Un articulo de: @danipuerto6
Con cada partido el Madrid nos devuelve a la cruda realidad, nos recuerda que en la temporada que corre, tocó ser equipo chico, triste, sin bandera.
Cada lunes maldigo a los once cabrones que unas horas antes me hicieron pasar un mal rato. Noventa y tantos minutos de angustias, reproches, maldiciones y un «no los vuelvo a ver más, estoy cansado ya»… El miércoles mi gesto cambió, ya no parecen tan cabrones como el lunes e incluso alguno tiende a ser perdonado, «se salva fulanito» y el corazón vuelve a latir…
Para cuando llega el sábado, la ilusión está full y las ganas de pararme frente al televisor desbordan el trabajo e incluso a la familia, porque en pocas horas, de nuevo juega el Madrid, Mi Madrid. Llega el partido y de nuevo enfados, reproches y gritos, como si la TV tuviese un receptor que acogiese mis quejas y las llevase directamente al oido del jugador en cuestión, del técnico o el presidente… En fín, otra desilusión dominguera hasta que el Lunes la rueda vuelve a girar y mi madridismo me juega otra mala pasada, haciéndome olvidar para de nuevo volver a sufrir… Es el mal del madridista, un virus que en este curso se agarró a nuestro sistema nervioso y parece no querer soltarse.
Imagen: publinews.gt
Me decía un amigo seguidor de otro club, que nadie competía como el Madrid, que odiaba y admiraba a partes iguales ese rasgo, esa virtud inigualable que «mataba» rivales, no sólo en lo deportivo, sino en lo anímico, pues el Madrid podía malvivir durante tres cuartas partes de la temporada con apenas lo justo, para luego revivir y matarte cuando más confiado estabas, cuando ya le dabas por finado. Si algo me queda claro hoy es que esta plantilla a perdido ese poder, perdió la capacidad de autocritica y con ella, la competitividad. Unos jugadores que a cada reproche contestan «es que hemos ganado 4 champions de 5», como si en el Madrid, el ayer pudiese justificar el hoy.
No, el Madrid sólo se permite vivir del pasado en verano. Es en la época estival cuando se regodea en su enorme historia entre camarones y cerveza y lo hace con el bañador puesto, porque cuando llega el Otoño, toca recuperar el gen ganador y pensar en «mañana», no en «ayer», porque la maquinaria blanca ni se para, ni perdona al engranaje defectuoso que le impide avanzar, lo extirpa y deja de lado, porque durante tres de las cuatro estaciones al Madrid sólo se le permiten dos cosas: Competir y ganar.
Pensaba yo que el cambio que devolvió a Zidane al puesto de mando, lograría enderezar el rumbo de un transatlántico que hace aguas por todos lados. Creí que ese calvo maravilloso podría servir como tapón capaz de sellar cada fuga, devolviendo la seguridad a una nave que zozobraba con cada bandazo. Pero el roto es tal, que ni Zizou parece capaz de parchearlo, un roto que el propio francés atisbó hace meses cuando por sorpresa cedió el timón a otro, un incauto que como muchos fue devorado por un vestuario lleno de lobos con piel de cordero. El Madrid actual ha perdido el norte, bueno, por perder ha perdido todos los puntos cardinales, porque camine hacia donde camine, termina accidentado. La vida en el seno del club se ha convertido en una concatenación de errores que pinta a desenlace fatal, uno en el cual muchos marchan para no volver.
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De repente un lumbreras pensó que llenar la casa de niños cambiaría el humor de los adultos, les haría esforzarse más al estar imbuidos de ese espíritu juvenil tan contagioso. Pero la realidad es otra. El Madrid es como ese matrimonio que va mal y decide tener un bebé que les obligue a estar más unidos y luego al año se dan cuenta que no había solución y terminan cada uno por su lado y claro está, el nene en el medio. En esas viven Vinicius, Reguilón o el retoño Brahím, tres chavales que deben estar viviendo un calvario entre tanto pasota, entre tanto veterano al que se la suda todo, salvo salir guapo en Instagram.
La peor parte se la llevará Sergio, no Ramos, ese entre documentales, caballos y batamantas chics, cubre su día a día, hablo del otro Sergio, Reguilón. Ese chaval que lloró al perder el clásico, ese que definió un triunfo en el Wanda como «¡¡La Hostia!!», ese que es madridista desde la cuna, madridista de verdad y no dicho a modo de pose para ganar adeptos. Debe ser muy jodido tener un sueño y que te lo tornen pesadilla, pues para Reguilón, llegar a ese vestuario lo era todo y ver que cuatro niñatos se comportan como si el club existiera para servirles, cuando es al revés, como si el Madrid les debiese algo, cuando es al revés, como digo, debe ser muy muy jodido.
Sólo espero que Florentino tenga la libreta del «debe y el haber» a mano, que lo lleve todo apuntado para cuando se cierre el curso 18-19, pase cuentas y en el balance final escriba quien sobra. Tocará revolución, pero no de claveles, sino una donde tomar la Bastilla y decapitar a los aburguesados.