama el entrenador Carlo Michelangelo Ancelotti. Queremos la misma mirada en la vuelta, y hasta el final. Vamos, Real, hazlo real.