Un articulo de: Marcos Jesús Barroso
En alguna ocasión he dicho que el amor por estos colores me viene gracias al madridismo enfermizo que le corre a mi padre por las venas. A él tengo que darle las gracias por miles de cosas, y una de ellas sin duda es hacer que cada 4 días busque tiempo de donde sea para sentarme a su lado frente a una tele. Siempre el mismo ritual, vaya bien el equipo o mal. Daba igual que fuera un resumen en Estudio Estadio, o que tuviéramos que hacernos 30 kilómetros para verlo en un bar cuando el plus daba sus primeros coletazos. Para un niño de 8 años que vivía en Canarias que su padre hiciera el esfuerzo de llevarle al Bernabéu a ver a Hugo Sánchez o Butragueño no hay Superman ni héroes que valgan. Por ese y más motivos él lo es y será siempre. Creo que jamás le podré agradecer bastante unos de mis momentos más felices, cuando desenvolví mi regalo de reyes y lo primero que vi fue “Parmalat”. Esa camiseta con la que llevaba meses dándole el coñazo y que conseguir en La Gomera era una auténtica odisea.
Pues en esas andábamos viendo un Madrid-Logroñés y Hugo Sánchez enganchó un obús de la frontal del área. “Vaya como le pega Hugo al balón, eh papá”. Y me respondió “Este a Puskas no le lleva ni las botas”. No sé por qué se me quedó grabada esa frase. El desconocimiento por la juventud no me hacía imaginar un delantero mejor que el mejicano, pero si lo decía mi padre no debía andar desencaminado. Y no lo estaba.
Años más tarde y con esas colecciones de VHS que regalaba el Marca y que visionabas una y otra vez enfermizamente con tus primos y amigos descubrí un auténtico depredador. Un jugador que hizo de la efectividad y la puntería su razón de ser, lo que ahora llamamos un killer. Su precisión de cirujano hizo que durante ocho temporadas las porterías del Bernabéu no criaran telarañas. Todas estas características le granjearon el cariño de la afición madridista que tuvo a bien llamarle “cañoncito pum”, un apodo muy castizo y que recuerda a las claras esos años.
Las dos vidas del comandante galopante
La carrera de Pancho se puede dividir perfectamente en dos etapas. La que marcó en Hungría con el Honved y la selección y sus años de gloria en nuestro club tras la sanción de la FIFA.
Ferenc Purczeld Biro nació en 1927 y se crió en en Budapest, pero en 1937 bajo el gobierno militar del país su padre decidió magiarizar su apellido y lo cambió para él y su descendencia por el de Puskas, que significa escopeta en húngaro. Quizás se trataba de una premonición de la que sería la vocación de su hijo. Sus primeros años se formó en el Kispest, que en 1949 fue tomado por el Ministerio de Defensa húngaro y se convirtió en el Honved, equipo del ejército, que reclutaba a los mejores jóvenes del país y les daba carrera militar. Ahí Puskas adquirió rango y se le conocía como “el comandante galopante”, muy castrense y muy de la época el sobrenombre también. A nivel nacional el Honved apenas tuvo rival esos años, y reunió a varios de los mejores jugadores de la historia del país centroeuropeo, compañeros de Pancho como Zoltan Czibor y Sandor Kocsis.
Capitaneó esa selección que deslumbraba al mundo entero a mediados del siglo pasado y que era conocida como “el equipo de oro”. Ese combinado que ganó la medalla de oro en los JJOO de Helsinki en 1952. Para el recuerdo queda la humillación posterior a Inglaterra en Wembley por 3 a 6 y que en el partido de vuelta corroboraron en Budapest con otra aplastante victoria por 7 a 1. “Podían haber sido 12 ó 13 si no hubiéramos jugado sólo para divertirnos” declaró tras proporcionarle la derrota más vergonzosa que a día de hoy recuerda el fútbol inglés.
Ese equipo se presentaba en el Mundial de Suiza 54 como uno de los máximos favoritos. Victorias como el 9-0 a Corea o el 8-3 a Alemania Occidental daban una idea de la potencia y efectividad de aquella escuadra que se plantó en la final precisamente contra la misma Alemania que habían desarbolado en la fase de grupos. Los magiares se adelantaron por dos goles a cero a los diez minutos de partido con goles de Puskas y Kocsis, pero si algo no caracteriza históricamente a los bávaros es bajar los brazos. Antes del final de la primera parte empataron el partido y a seis minutos del final se adelantaban. Cuando sólo quedaban dos minutos Puskas empataba el partido, pero el árbitro anulaba el gol por un fuera de juego inexistente. Alemania Occidental campeona. Ah, se me olvidaba. Puskas jugó la final con una fractura en el tobillo que tenía desde el 8-3 de la fase previa por una entrada de Werner Liebrich. Eran otros tiempos, de casta, de recolocarse el menisco en mitad de un partido como hacía Jacinto Quincoces cada dos por tres, y en los que una botella de plástico medio vacía no actuaba como una bomba de racimo y se llevaba por delante a 4 ó 5 jugadores.
En 1956 el Honved perdía en San Mamés por 3 a 2 en partido perteneciente a la Copa de la UEFA. Partido sin mayor trascendencia de no ser porque antes de volver a casa estallaba la revolución húngara y los jugadores decidieron no regresar a su país. El partido de vuelta acordaron jugarlo en Bruselas y el 3-3 final clasificaba a los vascos. Pero eso era lo de menos. Puskas fue juzgado sin estar presente y fue acusado de traición a la patria por el régimen comunista, hecho que le privó de regresar a su tierra hasta 1981. Atrás quedaban 83 goles en 84 partidos con su selección, estadísticas que a día de hoy Cristiano Ronaldo ha “normalizado” a ojos del aficionado pero que son demoledoras. Un auténtico depredador del gol.
Por si no fuera poco ser un traidor a ojos del régimen del país que amaba, la FIFA le inhabilitaba por no querer regresar a Hungría. Decidió entonces junto a otros compañeros que tampoco regresaron iniciar una serie de amistosos para recaudar dinero que le llevó por Italia, España o Brasil. A su regreso de la gira americana, algunos jugadores decidieron volver a Hungría y otros buscaron acomodo en distintos equipos europeos. Puskas jugaba pero esa tendencia al sobrepeso dibujaba una figura que no hacía imaginar que detrás de esa barriga prominente habían goles a puñados. Eso debieron pensar en Italia: Previamente y cuando todavía conservaba una figura medianamente decente a los ojos de los directivos para considerarle un deportista, se interesaron en él la Juventus y el Milán, pero estaba todavía inhabilitado. No pudo encontrar acomodo en ningún equipo de la máxima categoría del Calcio una vez finalizada la sanción. Tampoco el Manchester United le firmó: el plantel inglés venía del accidente que había dejado al equipo sin efectivos y buscaban reforzar el plantel tras esa desgracia que sacudió al fútbol. En este caso las reglas en la liga inglesa en referencia a los extranjeros y el desconocimiento del idioma fueron los motivos para descartar su fichaje. Les estaremos eternamente agradecidos por ello.
Más calidad que kilos
Los que conocían a Ferenc Puskas sabían que era una persona sincera y directa, pero Don Santiago Bernabéu lo era más todavía. El fino olfato para los jugadores con clase que tenía el máximo mandatario madridista vio algo en ese jugador que los demás no atinaban a ver. La primera toma de contacto en privado de ambos dejaba bien a las claras sus intenciones: “Nos quedamos a solas los dos, yo no hablaba ni una sola palabra de español, pero conseguí explicarle a Don Santiago que llevaba 18 kilos de más en la barriga. Él me miró, me entregó 5000 dólares y me dijo que ese era mi problema. Luego al par de días me sancionó porque mi mujer en una comida pidió una cerveza y creyó que era para mí”. Las intenciones eran claras, pero casi nadie en el club era partidario del fichaje porque el panorama no era muy alentador: 31 años, sobrepeso alarmante y un año y medio sin competir a buen nivel. Contaba con la negativa de José Samitier el secretario técnico del club, y el encargado de darle la noticia al entrenador Carniglia es uno de esos personajes sin los que no se entiende el Real Madrid, José Calderón: “Don Santiago me manda a decirle que le hemos fichado a Puskas” a lo que el entrenador responde enfadado “¿Ah sí? ¿Y qué hacemos con su barriga?” “La barriga se la quita usted que ese es su trabajo” obtuvo por respuesta.
Sus compañeros todavía no lo sabían pero el húngaro venía a completar la delantera más mítica que se recuerde en Chamartín: Di Stéfano, Puskas, Kopa, Gento y Rial. Todavía no tenía el beneplácito del entrenador y sus compañeros, pero tras el primer entrenamiento Don Alfredo lo dejaba claro: “Este Pancho maneja mejor la bola con la izquierda que yo con la mano” . Palabra de Dios, te alabamos señor. Fin de la cuestión. Carniglia no las tenía todas consigo, pero si Bernabéu y Di Stéfano te daban su bendición no había nada que hacer. Tragó pero no llevó a Puskas a la final de la que sería la cuarta Copa de Europa, alegando que era en Stuttgart y que no sería bien visto por los alemanes. Echarle un pulso a Don Santiago sólo podía acabar en despido y así fue a pesar de ganar el máximo entorchado a nivel de clubes. Esa sería la primera de tres Copas de Europa que ganó, junto a 5 Ligas, y Copa y una Intercontinental.
Goles marcó y de todos los colores. Si una final ha pasado a la historia es aquella en la que pasaron por encima al Eintracht de Frankfurt por 7-3 en la que él y Don Alfredo se repartieron los goles: 4 Para Puskas y 3 para Di Stéfano. Durante muchos años fue considerada la mejor final de todos los tiempos y a día de hoy se hace impensable volver a ver un despliegue ofensivo de ese calibre. Pero si verles jugar era un espectáculo, verles entrenar era mejor todavía. Todos los días salía desde su domicilio en la Plaza de los Reyes Magos y tras tomarse unos vinos y unas tapas en los bares de la zona iba a entrenar en el campo de tierra al lado de la piscina del Bernabéu, en lo que hoy hay situado un centro comercial que limita con Concha Espina y Padre Damián. Ese Madrid que crecía a pasos de gigante y que era el destino de muchos emigrantes, veía como muchos niños se saltaban las clases para ver entrenar de primera mano a los ídolos de toda una generación.
Pancho Puskas (por cierto, lo de Pancho es cosa de su gran amigo Don Alfredo) devino en uno de los mitos más fuertes del madridismo de la época y en una leyenda grabada a fuego no sólo en la historia del club, sino en la memoria de niños como mi padre. La fragilidad de los recuerdos visuales e impresos de aquella época contrastan con ese halo de misticismo que rodea a cada héroe de esos años. Dejó tras de sí un rastro de goles y un estilo de juego que años más tarde mi padre identificaría claramente en un jugador por el paralelismo de sus carreras: Ronaldo Nazario de Lima. Estado físico lamentable, goles a puñados, nulo nerviosismo de cara a portería, los dos llegaron al Madrid en una “supuesta” cuesta abajo, sprint corto y violento… dos auténticos cracks que no necesitaban un motivo para destrozar la portería contraria a goles.
Finalizó su carrera en el Madrid al borde de los 40 años y desde el primer día hasta su despedida hizo de la media luna del área su hábitat natural. Así como Di Stefano controlaba todo el campo y lo de correr por las bandas era menester de otros jugadores, el área era su propiedad, y ahí se desenvolvió toda su carrera como pez en el agua. Las distinciones individuales así le acreditan: Máximo goleador del Siglo XX y sexto mejor jugador del siglo, entre decenas de galardones. Ni que decir que una vez finalizado el régimen en su país le fueron devueltas todas las distinciones y fue homenajeado como la leyenda que era.
En el año 2006 tras una larga enfermedad nos dejaba una figura irrepetible para el Real Madrid. Esa terrible enfermedad que es el Alzheimer le hizo apagarse poco a poco y olvidar lo imprescindible que fue para nuestro club, pero todos los madridistas de bien lo recordaremos eternamente. Quizás no tuvo ese carácter de Di Stéfano ni el madridismo enfermizo de Juanito, pero ver como a tu padre se le caen las lágrimas cuando le pones videos en youtube de él y otros ídolos de su época, esas imágenes aceleradas en blanco y negro, te hacen cerciorarte de que jamás morirá el recuerdo de uno de los más grandes.