OPINIÓN | Ese escudo

Un articulo de: @Mrsambo92

Hay un escudo. Todos lo conocen. Lo admiran, lo temen, lo odian. Un escudo para gobernarlos a todos. Un escudo que a todos atrae, que a muchos cobija y a otros ata en las tinieblas… Es ese escudo que rodea las mayores glorias futbolísticas y corona la excelencia deportiva.

Ese escudo es el salvavidas que rescata al siniestrado en el último momento, el paracaídas que se abre cuando el impacto parece irremediable, el Deus ex Machina que salva al héroe para nuestra satisfacción, la cruz que frena la bala destinada al corazón, ese “¡venga ya, no se lo cree ni él!” ante la última aventura del protagonista…

Ese escudo que guarda toda la historia y los valores en el interior de sus fronteras y que mira desafiante a la barbarie que berrera a los pies de sus muros. Se le ha zarandeado, se le zarandea y se le zarandeará desde dentro y desde fuera, pero seguirá siendo el faro imperturbable que llama a lo heroico, a lo imposible, a lo glorioso, a la victoria.

En ese escudo lo imposible descubre a su rival y el destino inexorable encuentra quien lo rete. En ese escudo la fe recibe respuesta y los escépticos se hacen creyentes. Ese escudo significa que vencerte a ti mismo es lo único que te queda por vencer y no puedes dudar en hacerlo porque es la manera de seguir compitiendo.

Ese escudo es la respuesta cuando todo va mal, cuando todo anuncia el apocalipsis, la derrota y el desastre, cuando todos flaquean y se rinden, cuando sobreviene la pereza, cuando vamos al matadero, cuando todo está en contra, cuando la respuesta sólo es no, cuando es imposible. Ese escudo al que el fracaso impulsa a la exigencia. Y la victoria a la ambición y el deseo… Ese escudo que resurge cuando no se puede, porque es el único que puede sin poder.

Ese escudo abrió fronteras cuando otros preferían la comodidad, creó competiciones despreciadas y ahora veneradas por todos, batió los récords y fundó el mito. Ese escudo aguanta estoico cuando el único jugador que vale es el que está fuera, el único que es bueno es el no fichado, el malo está en plantilla y el que está en plantilla hay que venderlo. Ese escudo congrega incluso cuando todo entrenador es despreciado porque no sabe de táctica, es un pelele vendido al vestuario o un sargento que no sabe manejarlo.

Ese escudo comprensivo que acoge en sus brazos a los que prefieren vaticinar catástrofes, desear derrotas o despreciar activos antes que esperar lo mejor y lo imposible, antes que disfrutar. Ese escudo que nos protege con su indestructible coraza de gloria de las infamias, injurias, esputos y ultrajes de propios y ajenos. Ese escudo que soporta que algunos de los suyos deseen su derrota y prioricen su razón al éxito, que deseen su fracaso, que lo vean en el bombo de Europa League y prefieran no clasificarse para la siguiente ronda…

Ese escudo que entierra las infidelidades y traiciones de los suyos a su esencia, de esos que siempre ven el miedo y próxima la hecatombe, renaciendo eternamente cada vez que buscan sentenciarlo. Porque ante la adversidad algunos, en ocasiones, logran sobreponerse una vez, pero sólo un escudo hace de ello rutina.

Es ese escudo que sonríe cuando no se puede ganar una Supercopa porque juegan nueve contra once, pero se gana. Cuando le van a golear en Francia y en el Bernabéu, pero gana la decimotercera con dos tijeretas. Cuando queda quinto, pero levanta la Champions. Cuando nadie lo había conseguido, pero él gana tres seguidas y cuatro de cinco para hacerlo constar.

Es el escudo de los milagros, el que te recuerda el gol en el 92:48, las remontadas europeas, la Liga del clavo ardiendo, a los García, al filial finalista de Copa, a las cinco Copas de Europa seguidas, a las trece en total… El que une a millones en sentimientos universales sólo explorados por los que llegaron donde nadie antes pudo, el que abraza a padres e hijos, a abuelos y nietos en cada rincón.

Dentro de ese escudo no se elige, sólo se mira la victoria cada día. No hay opción, porque las otras son absurdas, secas gotas y lágrimas de un mundo habitado por los demás que chocan en su impermeable armadura de triunfo…

No dudéis nunca de ese escudo, no hay necesidad. Es la mejor tabla para flotar en el naufragio, la mejor muralla para protegerse de los ataques, el mejor castillo para resguardarse del viento, el mejor arma para alcanzar la victoria, el mejor abrazo, coronado y redondito, para regocijarse en el sentimiento. No lo hay igual, en ningún lado.