OPINIÓN | Sísifo es culé

Un articulo de: @Mrsambo92

Si yo los entiendo, juro que los comprendo. Es muy duro siempre estar a la sombra, tener tus méritos, propios o villarizados, pero siempre estar detrás. Creer que sí, pero que todo sea una ilusión fugaz.

Es un desmesurado peso para cargar con él cuesta arriba, una gigantesca bola de roca que se hace pesadísima aunque la empujes con el poder de la ilusión. El antimadridismo, especialmente el culé, siempre ha hecho gala de un complejo infantil, infantil en su máxima expresión. De alguna manera, como los niños pequeños, siempre han escenificado la necesidad de llamar nuestra atención. Una atención que debe ser constante por nuestra parte, como ese niño pesado que te toca el hombro insistentemente diciéndote: ¿Has visto? ¿Has visto lo que he hecho? ¿Has visto lo que hago? ¿Has visto que bien he jugado? ¿Has visto mi título? ¿Eh? ¿Eh? ¿Eh? ¿Has visto?.

Ellos quieren que les miremos extasiados en cada nueva aventura que emprenden cuesta arriba con su carga de ilusión. Son como Sísifo.

El pobre Sísifo fue condenado por los dioses por sus trucos, chivatazos, traiciones y desmanes a cargar con una pesada roca cuesta arriba por una montaña, que justo antes de llegar a la cima rodaría de nuevo hasta el suelo, inmisericordemente. Un verdadero incordio de castigo, y aburrido. Aunque más de uno por aquí lo merecería, viendo los motivos del mismo…

Eso mismo le pasa al antimadridismo, especialmente al culé. Travestido de Sísifo, vive en una frustración eterna, en bucle. En los albores de las competiciones, este Sísifo imberbe subía raudo por la escarpada montaña despreciando la Copa de Europa y fichajes esenciales en la creencia de que nada les podía parar, pero se encontró con seis orejonas de hormigón armado en mitad del camino que lo llevó al punto de salida.

Parece que fue ayer cuando un jovenzuelo Sísifo subía ufano y contento la montaña con una roca llena de victorias morales y derrotas ligueras ochenteras, consolado por la travesía de los nuestros por Europa… por la Copa de Europa, porque la de la UEFA, cuando era de verdad una competición potente, sí dio alegrías: rabioso bálsamo para nuestro club, desgraciado tropezón para Sísifo, que no llegó ni a mitad de ladera…

En los 90, de la mano de Prisa, este Sísifo azulgrana, subía sudoroso las faldas de la empinada montaña, con cuatro ligas seguidas, en un hecho sin parangón, y una Copa de Europa, que encima era “a color”, en esa visión perturbada del culerismo que pensaba que los colores sólo lo definen las televisiones… Veía la cima, pensaba “quizá esta vez”, pensaba “por fin se hace justicia”, pensaba “por fin estamos por encima”… y mientras pensaba, la roca se desprendió rodando frenéticamente llena de Champions a color, tres en cinco años, varias Ligas, un Gaspart y muchos galácticos…

¿Dónde quedó aquel blanco y negro? A color por triplicado, un color hegemónico, un insufrible desaliento. Un Sísifo depresivo, perplejo, exhausto, maldecía a los dioses por su injusticia, por lo poco que valoraba sus méritos, obligado a emprender de nuevo camino.

A Sísifo le caen los sudores por todos lados, normal que siempre esté tan huraño y taciturno, tan susceptible. Tan sólo tiene el cobijo y la ayuda de sus aguadores personales, llámalos Villar, llámalos Arminios… Ellos le dan agüita fresca, intentan aliviarle el peso, lubrican el suelo para un mejor rodar… pero son ayudas y estímulos caducos e insuficientes.

Volvió cargando la enorme burbuja rocosa con nuevos bríos. Nada de un tosco caminar, sino aplicando la samba brasileña de Ronaldinho, que fue el mejor jugador de la historia tras sólo año y medio de lucimiento, y un grácil “tiquitaca”, con los Xavi e Iniesta ayudando a llevar el peso, más Messi, que relevó a aquel como mejor jugador de la historia universal… pero primero tropezó con un doblete y un pasillo, y luego, ya en la cima, creyéndose victorioso, la burbuja quedó pinchada, recibiendo en grito Cristiano un aluvión de Champions de todo tipo y deporte que lo devolvió, una vez más, al punto de partida.

Demasiado pronto y demasiado dado es Sísifo a lanzar las campanas al vuelo, a dar por completada su misión que es castigo… Al final le toca conformarse con pequeñas hazañas, no ausentes de mérito, pero siempre viendo la algarabía final desde los pies de la montaña, siguiendo el confeti mecido por el viento y las botellas de champagne eyaculando con la mirada… Cuánto comprende Sísifo a las botellas de champagne, ese gran impulso inicial, ilusionado, que luego se desvanece hasta quedar en nada a cada sorbo.

Y este es el Sísifo vestido de azulgrana, porque en ocasiones se pone otra camiseta antimadridista. Cuando viste otros colores la cosa es aún más cruel. No os quiero ni contar. Casi duele. Tener tu objetivo cumplido, darte la vuelta liberado en festejo y que de un cabezazo en el 92:48 todo ruede hacia el fracaso…

Y con cada caída de su roca, esta se hace más grande, más pesada, cargada con nuestros éxitos, y la montaña más alta, el camino más largo, por lo que la mirada desde abajo se hace eterna, frustrante, rabiosa. Es natural que surja el odio y la ira, porque el temor no es volver a emprender el camino, sino la certeza de que al llegar esa roca volverá con más desgracias.

¿Cómo no voy a entender sus extemporáneas reacciones? ¿Cómo no sentir cierta empatía, cierta compasión? Sólo dura unos breves minutos, y siempre mirando desde lejos, porque cuando abre la boca, la proverbial prepotencia de Sísifo alivia cualquier debilidad.