CRÓNICA | Artillería ligera y a octavos: Real Madrid 2 – 0 Inter de Milán

Una crónica de: @MiedoEscenico2

Con la única novedad, ya prevista, de Jovic por Benzema, saltó el Real Madrid a un Bernabéu con mucho público, en una noche desapacible y lluviosa a rachas, a ganarse el primer puesto de la fase de grupos de la Copa de Europa frente al Inter de Milán. El resto, lo habitual: Courtois bajo el larguero, Carvajal, Militao, Alaba y Mendy en línea defensiva, Casemiro, Kroos y Modrić en la sala de máquinas y Rodrygo y Vinicius en las alas, preparados para dar otra alegría a la parroquia.

El primer cuarto de hora no fue el inicio soñado. El Inter, vestido de negro, salió a presionar muy arriba y con intensidad, y ahogaba la salida del Madrid al ataque, dominando el territorio, la posesión y creando peligro. El Madrid, en ese proceso de ajuste de todos los partidos, era como un rinoceronte recién levantado, sacudía la cabeza de vez en cuando, pero tampoco acababa de salir de estampida. Un par de escapadas de Vinicius, que no acabaron con final feliz, fueron lo más destacable del cuadro madridista en esa fase, nada de lo que presumir.

En el minuto 17, uno de esos acercamientos puntuales del Madrid acababa con Rodrygo en la derecha del frente de ataque, jugando hacia el medio. Casemiro vio venir el balón y, con un guiño picarón, lo dejó pasar para que llegara a Toni Kroos. Don Antonio, porque se ha hecho acreedor a que le llamemos así, hizo un control orientado con la derecha, y sacó el reloj de arena para parar el tiempo y el espacio. Montó su cañón auxiliar, cargó el obús y observó a los centrocampistas, a los defensas y al portero interista pensando “No, no le va a dar con la izquierda”. Y, como buen mariscal de artillería, soltó un proyectil imparable con la zurda, ajustado al poste, que levantó al público de sus asientos y se llevó la mitad del entusiasmo del equipo italiano.

Imagen: realmadrid.com

Desde ese momento en adelante, el Inter siguió tratando de imponerse controlando el juego con Brozovic desde la zona de inicio. Pero se encontró con que las lágrimas de Barella, que no dejaba de pulular entre líneas y de llorarle al árbitro, no eran demasiado efectivas. Y que el descomunal Dumfries chocaba continuamente con otro coloso, el descomunal Ferland Mendy, que le fue arrebatando poco a poco la energía, la ilusión y hasta el bocata de nocilla. Alaba y Kroos tejían desde atrás, mientras Modrić aparecía, en breves destellos, castigando la presión italiana con giros imprevisibles y regates de los que generan lesiones de espalda. Jovic, inédito al principio, iba entrando en calor y mostrando progresivamente más carácter, más participación y más interés en juntarse con los jugones.

El tramo inmediatamente anterior al descanso fue una exhibición madridista de dominio, presión adelantada, juego veloz y solamente el poste evitó un gran gol de Rodrygo para poner la guinda al pastel. El intermedio, con el 1-0 en el marcador, trajo descanso al cuadro madridista y cambios al del Inter, porque Inzaghi sacó del campo a Dumfries para meter en su lugar a Federico DiMarco, intuimos que el holandés pidió cita urgente con su psiquiatra tras la terapia de Mendy. Pero, al volver a iniciarse el juego, algo había cambiado ya, y pronto se dieron cuenta. El Madrid comenzaba a dominar la pelota, con Kroos y Modrić en modo generales de división, mandando, moviendo y dirigiendo cada jugada hacia donde más castigaba al cuadro neroazurro. Por detrás de ellos, Casemiro se iba encontrando a sí mismo -aunque D’Ambrosio le dejó un recado por detrás que le hizo ver las estrellas-, Alaba solventaba con oficio pequeñas averías y daba continuidad a la circulación de balón, y Militao iba cepillando su traje de emperador del área y afilando el sable.

Fue, precisamente, Militao, el que se encontró con que Barella trató de perseguir un balón en profundidad a la espalda de Carvajal. El central brasileño, del que no sabe uno si destacar su zancada, su intensidad o su ubicuidad, le cargó legalmente y le mandó a la cuneta, protegiendo la pelota. El llorón Barella se tomó a mal la maniobra estilo Verstappen del central, y le agredió desde el suelo, a lo que Militao no contestó simulando que le habían hecho daño, sino que se encaró y demostró que la pinta de jefe de una banda neoyorkina es algo más que imagen. Se montó tángana, y Brych, asesorado por el VAR vía pinganillo, amonestó al brasileño por ponerse gallito y echó al lacrimoso Barella por agredir al capo Eder.

Imagen: realmadrid.com

Ni qué decir tiene que el Inter, que ya había perdido control con la salida de Brozovic a la hora de partido, al quedarse con diez jugadores, se dio cuenta de que no iba a salir vivo de Chamartín. El Madrid empezó a vivir en campo interista, a tocar el balón adelante y atrás, al primer toque, con fluidez, y los jugadores italianos ya no llegaban a ningún sitio con ventaja, más bien al revés. Ancelotti, a falta de veinte minutos, decidió dar descanso a Casemiro y metió en su lugar a Camavinga, algo menos sólido pero con más movilidad. En el minuto 78, en pleno recital de dominio blanco, introdujo un triple cambio, retirando del campo a Kroos, Rodrygo y Jovic, e introduciendo por ellos a Valverde, Asensio y Mariano. Con ellos, la presión adelantada se multiplicó y, tras una larga jugada, vimos cómo Modric abría el balón a Carvajal y que éste, a su vez, se la dejaba en la frontal a Marco Asensio.

El mallorquín, que de momento sólo ha llegado a teniente de artillería, montó a toda velocidad el bazooka que lleva en la pierna izquierda, y clavó un obús impresionante en la escuadra de Handanovic, que sólo pudo ver una mancha que le superaba a la velocidad de la luz antes de subir el 2-0 al marcador. Ese último tramo de partido nos sirvió para ver a Militao recorrer el campo de un lado a otro llevándose balones con la cabeza, con las piernas o con el bigote, igual daba, una vez arrancado el modo emperador. Ese despliegue de energía física y acierto defensivo contrastaba con la masterclass que volvía a marcarse ese chaval de 36 años, que verdaderamente sabe lo que es el sonido de los cañones, las bombas y el olor de la pólvora, y que sigue como un conejito de Duracell marcando el ritmo del fútbol como nadie. No lo sabemos, pero algún día, dentro de un par de décadas, todas y todos diremos con orgullo: “Yo ví jugar a Luka Modrić en el Real Madrid”.

Una vez más, el Real Madrid ganó el partido (y van nueve seguidos), se clasificó primero de su grupo para octavos de final de la Champions League, y demostró que cada vez parece más equipo de lo que se decía hace tres meses. No sabemos qué deparará el futuro, pero nos encantaría que este equipo vuelva a hacer historia, haciendo valer su leyenda, esa que dice que nunca se rinde, y que pelea cada partido hasta el final. Y que lo hiciera entre chispas, olor a pólvora y detonaciones, con la artillería ligera que hoy ha mostrado que tiene.