Un articulo de: @MiedoEscenico2
Los ciclos se cierran, porque cada final es un nuevo principio. Es ley de vida, y también ocurre en el fútbol, ese deporte que nos convierte en lo que no somos en realidad. A mí, por ejemplo, me convirtió, durante un tiempo, en cronista o en escritor, sueños de juventud que nunca pensé que llegaría a cumplir. A Karim Benzema, el fútbol le salvó de ser algo diferente, pero nunca sabremos el qué. Lo que sí sabemos es que Benzema, a nosotros, nos salvó de perdernos su imponente calidad futbolística el día que firmó por el Real Madrid, hace catorce años. Y que, mientras él cumplía sus sueños, nos permitió cumplirlos a nosotros también.
A lo largo de esos catorce años, el francés estuvo bajo sospecha por parte de un sector de la afición madridista, por lo general el que desprecia el arte y valora más los cálculos. Cálculos en bruto, sin matices, frente a arte, un arte al mismo tiempo elegante y cadencioso, que esconde, tras la aparente ausencia, una presencia plena de invisibilidad. Un tipo que soportó cómo le llamaban desde los medios de comunicación “empanado”, que aguantó cómo sus propios aficionados pedían que tirara otro jugador un penalti que le correspondía, que cargó durante años con ser el protegido del presidente y del entrenador. Incluso cuando cambiaron los entrenadores, Benzema jugaba por enchufe, por ser francés, por cualquier motivo que no fuera el mérito, según esa gente.
Imagen: La Vanguardia
Hasta que el galo se hizo merecedor del Balón de Oro, en la pasada temporada, no fue reconocido por propios y extraños como un delantero fuera de serie. Tuvo que marcar 44 goles en 46 partidos con el Real Madrid, además de 5 en 7 partidos con su selección, para que le otorgaran la condición que merecía. Parecía que no era un fantástico goleador, hasta que marcó un hat-trick al PSG, otro al Chelsea, y un doblete al Manchester City. Hasta entonces, algunos no cayeron en que, antes de su último partido, Karim Benzema se va del Real Madrid siendo el segundo máximo goleador de la historia del club, con 353 goles, además del cuarto máximo goleador tanto de la historia de la Liga española, con 237 goles, como de la historia de la Copa de Europa, con 90 goles.
Pero es que, más allá de las cifras en bruto, la sutileza de Karim Benzema en el juego, lo que le ha caracterizado tanto a ojos de sus detractores como de sus defensores, puede llevarse al análisis de las cifras. Porque, tanto en la competición liguera como en la continental, Benzema ha mantenido un porcentaje de acierto en el remate de un 18,7% en sus años en el Real Madrid. Prácticamente, uno de cada cinco remates que hacía era gol. Con años mejores (su mejor registro fue en la Champions de 2014-15, alcanzando un 31,6%) y peores (la Liga de 2017-18, con un 7,9%), Benzema ha aportado al Real Madrid algo más futbolero, aunque menos evidente, a lo largo de estos catorce años.
Imagen: EFE
Los intangibles. Ese caballo de batalla que supuso su defensa por parte de quienes veían el fútbol de una manera más holística, frente a los que no daban valor a lo que no fuera marcar goles. Aunque los diera. Aunque los fabricara. Aunque ganara esa ventaja previa que permitía que otro los consiguiera, ese arrastre dejando a su compañero solo, ese espacio creado para que pudiera atacarlo otro, ese movimiento aparentemente sin sentido que acababa deformando a la defensa rival y abriéndola en canal. Y es que Karim Benzema es, el día que se va del Real Madrid, uno de los jugadores que mejor porcentaje de victorias tienen en la historia del club. Un jugador de equipo antes que una estrella, una máquina de generar sinergias. Un genio, como todos los genios, imprevisible, indescifrable y, en ocasiones, incomprendido.
Probablemente, ahora sí, le ha llegado ese ocaso inevitable, tras una lesión mal tratada, mal curada y arrastrada durante toda la temporada. El cuerpo ya no responde igual, y pesan los años compitiendo contra los mejores. Y opta por dejar paso a otros, difuminado, como siempre hizo. y también criticado, como algunos siempre hicieron. Se le conocen pocas declaraciones altisonantes, y cuando las hizo, no fueron sino un mecanismo de autodefensa que respaldaba su aportación al equipo: “Yo juego para los que saben de fútbol”. Desde la oscuridad y un segundo plano, contribuyó a vertebrar el Madrid más dominador del continente que recordamos y, donde Casemiro era el fontanero que corría a compensar y arreglar cualquier avería, Karim Benzema era el aceite que lubricaba el motor del equipo. Una inteligencia preclara, aplicada a las leyes de la física en un campo de fútbol.
Imagen: El Periodico de España
De Benzema lo mejor que podremos decir, cuando se retire, o dentro de unos años, es que le vimos jugar. Que pudimos verle hacer controles imposibles, bajar auténticos pedruscos con el empeine. Que nos mostró que se puede ser creativo y disciplinado al mismo tiempo. Que fuimos testigos de cómo daba siempre el balón al sitio justo, al espacio, al pie derecho a los diestros y al izquierdo a los zurdos. Que observamos que se puede bailar y tocar el violín al mismo tiempo, con un balón en los pies. Y que el taconazo, vestido de frac, puede ser una disciplina artística, ademas de servir para dar goles, para romper rivales, para cualquier cosa inesperada. Lo bonito al servicio de lo efectivo. Eso ha sido, es y será siempre Benzema. Un cuadro impresionista rebosante de belleza.
Allá por 2018, los amigos de Meritocracia Blanca me dieron la oportunidad de escribir mi primer artículo allí, algo por lo que siempre les estaré agradecido. Era un texto titulado “El ocaso y la sinergia”, en el que realizaba una defensa sin cuartel del delantero francés. Al día siguiente, Benzema marcaba los dos goles que llevaron al Madrid a la final de Kiev. Hoy, en el día en que Karim Benzema anuncia que se va del Real Madrid, tecleo estas líneas, cerrando el círculo, así como él cierra su ciclo. Se va otro de esos jugadores del que muchos se quejaron, y al que casi siempre se echó de menos cuando no estuvo. Una auténtica leyenda, miembro de una generación irrepetible de jugadores en el vestuario madridista, merecedor de estar en un lugar principal en el Olimpo blanco, por méritos propios y sobradas razones. Desde El Diario de Mou queremos darte las gracias, Karim. Gracias por todo lo bueno que nos diste, Benzema, y por hacerlo bonito, además. Mèrci beaucop, monsieur.