Un articulo de: @ErZuru2000
Antes de la tormenta. Bolas flamígeras, escasez de rivales competitivos, la deuda del fútbol con el Aleti, el ninguneo al equipo diez veces campeón y el tratamiento casi apátrida para ese mismo campeón. En esas condiciones se presentó el Madrid en Milán.
El partido. Un partido malo, como el 99% de las finales. No sé por qué se juzga esta final con un control de calidad distinto al de otras finales. Tal vez porque el ganador no fuera el deseado. Incluso he llegado a escuchar a algún insigne dizque madridista decir que el Madrid, en los peores minutos, le dio vergüenza (un tal Luis Herrero, haciendo causa común con un tal Fredi Ouija y aquello de la Novena vergonzante). Supongo que será la misma vergüenza que siento yo al compartir afinidad, por el mismo equipo, con otros extraños seres que presumen de algo pero no ejercen.
Pese a lo que ha contado interesadamente el periocholismo, el Madrid mereció acabar los 90 minutos con la Champions ganada. Podría pedir perdón por lo que voy a contar ahora, pero no lo voy a pedir. Básicamente porque no me sale del níspero. Me gustó el Madrid. Sí, sí, me gustó, lo cual no significa que no esperase más. Me gustó porque demostró cierto sentido práctico italiano, una vez el marcador lo tuvo a su favor, y me gustó porque quitando veinte minutos, siempre amenazó. Concedió poquísimas oportunidades y a mí eso, llámenme cutre, me encanta. Para ser redondo en el asunto defensivo al Madrid le faltan un par de retoques. Gracias a esa deficiencia el Aleti empató. Y poco más les diré del partido, porque todos ustedes lo vieron y, seguro, que saben de fútbol mucho más que yo. Lo poco que les he contado es lo que yo vi y aprovecho para pasarme por el arco del triunfo el juicio experto de los gurús.
La prórroga. Resumo. El Madrid tenía dos cojos y medio, siete jugadores y medio muy cansados, un portero y cero posibilidades de reemplazo. El Aleti tenía un portero, todos los jugadores de campo sanos y cansados y dos cambios posibles. Lo que todos sentimos en ese momento, ya lo saben. Nos vimos con los papeles cambiados respecto a Lisboa e intuimos el mismo destino para nosotros. Peor aún, pues en Lisboa el Madrid no tenía cambios para la prórroga. El Aleti en Milán, sí, dos. Podría, incluso, ser peor para nosotros que lo de Lisboa para el Aleti.
Pero nos equivocamos. Nos equivocamos porque pensamos que todos los clubes son el Madrid. Esperamos e intuimos en el Aleti la misma reacción que hubiéramos reclamado y exigido del Madrid. A por ellos. Fue que no. Lo que se le pasó al Cholo, el “ganador”, por la cabeza es un misterio. Al Cholo se le encogió el cholismo. Ese cholismo tan aclamado por el periocholismo, tan agresivo, intenso y batallador. O tal vez no sea para tanto. Tal vez en el cholismo se cumple aquello de perro ladrador y poco mordedor. Sea como fuere, el caso es que el cholismo se aculó en tablas los treinta minutos de la prórroga frente a un equipo de siete jugadores y medio relativamente aptos. Poquísimo se ha dicho del papel del Cholo en la prórroga. Y tengo para mí, que en esa prórroga estuvieron más cerca que nunca de la Champions, incluso más cerca que en el 2014. Todo el debate del imparcial dizque periodismo deportivo español, se ha centrado en el gol en fuera de juego (obviando, naturalmente, una de las dos infracciones que se dieron en esa jugada), en las bolas flamígeras de los sorteos y el escaso merecimiento del ganador. Para ellos, la prórroga y el pusilánime comportamiento del cholismo es como si nunca hubieran existido.
Comparen las prórrogas de Lisboa y la de Milán y entenderán por qué un equipo es lo que es y el otro no es lo que no es. Mismo escenario, pero esta vez los papeles cambiados. Sin embargo, los dos equipos hicieron exactamente lo mismo en las dos prórrogas. Ambos demostraron su carácter, su ADN o lo que quiera que sea. Solo por eso, el Madrid fue justo ganador. Solo por eso, si los penaltis hubieran salido cruz, la injusticia hubiera sido cósmica, diga lo que diga el manolismo, el relañismo o el segurolismo, o sea, diga lo que diga el periocholismo.
El dizque periodismo español, convertido en periocholismo, no ha contado nada de esto. Ha practicado la del avestruz. El periocholismo es profundamente deshonesto per se, y en este asunto ha ejercido de tal. En primer lugar por querer hacernos tragar su imparcialidad y en segundo lugar por contarnos algo que no sucedió. Esta deshonestidad hay que analizarla bajo el prisma de la inmensa y profunda decepción sufrida. Han sido muchos meses segregando jugos gástricos. Meses de esperanzas y de ilusiones. El imaginario repleto de vitriólicas columnas de opinión que rellenarían páginas y páginas de periódicos. El imaginario repleto de incandescentes tertulias nocturnas de pim pam pum. Las navajas afiladas. Las expectativas enormes. Pero al mismo tiempo que iban forjando sueños e ilusiones, el puto Real Madrid no caía. No solo no caía, sino que, además, daba señales de vida. Entonces empezaron a tener sudores fríos. Y después de cada sorteo, las mismas reacciones. Ya no era un equipo español al que le había tocado un rival, más o menos, asequible, no. ¡Qué diferencia de opiniones cuando a La Colorá le caen los Lichichis, Luxemburgos, Islas Feroces y San Marinos de turno! Se mostraban incompresiblemente indignados con la suerte de un equipo español en un sorteo, aunque lo que yo creo que realmente les sucedía es que estaban acojonados.
Durante los 90 minutos vieron el partido perdido. Pero llegó la prórroga y volvieron las ilusiones y los sueños. El Aleti del cholismo aguerrido y batallador tenía al Madrid cojo, tuerto y manco, contra las cuerdas. Ellos esperaban esperanzados lo mismo que nosotros temíamos. Y fue que no. Y la decepción tremenda. En lugar de ser honestos, por una vez en sus simples vidas de cotorras, tiraron por la de en medio. Unos se justificaron en el gol ilegal de Ramos (contando la mitad de la jugada) y los otros se fueron a por un argumento tan irracional como propio de forofón descerebrao: el Aleti mereció ganar porque jugó mejor y valeyá. A ninguno de ellos se le ocurrió o se atrevió atizar al cholismo por poner en práctica su versión cagona, el minicholismo.
A un tal Martín Petón le escuché un disparate digno del más descerebrao de todos los descerebraos miembros del Frente Atlético. Nos vino a decir que el Madrid no podía estar orgulloso de la Undécima y que ellos, a pesar de no ganar, sí podían estarlo de su equipo. Supongo que el tal Petón no leerá nunca estas líneas pero a mis efectos me resulta indiferente. Orgullo, precisamente orgullo es lo que, yo creo, sentimos todos los aficionados del Madrid por esta Undécima. Y por varios motivos. En primer lugar por el trato rastrero que el equipo ha padecido casi desde el principio de temporada y que se ha venido desarrollando y expandiendo a medida que iba pasando el tiempo, cada vez con menor disimulo y cada vez más groseramente. Tratado como un extraño en su propia casa. Jugando contra rivales y contra enemigos íntimos. Orgullosos porque todo lo anterior se plasmó de manera incontrovertible en el carácter exhibido durante toda la prórroga. Ahí pudimos ver al Madrid de siempre. En el que todos nos reconocemos con peores o mejores jugadores, jugando mejor o peor.
Si el periocholismo y los petones quieren engañarse, allá ellos, es su problema. Si creen que el encogimiento de la prórroga, con todo a su favor, es digno de orgullo, sea pues. Eso lo explica todo en la historia de su Atleti. Y así, llegamos a los penaltis.
Los penaltis. Es verdad, son una lotería por mucho que se estudien o se dejen de estudiar los movimientos de los porteros o de los jugadores especialistas. No obstante, demasiadas veces hemos tenido la sensación de que en el Madrid ese tipo de detalles no contaban. Nos marcaban goles a cascoporro en corners y en saques de banda. Ni qué decir que una tanda de penaltis era más cuestión de la divina providencia que fruto de un trabajo. Parece ser que todo eso ha cambiado. Tanto mejor. Es un detalle que me parece merece la pena destacar.
Otra cosa. Mucho hemos comentado, elogiosamente, de los penaltis primero y último. Yo voy a hablar del tercero, el que lanzó Gareth Bale, sin quitar ni un ápice de mérito ni al de Lucas y ni al de Ronaldo, bueno, ni a ninguno. Bale lanzó el suyo cojo, pero eso lo sabemos todos. Al parecer se apuntó. Podría haberse borrado y nadie, absolutamente nadie, podría haberle dicho nada. Estaba cojo. Jugó cojo casi toda la prórroga. Pero se apuntó cojo. No sé sí pensó en las consecuencias de un fallo. Si lo pensó, tiene los atributos del tamaño del famoso caballo del Espartero. Si no lo pensó, da igual. Su determinación, en esas condiciones, le marcan (le deberían marcar) con el famoso ADN madridista. Sus muchos minutos de la prórroga arrastrando la pierna izquierda, jugándose a pocos días la Eurocopa, la primera que jugará Gales en toda su historia, debería servir para que todos aquellos tarugos, piperos y analfabetos, que una vez le pitaron, fueran en peregrinación a su casa a pedirle perdón. Pero al margen de lo anterior, queridos/as amigos/as, si Bale hubiera fallado el penalti que lanzó cojo, a estas horas de este día, en el que ustedes están leyendo esto, Bale iría camino de Gales, acompañado de toda su familia y de sus enseres y pertenencias. Estaría en busca y captura.
Bale fue de los dos o tres mejores del partido hasta que se lesionó. Para mi gusto personal entre él y Casemiro, aguantaron al Madrid. Ha jugado cinco finales y ha ganado las cinco. Y en todas ellas ha aparecido siendo fundamental. Yo quiero jugadores así, SIEMPRE, SIEMPRE, SIEMPRE. De esos que no se arrugan nunca cuando la presión es de las que acongojan.
Después de la tormenta. Las reacciones posteriores ya las conocen todos ustedes. Les llamo la atención sobre la opinión de determinados ex jugadores del Madrid metidos a comentaristas expertos. Ya saben a quienes me refiero. Mi consejo particular es que no lo olviden nunca. Algunos de ellos, que no se han acercado a una final de Champions ni en sueños (véanse los casos de Ricardito Gallego, Rafaelito Martín Vázquez o Policarpo Rincón), ahora dan expertas opiniones de cómo han de hacerse la cosas y de cómo no. Es el mismo caso de Angelito Cappa criticando a entrenadores que han ganado Champions.
Al margen de lo anterior, la bilis del dizque periodismo deportivo patrio ha fluido como si hubieran abierto las compuertas del embalse de la miseria, la mierda y la mala leche. Lo cual a mí me ha producido una enorme y elefantiásica satisfacción. La Undécima ha escocido. Ha escocido, creo yo, como ninguna de las diez anteriores. Ha escocido porque los onanistas llevaban ejerciendo el onanismo durante muchos meses a golpe de tambor de galera. Me los imagino encerrados en su cuarto de baño dándole al asunto mientras dejaban volar su imaginación. Se fabricaron tantas expectativas que el chasco que se han llevado ha sido de los que hacen época. Va a hacer falta mucha viagra después de semejante gatillazo para levantar el ánimo. Y ya ni les cuento como el equipo del que son ultras, La Colorá, no cumpla.
Así pues, estimados/as amigos/as, hala Madrid y nada más (nunca mejor dicho)…y nada menos.