Un articulo de: @Mrsambo92
Viene bien recordar alguna de las frases que Zidane le decía a los jugadores: “Esta es una carrera corta y tenéis la suerte de estar en el Real Madrid. Aprovechadlo”.
Se nos va un mito, se nos va otra vez, como hizo desgarradamente hace 12 años. Me emocioné, lloré. Chorradas de futboleros.
No era un niño cuando Zidane llegó al Madrid, ni mucho menos. Era plenamente consciente de todo, había vivido lo bueno y lo malo del fútbol, épocas gloriosas y travesías por el desierto, había tenido ídolos y pasado por las clásicas fases de imitar regates y gestos de ellos… pero con él reviví edades pasadas, ese espíritu infantil que me he esmerado mucho en no perder jamás.
El Madrid que empezó a gestar Florentino, incluso algo antes con Lorenzo Sanz, fue, con seguridad, el mayor impulso del que ha sido consciente cualquier seguidor madridista de cualquier época, un contundente y poderoso regreso a la primera división del fútbol mundial. No exagero. Aquel Madrid de Bernabéu, de Di Stéfano, se fue gestando poco a poco y sin referentes anteriores, fue algo así como el germen de todo, del fútbol en sí, a nivel europeo. Nosotros iniciamos la aventura.
Pero cuando se perdió esa posición, a pesar de hitos nacionales y algunas glorias europeas, no fue hasta finales de los 90 cuando recuperamos de verdad el lustre que nos pertenecía. Muchos años oyendo hablar de superestrellas de ligas extranjeras, cuando los fichajes eran más extraños y menos internacionales, cuando había límite de foráneos, cuando había mucho menos conocimiento de lo que se cocía en otros lugares. Llegaban jugadores de los que no habíamos oído hablar, y de los que oíamos ninguno venía, porque parecían inaccesibles…
Entonces llegó Figo, llegó Zidane, llegó Ronaldo convertido en estrella, llegó Beckham… era vivir las ensoñaciones infantiles en la realidad, era la manifestación de que todo era posible, de que no teníamos límites. Los Reyes Magos existían.
Y el mejor regalo fue Zidane. Verle jugar fue como asistir a la creación de la más maravillosa obra de arte paso a paso. Sus piernas como pinceles sobre el tapiz de hierba del Bernabéu creando garabatos inexplorados e imposibles, sus controles y pases geométricos como el diseño de la más bella escultura o catedral, las exclamaciones sorprendidas del público ante su danzar elegante como la música más hipnótica jamás compuesta…
No, nadie exageraba cuando se decía que merecía la pena pagar la entrada para verlo sólo a él. Y se fue, con un Madrid que no había logrado todo lo esperado con su presencia, y a pesar de todo nos sentimos huérfanos. Vi como resbalaban mis lágrimas por el rostro de Zidane el día de su despedida contra el Villarreal. Vi las lágrimas de muchos, incluso de la reportera de Real Madrid Tv resbalar por el rostro del francés, con la chamarra madridista acunada y mostrando su delgadez en una camiseta de tirantes. Vulnerable, desvalido. Luego comprendí lo hondo que caló en él el madridismo.
Ahora aquellas lágrimas, que han vuelto, se consuelan con el recuerdo de su sonrisa, esa que sirvió de escudo a los desplantes, que calmaba al seguidor ofendido o preocupado, al histérico y ofensivo. Quizá porque al final aquello no fue un adiós, fue un simple hasta luego, una pausa, un descanso, antes de reactivar su idilio con nosotros, antes de agrandar su leyenda, que es la nuestra, desde el banquillo.
Poco han valorado tus méritos como técnico mientras estuviste aquí. La mayoría simplemente calló tras los resultados. Sólo unos pocos valoramos tu trabajo, tu manera de manejar al equipo táctica, psicológica, física y globalmente. Sólo unos pocos analizamos tu método y procedimiento, contra la mayoría que prefería pensar que te sentabas a sonreír y verlas venir con un equipazo legendario que te hacía el trabajo sacaras a quien sacases de manera arbitraria.
Sólo unos pocos entendimos que el Zidane entrenador había depurado la inteligencia del Zidane jugador. Sólo unos pocos supimos que había tomado nota de todo lo positivo y negativo que le sucedió a lo largo de su carrera. Cómo incorporó la practicidad italiana de Lippi, un gran referente para él, adaptada a su vez a la filosofía y esencia del club madridista. Sólo unos pocos vimos sus virtudes en todas las facetas que debe tener un entrenador, incluso aquellas que se ocultan, superando a los grandes de Europa reiteradas veces, a todos esos técnicos que sabían más que él.
Ya escribí sobre todo esto, sobre lo fascinante que me resultaba comprobar lo consciente que era de los errores que había cometido y había sufrido en sus equipos. Jamás vi a alguien en el mundo del fútbol poner remedio como él a todos y cada uno de aquellos defectos. Ese uso de las rotaciones, innovación sin parangón en el fútbol moderno (que este año criticaban por no hacerlas los mismos que lo criticaron el anterior por hacerlas en demasía), que ha repetido con escrupulosa metodología estos años, aunque algunos no se hayan enterado ni lo hayan comprendido aún. Un uso de su plantilla que además le servía para varias cosas: tener a todos concentrados, dispuestos para dar el mejor rendimiento (el equipo de “circunstancias” que tuvo que sacar contra el PSG es buen ejemplo de ello este año, y hablo de “circunstancias” comparándolo con lo que era su equipo modelo, no por falta de calidad), pero sobre todo para evitar un hecho que lo atormentó por dos veces, una como jugador (Queiroz) y otra como segundo entrenador (Ancelotti): la caída física del equipo en la parte final de la temporada, cuando se decide todo.
Un aprendizaje adquirido en los vestuarios más duros y exigentes del mundo del fútbol, incluido el madridista.
Zidane ha logrado que el Real Madrid termine las temporadas físicamente como nunca, como no tengo recuerdo. Los tres años, incluido el primero, tras sustituir a Benitez, donde también hubiera conquistado la Liga en una increíble remontada si no llega a ser por el colchón habitual del equipo culé.
Lo mismo hizo con su regulación de esfuerzos, su planificación de menos a más, incomprendida por tantos, manteniendo al equipo en barbecho durante la primera parte de la temporada para sostenerlo físicamente ante una competición hostil, comprendiendo a la perfección ante qué y quién competía y cómo debía hacerlo, logrando una liga asombrosa para certificar un doblete histórico.
Un maravilloso gestor psicológico, sabedor de la importancia del físico y de la motivación, capaz de explicar la necesaria manipulación que hay que ejercer sobre los jugadores para llevarlos al límite.
Una aplicación de la meritocracia absolutamente personal, que no tenía que corresponderse con la de usted o la mía, pero que no se me ocurriría negar por ello. El hincapié táctico del equilibrio y la intensidad como claves de todo sistema. Su manera de variar estilos, alternando la presión alta con la búsqueda de espacios. La forma en la que convierte en virtud los defectos, por ejemplo con Marcelo y sus carencias defensivas, modificando al equipo para extraer las virtudes del jugador al máximo, aprovechando el desequilibrio que proporciona para convertirlo en uno de los jugadores más determinantes del mundo, aplicando el ataque como la mejor defensa.
Me asombra comprobar la incomprensión de muchos aficionados, especialmente los que van de expertos, ante la gran cantidad de recursos tácticos ofensivos empleados, la capacidad que ha demostrado este equipo para perforar defensas de todas las maneras posibles (salvo el atasco sufrido este último año donde quizá le faltó flexibilidad o vivacidad para alterar sistemas antes, como hizo luego abriendo las bandas con Asensio y Lucas). Cómo ha manejado a jugadores como Isco, Lucas Vázquez, Asensio o Bale tácticamente… Ir del 4-3-3 al 4-4-2 o al 4-3-2-1.
Ha sido modelo para la gran estrella del equipo, Cristiano Ronaldo, regulándole y rotándole, para que alargue años su carrera ahorrándose partidos intrascendentes, demostrando, una vez más, que tomó nota de lo que le ocurrió a él mismo…
No, Zidane sólo era incapaz de vencer a la Roda, era el de la flor, el que sacaría a Bale sí o sí en todos los partidos importantes, el que ninguneaba a Isco o Asensio, el vendido al presidente y sus dictados en las alineaciones, el que ponía a Benzema por decreto y cumpliendo órdenes… Un señor, cenit de la elegancia y la estética futbolística y personal, que tuvo que aguantar hasta anteayer que dijeran que era un mero alineador, que no quería enfrentarse a las estrellas, que no daba la talla, que le faltaba experiencia, que ha visto como era atacado a través de sus hijos… Hasta anteayer… Esto han dicho de él los medios… y muchos madridistas.
Nunca era el tiempo adecuado para valorarle. Muchos os habréis olvidado. Yo no. Decían tras ganar su primera Champions que era precipitado hacer juicios sobre su trabajo, porque llegó mediada la temporada a un equipo derruido y depresivo. Que tornara todo aquello en un éxito europeo no podía juzgarse… ¡Y luego se siguió diciendo lo mismo al año siguiente, tras su segunda Champions y el doblete histórico! Porque a Zidane sólo se le podía juzgar cuando perdiera… El problema fue que perdió poco, y ninguna Champions.
Trajo la normalidad desde la extrema profesionalidad a esto del fútbol, desnudando de otra forma a la infausta fauna periodística que “carroñea” por el Bernabéu y nuestra Ciudad Deportiva.
Muchos te ofendieron continuamente, mediocres con pluma y el micrófono fláccido. Te insultaron, te despreciaron, te lanzaron a la cara insinuaciones. Faltaron al respeto desde su prepotencia de mediocres con altavoz a un señor que lo ha sido todo en su profesión, que ha sido la excelencia en la misma. Al mismo caballero que respondía con una sonrisa que no merecían a estos torpes mezquinos que difícilmente saben redactar.
Hoy gran parte del madridismo vuelve a sentirse huérfano, llora una marcha, casi como la de un padre. La marcha del técnico que llegó a tener más títulos que derrotas, que ha conquistado más Champions que años ha pasado sentado en el banquillo, la marcha de la sonrisa eterna, franca y sincera.
Nos duelen las marchas de los ídolos porque son un apego infantil, duelen porque se van ellos, no los abandonamos nosotros, como ocurre por ley de vida cuando crecemos y dejamos atrás cosas con las que generamos unos vínculos especiales. Nuestros juguetes, nuestros muñecos…
Nos tiene que doler, porque importan, pero en un tiempo sonreiremos recordando y entendiendo que esto, como lo fue hace 12 años cuando colgó las botas, no es un adiós, sino una pausa, un descanso, un hasta luego.