Un articulo de: Marcos Jesus Barroso
Lo máximo a lo que aspira un jugador nacido en Inglaterra es a coronarse algún día en Wembley. Laurie Cunningham creció con ese deseo desde que era un niño y vio con 10 años como Bobby Moore alzaba al cielo la Copa Jules Rimet que metía a Inglaterra en el exclusivo grupo de ganadores de un Mundial.
No era fácil la vida en Inglaterra en los años 70, y mucho menos para un chico de color, hijo de inmigrantes jamaicanos que vivían en pleno Londres, ya que estaba en plena efervescencia el odio racial. Pero el destino le tenía reservado un sitio en el palco de Wembley en 1988, cuando Diana de Gales le entregó la FA Cup.
Laurie conoció ese odio racial en persona debido a su ascendencia caribeña, pero su calidad futbolística derribó los muros de la intolerancia, convirtiéndose en el primer jugador negro en vestir la camiseta de la sub-21 inglesa y cualquier otra categoría.
Sólo Viv Anderson lo hizo en la absoluta antes que él. Sus exhibiciones en el West Bromwich Albion, que por juego era el equipo de moda en la época, le convertían en uno de esos extremos de la vieja época y que hoy en día escasean. Por la derecha o la izquierda, pegado a la cal, su principal objetivo era llegar a la línea de fondo. Ron Atkinson dijo de él que era el mayor talento surgido en Inglaterra desde George Best, y eso ya eran palabras mayores.
Una eliminatoria que cambió su destino
Había regresado el West Bromwich Albion a competiciones europeas tras una travesía por el desierto en la temporada 78/79. Tras dejar atrás en la Copa de la UEFA a Galatasaray y Sporting de Braga tocaba enfrentarse al Valencia de un Mario Alberto Kempes que venía de triunfar en el Mundial de Argentina. Ese día, en El Luis Casanova, Cunningham maravilló a toda Europa con una exhibición física digna de los atletas de su Jamaica natal.
Y tampoco pasó desapercibido para Luis de Carlos y compañía. Andaba el Madrid en otras lides, y sonaban para nuestro equipo Rummenigge y Kevin Keegan, pero esa actuación en Valencia hizo que la directiva se decidiera por la denominada “perla negra”. 120 millones de pesetas de la época y la recaudación de un par de amistosos fueron el precio convenido, lo que le convertía en el segundo traspaso más caro de la historia del fútbol inglés tras Trevor Francis, y también pasaba a ser el jugador mejor pagado de la liga española.
Quizás la presión le pudo esa primera temporada bajo las órdenes de Boskov. El club se armó de paciencia y achacó a la adaptación la discreta aportación de Cunningham. Pero un par de días más tarde de un partido con Inglaterra el extremo inglés sacó a relucir toda la clase y calidad que atesoraba.
Aplaudido por el Camp Nou
Laurie firmó una actuación en la victoria 0-2 en Barcelona que le ha hecho entrar por mérito propio en la historia madridista. Fue tal el calibre de esa demostración que el fútbol español fue testigo de un hecho sin precedentes: ¡El Camp Nou aplaudía de pie a un jugador del Real Madrid! Incluso cada vez que iba a sacar los córners ese sector del campo aplaudía a rabiar. Fue el punto álgido del jugador en su etapa madridista. Esto hace pensar que aquí podría despegar su carrera en Chamartín, pero nada más lejos de la realidad. A pesar de ganar liga y copa ese año, siempre se mostró irregular.
Todo se complicó al año siguiente cuando en un partido contra el Betis, Bizcocho le dio un pisotón y le fracturó el dedo gordo del pie. Fue operado por el doctor Viladot en Barcelona y luego por un médico francés. Dos días después se fue escayolado a una discoteca madrileña a olvidar sus dolores, y olvidando la dimensión de este equipo pensó que no le iban a pillar con las manos en la masa. Pero se equivocaba. Luis de Carlos decidía abrirle un expediente disciplinario y multarle con un millón de pesetas. Y mientras se recuperaba el equipo aprendió a vivir sin él. Llegó a tiempo para el partido más importante del año, la final de la Copa de Europa, pero nada pudo hacer. Aquella final del fallo de García Cortés y la oportunidad fallada por Camacho que el madridismo ha tenido a bien superar.
Marcha del Real Madrid y triste final
Terminó en 1983 con más pena que gloria su periplo madridista siendo cedido al Sporting de Gijón y regresando a sus país, pero el destino le tenía reservado vengarse de aquella final contra el Liverpool. En 1988, con aquel Wimbledon que pasará a la historia por primero pegar y luego preguntar, con angelitos de la guarda como Dennis Wise o Vinnie Jones, lograba alzarse con la FA Cup.
Un trozo de su corazón se quedó en España, por lo que decidió volver a Madrid, esta vez en el Rayo Vallecano. Dos temporadas en las que ya no era el mismo, pero seguía aportando al juego. En 1989 no tenia claro si seguiría jugando en España, pero una mañana de un 15 de Julio se apagaba la eterna sonrisa de Cunningham. Un accidente en un Seat Ibiza en la carretera de la Coruña apagaba la vida del único jugador madridista que había apludido el Camp Nou. Descansa en paz Laurie.