Un articulo de: @DanielHeredero
Hizo fortuna la frase que aparece en este titular en las postrimerías del siglo XIX y se le atribuye al Almirante de la Armada española del Pacífico, D. Casto Méndez Núñez. Hizo fortuna en esa España católica del Antiguo Régimen, cuyos valores incluían el desprecio por lo material en aras de la honra y la virtud, una visión que contribuyó de forma negativa en el desarrollo de la sociedad capitalista que muy lentamente (en España al contrario que en Europa) sustituyó a la sociedad feudal.
Así, hasta época relativamente reciente, el acopio de bienes, aun conseguidos con el trabajo y el esfuerzo de forma legítima eran vistos de forma negativa por la sociedad. Una sociedad en la que se ridiculizó a los comerciantes hasta antes de ayer y en la que se veía con buenos ojos a los “rentistas”, una clase social casi exclusiva de nuestro país. Lo bien visto socialmente era poder vivir de las rentas. Una forma de despreciar el mérito en favor del estatus adquirido, los derechos dinásticos o la genealogía.
Ya en el siglo XVI se hizo famosa otra frase atribuida a Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, parece ser, que al ser inquirido por el Rey Fernándo el Católico sobre los gastos en los que había incurrido en la campaña que había dirigido contra los franceses en Italia desde la base de Nápoles, contestó con cierto desdén “…en picos, palas y azadones, 100 millones” haciendo por un lado desprecio de los dineros gastados en una campaña gloriosa y además honrando a los caídos en tan noble empeño y haciéndole ver al Rey que era mucho más importante la gloria y la victoria que el dinero gastado para conseguirla. A esta clase de respuesta se le ha venido llamando “las cuentas del Gran Capitán”.
Todas estas frases forman parte del imaginario popular, eran y son expresión del estereotipo de las virtudes de la raza española, el desprecio por lo material, ser fiel pero orgulloso, valiente hasta el desprecio de la propia vida, desafiante, incluso violento e incapaz de pedir o rendir cuentas. Toda esta larga (y espero que no excesivamente pedante) perorata, viene a cuento de las cosas que últimamente leo en las redes sociales sobre los valores (ciertos o imaginarios) que algunos atribuyen al madridismo en general y al Real Madrid en particular.
Frases cómo que el fútbol no es un negocio y que el Real Madrid tampoco, son vertidas por cientos y retuiteadas por miles, que los valores están por encima de los títulos, que deberíamos volver a las “esencias”, que hay que cambiar el modelo. El fútbol es un deporte profesional, no de ahora, sino desde los años 30, pero parece que el deporte en general y el fútbol en particular alberga ese componente emocional, visceral diría yo, que lo convierte en el último reducto de ideas y expectativas que en otros ámbitos de la sociedad están absolutamente desterrados desde hace décadas. Parece que alguno aún no se ha percatado que este hermoso deporte está unido de forma indeleble a la actividad económica, que los clubes más grandes en lo deportivo, también lo son en lo económico, y que incluso la dimensión social de los mismos va estrechamente vinculada a su capacidad económica.
Pero parece tarea inútil dar ningún tipo de explicaciones sobre la necesidad del dinero para mantener un equipo de fútbol de élite, por más que los ejemplos son evidentes, en los últimos 20 años los campeones de la mayoría de los campeonatos en Europa, salvo honrosas excepciones, siempre han sido equipos situados entre los 15 más ricos del continente. ¿Ser el más rico es garantía absoluta de éxito? Claro que no, aunque no formar parte de esos 15 elegidos te aleja a años luz, de las posibilidades de serlo. Las dos últimas Champions las han ganado Real Madrid y Barcelona, podríamos discutir sobre los estilos, valores, orgullos y de las cualidades futbolísticas o los méritos de cada uno, pero lo que es indiscutible es que son los dos presupuestos más altos del fútbol europeo.
Y obviamente que podremos discutir lo bien o mal que se emplea el dinero fichando a tal o cual figura o entrenador, pero siendo un poco sensatos, discutir sobre la necesidad del vil metal parece de Perogrullo. Entiendo la nostalgia de tiempos pasados, el deseo de volver a los “viejos buenos tiempos” (cómo si el simple deseo fuera suficiente para que tal cosa suceda), pero no existe tal posibilidad, los negocios y este lo es aunque os empeñéis en pensar lo contrario o crecen o menguan, es seguramente cruel para muchos entender que sólo con el orgullo y el honor no alcanza para vencer. Esto, claro está, no significa que haya que perder el orgullo, ni el honor, sencillamente significa, que siendo condiciones estás necesarias (muy necesarias diría yo) no son suficientes.
Exijamos honor y orgullo a nuestros jugadores, al club, pero no olvidemos que para que el sortilegio funcione, hay que regarlo con dinero, sí, habéis oído bien, queridos descreídos, con dinero, con ingentes cantidades de esa vulgaridad llamada dinero que despreciáis de manera completamente altruista y dedesinteresada, excepto cuando es necesario para fichar a una gran estrella o para retener a un gran jugador de la plantilla, ese dinero tan incómodo cuando sale de nuestros bolsillos y tan difícil de conseguir y que sin embargo al Real Madrid le cae, al buen entender de algunos, del cielo o simplemente porque “somos el Real Madrid”…
En un país de orgullosos hidalgos, queda mucho mejor (aunque sea de boquilla) enfrentar molinos de viento, que aprovechar el viento para hacer harina. En ese país futbolístico de fantasía, de hidalgos de bragueta, todo se consigue con valores espirituales y hermosas frases huecas, todo procede de la taumaturgia, de conjuros y conjuras metafísicas. Lástima que en el mundo real, todo se consiga poniendo dinero encima de la mesa, lástima que los honrosos barcos acabaran en el fondo del mar, más nos hubiera valido, que en vez de esa hermosa frase, la Patria hubiera podido gastar MÁS DINERO para proporcionarle más y mejores buques, para afrontar el desafío y poder volver a casa… Con la honra, los barcos y sobre todo la victoria.