Una crónica de: @danipuerto6
Hablábamos de que el Madrid había convertido su temporada en una montaña rusa de sensaciones, capaz de lo mejor y de lo peor no ya en dos partidos consecutivos, sino dentro del mismo encuentro. En el Carpena, desde Luís Casimiro hasta el público y pasando por toda la plantilla esperaban al Madrid de la Liga Endesa, un equipo en pleno descenso dentro de esa atracción vertiginosa, poseedor de un juego plano y previsible que les permitiese mandar en la cancha y llevar la iniciativa, pero el Madrid, sorprendente como siempre, fue el de Vitoria y no el de Lugo, en pleno looping ascendente. Como un vendaval salieron los de Laso, con un Campazzo que al primer bote de balón ya era el dueño de todo lo que pasaba en el partido. El argentino ordenaba, ubicaba compañeros, asistía, anotando y corría, sobretodo corría.
Unicaja puso todo de su parte, pero se vio sobrepasado. Sólo en los momentos en los que el Madrid paraba, ellos podían acercarse en el marcador e igualar sensaciones, pero era un suspiro, porque su rival en cuanto retomaba el aliento volvía a poner tierra de por medio con un baloncesto simple pero efectivo, amparado en la capacidad para anotar de todos los jugadores de su plantel, un talento que los malagueños no poseen. Sólo Jaime y Roberts parecían capaces de seguirles el ritmo a los madridistas, poco bagaje para Unicaja, que veía como entre Rudy desde el triple, y de nuevo la hormiga atómica argentina, encontraban resquicios para “matar” a los de Casimiro en cuanto cometían un error. El Madrid seguía corriendo y Unicaja que quiso correr, se deshilachaba, moría físicamente ante un rival que prácticamente todo lo hacía bien, de ahí el 41-57 al descanso.
Imagen: elespañol.com
Pero el Madrid, fiel a su historia de esta temporada, se quedó en el vestuario. El jueves el equipo de Laso había jugado un partido calcado al de Málaga, dominando Darussafaka en la primera mitad y regalándole toda la segunda al equipo turco que no pudo o supo rematar el regalo blanco. Pues bien, los blancos lo volvieron a hacer, con un partido ganado y con un graderío rival resignado ya a esa derrota, decidieron que ya estaba bien eso de esforzarse y de nuevo, regalaron la iniciativa a un Unicaja que veía como tras ser barridos, les devolvían al juego. Jaime Fernández espectacular, tiraba de un equipo malagueño que se lo creía y lograba hilvanar jugada tras jugada sin la oposición de un Madrid que inexplicablemente había desaparecido. Laso y su cuerpo técnico no aprendieron de los errores en Turquía y otra vez mecanizaban la rotación y no incidían en que sus cuatros percutiesen ante un Dani Díez que parecía un ala pívot de toda la vida, pues Randolph jugaba a ocho metros y no olía la zona. En ese proceso de descomposición blanca, se rompió Thompkins, que echaba mano a la parte de atrás de su muslo con feas sensaciones.
Laso no daba con la tecla y mantenía en cancha a Carroll, desastroso durante toda la tarde en detrimento de un buen Taylor, que desapareció de la rotación. Ante eso, Unicaja seguía creciendo y a Jaime se le iban uniendo compañeros. Primero Roberts, otro que hizo un partido completo de principio a fin, luego Shermadini y Milovsaljevic, que al trabajo ofensivo unía una gran defensa ante un apático Real Madrid. Pese a que lo intentaban, los de Casimiro no conseguían ponerse por encima en el marcador, aunque tanto fue el cántaro a la fuente que terminó rompiéndose. Como no, Jaime Fernández, con otro triple ponía uno arriba a los verdes, a los que en frente sólo les plantaban cara un voluntarioso pero extremadamente cansado Campazzo, un omnipresente Rudy y el intermitente Ayón. En el último suspiro, el Madrid atacó para ganar pero falló y Díez, que había capturado el rebote fue objeto de falta. El madrileño falló en los libres y el Madrid, tras un tiempo muerto y una jugada de estrategia, logró con un Ayón más titán que nunca, empatar el partido y mandarlo a la prórroga.
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En esos cinco minutos extras las sensaciones iniciales eran extrañas, mientras los de casa seguían corriendo y peleando cada balón, era el Madrid el que había tomado la delantera en el marcador, jugándose por ver quien lo hacía menos mal hasta el último minuto, donde se animaron y llegaron varias jugadas de mérito. La última jugada del Madrid en esa prórroga define todo el segundo acto, porque se mezcló una empanada generalizada con un final horrible con el tiro de Causeur. Cambiaban las tornas y era ahora Unicaja quien con dos abajo, jugaría para ganar o forzar otra prórroga y con tres segundos, logró encontrar a su mejor y más acertado jugador, Jaime Fernández, que sólo tuvo que levantarse más allá de la línea de tres y anotar para certificar lo justo a tenor de lo visto en la segunda mitad, la victoria de Unicaja por 103-102.
La semana del cuerpo técnico y plantilla del Madrid es para hacer una reflexión profunda y ver por qué, dos partidos “ganados” al descanso con ventajas amplias y sensación de superioridad, se terminaron complicando e incluso perdiendo. Y no vale buscar excusas en lesiones o cansancio, eso ya no vale.