El día que disfruté de mi pastel favorito

Un articulo de: @Mrsambo92

El madridista se flagela, vive su Semana Santa particular durante todo el año, viviendo en un tiovivo insano.

Con el madridismo no se da abasto. Se escribe un artículo elogioso muy valorado hoy por la parroquia, henchida de orgullo ante una nueva hazaña de su equipo, pero 72 horas después pierde toda la vigencia, de tal forma que ese mismo artículo pasa a ser vilipendiado por idealista, buenista o complaciente, una cerrazón poco objetiva que no ve los evidentes problemas que nos van a llevar al apocalipsis, teniendo que escribirse otro con un tono más acorde al último libro de la Biblia para que los mismos puedan regocijarse en la aflicción.

No nos engañemos. Vamos de analistas, ahora que podemos expresar nuestras opiniones ante más gente gracias a las webs, los podcast y las redes sociales, decir y exponer “lo que no se oye en las tertulias mainstream”, saliendo del hábitat natural que es la barra del bar, pero en lo único que nos fijamos es en el resultado. Igual que esos medios que se critican, vamos al día, sin la más mínima capacidad de análisis, de visión de conjunto ni profundidad. Cuando ganamos todo es genial y cuando perdemos todo es basura, da igual el proceso, las incidencias o las formas… Por tanto, ¿Para qué tanto jaleo y tiempo perdido y dedicado, si con ver los resultados y la clasificación se debería tener el trabajo hecho?

La respuesta está en los pequeños matices de este peculiar y fascinante entorno madridista, y es que si se gana mucho el espíritu de ese sector más pipero, siempre entrañable, le pide al cuerpo quejarse de algo que en el futuro nos llevará al irremediable caos, algo que no evita que miren para otro lado y celebren con euforia cuando ninguna de sus predicciones se hacen realidad, pero que sacarán pecho como lo hagan, sintiendo un regocijo interior irreprimible (yoyalodije), que compensa en cierta medida la desgracia de la derrota e, incluso, en el mejor de los casos, puede llegar a convertirles en tuitstars y referentes madridistas.

Es un win-win de manual (utilizado ahora en jerga tuitera, esa que sólo conocen los cuatro gatos que nos movemos en el madridismo de redes sociales o underground, por lo que no recomiendo usarla fuera de aquí ya que te mirarán raro, raro estilo “jodido friki sin vida”). Si se pierde ya lo avisaron, pero si se gana, con decir que se alegran de haberse equivocado y que nadie más que ellos se vanagloria tanto del hecho, a pesar de haber estado sufriendo 12 meses al año y habernos dado el coñazo de cenizo a los demás, asunto resuelto. Nunca pierden, siempre ganan, como Parker Lewis.

Así pasamos del deseado traspaso de Cristiano Ronaldo a reconocer que debe ser el fijo de la BBC. De considerar que Bale debe ser el jugador sobre el que forjar todos los sistemas a buscarle acomodo en algún equipito europeo (ahora es su turno, junto a Benzema). De criticar el juego del galés en Munich a echarle de menos en la vuelta de Madrid. De considerar una falta de respeto y una imprudencia no jugar con la BBC a suplicar que no se juegue más con ellos porque así es mejor. De pedirle rotaciones a Ancelotti a criticárselas a Zidane. De ser los dioses del Olimpo tras ganar al Bayern a ser unos “tiraligas” de tres al cuarto por perder unos días después con el Barcelona… para volver a ser dioses tras un paseo por Galicia. De decir que Isco pone en evidencia a Zidane y no darse cuenta de que a Isco lo pone Zidane… y muy habitualmente.

Esta indispensable especie, en la que todos nos transformamos en alguna ocasión, nunca debería salir del ámbito privado, como los gremlins, porque en público las consecuencias pueden ser funestas: ¡Puede haber gente que les haga caso, incluso!

En nuestras casas, en la barra del bar, con nuestros amigos, incluso en los modernos grupos de “guasap” (modernos hoy, mañana vete a saber), todos hemos maldecido, aconsejado a la estrella del equipo el pase que debía dar o el que no debía dar, explicado cómo tenía que golpear al balón o entrar al delantero contrario, cómo realizar la falta que hubiera evitado el contraataque, hemos soltado exabruptos y posiblemente algún insulto… pero con las redes sociales y demás perdimos el sentido de la discreción y la vergüenza, y eso es una tremenda vulgaridad que debería hacernos reflexionar.

No es malo mirar con cierta ternura a ese hombre asilvestrado que no tiene filtros y no distingue, pero es mejor corregirle y hacerle ver que quizá su proceder no es el más adecuado, que a veces los filtros están bastante bien para distinguirnos de otras especies y por aquello de la convivencia, la vida en comunidad, la educación, el sentido común y la mesura…

No hay nada más satisfactorio para un anfitrión que ver disfrutar a sus invitados, para un hijo enorgullecer a sus padres y para un padre ver hacer buenas cosas a sus hijos, pero cuando el anfitrión desdeña a sus invitados, los hijos desprecian a los padres y los padres siempre ven algo que censurar a sus hijos, algo enfermizo pasa… Si no podemos disfrutar de nuestro pastel favorito porque siempre le vemos algún defecto, porque la nata está demasiado líquida, el chocolate demasiado amargo o el bizcocho demasiado duro, sería mejor que tomáramos otra cosa.

El ansia viva, la inmediatez, la pasión y el ego. Una mala combinación.

Ahora volvemos a una especie de paz antes del clímax final, donde siempre hay agoreros y maestros del “contragafe” (otra de esas modas que surgen en el mundo cibernético), para consolar así las angustias, pero esto puede cambiar en cuestión de minutos. El equilibrio madridista es muy frágil. Es desequilibrio.