Una crónica de: @JAgilminguez

Y sin apenas descanso tras la Supercopa, regresó la Copa. Y regresó el Real Madrid. Y lo hizo en el modo montaña rusa a que nos tiene acostumbrado ésta temporada. Sorprendió Ancelotti con un once en el que dio cabida a muchos de los habituales titulares. Tras el varapalo del domingo, no se fiaba el italiano de un Celta que llegaba con bajas y prefirió no arriesgar poniendo sobre el terreno de juego a los futbolistas menos habituales. El miedo a perder en ocasiones te lleva inexorablemente a una derrota y fueron precisamente los futbolistas menos habituales quienes en un giro de guión inesperado, salvaron la eliminatoria.

El encuentro comenzó con “música de viento”. Una sonora pitada del público asistente al Estadio Santiago Bernabéu recibió al equipo mostrando su (justificado) enfado por la imagen dada en Arabia. Si bien el público es soberano para manifestar su descontento antes de comenzar el encuentro, quizá no sea lo más conveniente dedicar una pitada continuada, señalando a determinados jugadores durante el desarrollo del partido, sobre todo cuando gran parte de los errores que hayan podido cometer éste año vienen derivados de encontrarse jugando fuera de su posición natural por decisión del técnico. Aurélien Tchouaméni, el principal señalado, lejos de arrugarse ante semejante acontecimiento sonoro, nos regaló su mejor actuación de la temporada, recordándonos al futbolista que llegó hace apenas dos años. Rápido al corte, contundente, recuperando balones y ayudando en las bandas, la vuelta a su posición natural el día de ayer le beneficia para desarrollar sus innatas facultades.

Imagen: realmadrid.com

Fue, junto a Kylian Mbappé, lo único destacable de un mal primer tiempo del Real Madrid. El crack galo ya ha vuelto a sentirse futbolista y su progresión en las últimas semanas invita a ilusionarnos con su juego. Si al principio de la temporada no se encontraba al nivel de sus compañeros, ahora son sus compañeros quienes no están al nivel de Kylian. Tras un penalti no pitado en el área blanca por Munuera Montero (el celebérrimo árbitro del “todo OK, José Luis”), quien decidió ser coherente con el no pitado en su día, no señalando tampoco el cometido por Andriy Lunin en esta ocasión, el astro francés logró un gol en una vertiginosa transición en ataque, señalándose acto seguido el escudo, a fin de reivindicar al equipo frente a la afición.

Comenzó la segunda parte con un Real Madrid más alegre y animoso en ataque, dando lugar a una gran combinación entre Mbappé, Brahim y Vini Jr. que puso el segundo tanto en el marcador. El francés demostró que además de marcar, saber asistir. El público parecía que se sumaba de nuevo a la causa, animado por esos buenos minutos, donde el Madrid estuvo a punto de sentenciar  merced a un gol de Arda Güller, anulado por un fuera de juego milimétrico de Vini.

Imagen: realmadrid.com

Después del subidón, llegó otra vez la bajada vertiginosa a que nos ha acostumbrado el equipo. Dio entrada Ancelotti a varios jugadores de refresco y Camavinga, que había entrado poco antes en el terreno de juego, regaló un gol al rival y ya en tiempo de descuento, una acción de Raúl Asencio (impecable hasta ese momento), agotado tras estar todo el partido tapando los huecos que dejaba el equipo en banda derecha, cometió un penalti innecesario que fue inmediatamente transformado por el equipo vigués.

Otra vez tocaba volver a empezar y otra vez el público volvía a estar nervioso. Los últimos minutos de partido no auguraban nada bueno. Pero ese maravilloso invento llamado prórroga nos iba a dar de nuevo algunos momentos inolvidables. Y en esta ocasión fue a través de Güller y Endrick, posiblemente los dos jugadores más maltratados por el entrenador ésta temporada. Fruto de una combinación entre ellos, llegó el tercer gol blanco en una acción de puro delantero centro del brasileño. Acto seguido, un misil tierra-aire de Federico Valverde hacía subir el cuarto tanto al marcador con el público activado en su tradicional modo “remontada” y de nuevo Endrick en un córner sacado por el genio turco, puso el definitivo 5-2 en el marcador. Lo hizo con un taconazo que se sacó de la chistera, ante la atónita mirada de Bellingham, quien no daba crédito a la acción del paulista.

Imagen: realmadrid.com

Por fin el púbico pudo liberarse de la tensión acumulada y coreó los goles de los suyos, a quienes pudo despedir con aplausos. Una noche vertiginosa de altibajos, que mantuvo a la afición con el corazón en un puño y con la duda en el horizonte de qué rostro ofrecerá el equipo en los siguientes partidos y si seguirá contando el entrenador con los más jóvenes.