Un articulo de: Teresa Arredondo
Hace cincuenta años, en el corazón de Europa, una legión de estudiantes y obreros comenzaron una de las mayores revueltas de todos los tiempos. Como si el espíritu de la Revolución de 1789 hubiera poseído al pueblo parisino de nuevo, la sociedad volvió a convulsionar y la historia dio una vuelta de tuerca, una más. Nada volvió a ser igual.
No puedo tener recuerdos de aquello. No puedo tenerlos, ya que los que luego se convirtieron en mis padres ni siquiera se conocían. Sólo sé lo que estudiamos en los libros de Historia, las imágenes de la hemeroteca que se han quedado en nuestras retinas y lo que cuentan los que lo vivieron. En España no tuvo nada que ver, claro, creo que fue en aquella época cuando empezó a hacerse realidad lo de que “Spain is different”. Pero si hago un ejercicio de imaginación, y de eso, por suerte o desgracia, yo tengo mucha, puedo imaginarme en un aula de la Complutense, que seguro que no ha cambiado desde aquella época hasta la que me tocó vivir a mí, nerviosa por los exámenes. ¿Sería tan valiente como para participar de lo que estaba pasando en Europa?. Quiero pensar que sí.
Odio la primavera. A veces pienso que lo repito demasiado, sobre todo últimamente. No me gusta que llueva a mares, que pululen insectos pequeñajos por doquier, que los ojos me lagrimeen ni la nariz me pique por el polen. Sin embargo, me gusta lo que pasa en primavera. Una primavera de lluvias repentinas y días luminosos nació mi hija. Todas las primaveras, el Real Madrid se encuentra con su historia y agranda su leyenda. Aunque una de esas primaveras se fue mi abuela silenciosamente y muchas de ellas tenía montañas de apuntes que estudiar o demasiado trabajo que atender, lo cierto es que siempre digo que odio la primavera pero año tras año me toca sucumbir a su encanto.
En 1968, el Real Madrid de fútbol tenía un equipo netamente hispano, con nombres como Betancort, De Felipe, Pirri, Gento, Zoco o Amancio. Y el de baloncesto tenía a uno de sus primeros americanos, Miles Aiken, y a figuras como Carmelo Cabrera, Lolo Sainz, Brabender, Emiliano, Vicente Paniagua, Clyfford Luyk o un junior Rafael Rullán. Cuando lees esos nombres, sientes un vértigo tremendo, porque parece imposible que tanta calidad pudiera competir junta. Yo crecí oyendo esos nombres y reconociendo algunas de esas caras. Admirando el halo de leyenda que rodea a esas figuras.
Curiosamente, en mayo del año siguiente, en 1969, nacería un niño llamado Alberto Herreros, que se convertiría en uno de los mejores jugadores del baloncesto español y sería parte importante en los designios de la sección de este deporte en el Real Madrid. Aunque quizá no sea una casualidad y en realidad es que la primavera, por mucho que yo la odie, le sienta muy bien al Madrid.
Empecé a escribir esto en la noche del 25 de mayo, tengo hasta un testigo. Y lo acabo en la noche del 26 de mayo, cincuenta años después de ese mayo del 68. En unas pocas horas, este artículo ya ha cambiado un poco, porque pretendía expresar mis sensaciones antes de jugar una final más de fútbol, después de que los chicos de Laso culminaran una Euroliga complicadísima, una temporada muy dura de lesiones de jugadores clave y una Final Four de matrícula de honor, tanto por el planteamiento de su técnico como de la garra y el corazón del equipo entero. El sólo hecho de llegar a la final de fútbol de la máxima competición europea, ya me parecía increíble, de verdad. Estaba convencida de que la íbamos a ganar, con la misma inocencia de mi hija, que está ya acostumbrada a que nuestro Madrid siempre gane. Pero de verdad que el no haber ganado la final no me habría ensombrecido la gesta del Madrid de baloncesto. Porque somos un solo equipo, con un solo escudo y que late al ritmo de un mismo corazón.
Aunque claro, ha vuelto a ocurrir. Hemos vuelto a ganar. Hemos vuelto a encontrarnos con una doble corona europea, con el tercer campeonato consecutivo ganado, el cuarto en cinco años, con la décima copa europea de baloncesto y la decimotercera de fútbol. Se ha reescrito la Historia y se ha agrandado la Leyenda.
Estoy muy feliz. Por todo el madridismo, por nosotros, por los que ya no están, por los jugadores, por los integrantes de esas dos secciones de las que hablaba antes, hace ya cincuenta años. Pero sobre todo, estoy muy feliz porque se han reivindicado dos ex jugadores denostados como técnicos, despreciados porque cuando gana el Madrid es por la flor, porque los rivales son flojos o porque los jugadores son muy buenos. Dos hombres de club, dos señores comprometidos con el madridismo.
Hace cincuenta años que un mes de mayo pasaba a la Historia y cincuenta años después, otro mes de mayo la volvía a escribir con brillantes letras blancas.
Soy una enamorada de México, de su alegría, de su gastronomía, de su luz, de su olor a tierra antigua. Y lo soy en gran parte por la figura de la pintora Frida Kahlo. Esta mujer tiene frases geniales, desgarradoras, de una inocencia y una pasión enternecedoras. Hay una, en particular, que ella escribió pensando en su adorado Diego y que para mí es un poco el reflejo del sentimiento que tengo ahora mismo: “Si yo pudiera darte una cosa en la vida, me gustaría darte la capacidad de verte a ti mismo a través de mis ojos. Sólo entonces te darás cuenta de lo especial que eres para mí”.
Al final va a resultar que no me disgusta tanto la primavera…