Una crónica de: @MiedoEscenico2
Por fin llegó el día. El Real Madrid volvía a jugar después de 50 días y todo volvía a la normalidad. Ha sido un periodo de tiempo en el que hemos podido tomar conciencia de tres cosas básicas: la primera, que echamos mucho de menos al Madrid cuando no juega; la segunda, que, en el fútbol, se puede comprar casi cualquier cosa, incluido un Mundial, si se tiene el dinero suficiente; y la tercera, como ha quedado demostrado en este 2022 que se acaba, que el Real Madrid vive para ganar sin importarle el dinero que tenga el rival.
Ancelotti decidió presentar en Pucela un equipo mixto, compuesto por algunos jugadores que participaron en el Mundial qatarí y otros que se quedaron en Valdebebas entrenando para prepararse para este segundo tramo de la temporada. Una indisposición de última hora de Eder Militao obligó al técnico italiano a modificar la línea defensiva, formada finalmente por Carvajal, Rüdiger, Alaba y Mendy. Courtois en portería, Asensio, Benzema y Vinicius en la punta de ataque, y un centro del campo casi obligado, compuesto por Kroos, Valverde y Ceballos, debido a la tardía incorporación de Tchouamení, Camavinga y Modrić tras el Mundial.
Estar al aire libre en Valladolid un 30 de diciembre a las 21:30 de la noche no es muy recomendable, y menos aún para jugar un partido de fútbol. No entraremos aquí a valorar ni los horarios de Tebas, ni los indultos de los polacos, pero está claro que el Real Madrid pocas veces tiene viento a favor en las competiciones nacionales y que, probablemente, de ahí acaba saliendo esa fortaleza que le hace temible en todo el continente europeo: vivimos acostumbrados a subir puertos de montaña, mientras otros (LFP, RFEF, CTA) nos meten palitos en las ruedas. Y (lo peor para ellos) el equipo blanco sigue siendo el puto rey de la montaña.
Imagen: realmadrid.com
La verdad es que la primera media hora de partido del Real Madrid, esta noche vestido de negro, transmitía la idea de que los jugadores tenían tantas ganas de jugar como nosotros de verles hacerlo. Un posible penalti por mano de Javi Sánchez antes del minuto 10 revolucionó a los aficionados madridistas que estaban viendo el partido, pero el árbitro no señaló la pena máxima. Siempre queda la duda de si a otros equipos tampoco se la habrían señalado. Ya saben, palitos en las ruedas. Poco después, Benzema remató alta una ocasión, apenas a tres metros de la portería de Masip, que nos hizo tirarnos de los pelos.
En la banda izquierda, Vinicius generaba el caos en la defensa vallisoletana, aunque sus desbordes y regates no solían acabar en nada productivo para el equipo madridista. Al otro lado, las combinaciones entre Carvajal, Valverde y Asensio tampoco resultaban en nada tangible para el resultado, aunque el cuadro visitante imponía su juego con un dominio claro. Pero todo esto duró aproximadamente veinticinco minutos; a partir de ahí, dio la sensación de que la bicicleta empezaba a chirriar, que el plato no giraba como debía, y que cada vez le costaba más al Madrid generar fútbol.
Aunque está feo señalar, tenemos que decir que, al error ya reseñado de Benzema, se sumó una actitud relativamente abúlica de Asensio en defensa, acompañada de los típicos errores de Carvajal atrás y de un Ceballos para el que la presión suele consistir en salir tarde a apretar al rival que le corresponde y, con ello, en llegar tarde siempre a la presión. Kroos tenía que ocupar muchos metros cuadrados para corregir algunas de estas deficiencias, pero tampoco conseguía que aquello funcionara del todo bien.
Por su lado, el Valladolid iba poco a poco ganando terreno, confianza, y generando ocasiones, de las que cabe destacar un paradón de Courtois tras un remate de media distancia de Aguado y otro remate, abortado por Carvajal, tras una defensa caótica de un contraataque pucelano. El partido llegó así al descanso, con la sensación de que el Madrid había perdido el buen tono inicial y de que el conjunto blanquivioleta cada vez se sentía más cómodo dentro del partido.
Imagen: realmadrid.com
Empezó la segunda parte en un tono muy parecido al de la primera, pero muy pronto el Valladolid volvió a plantarse de manera tranquila en su campo, y el centro del campo del Real Madrid volvió a las andadas. Asensio volvía a ser el Guadiana y Ceballos estaba más perdido que un guiri en la Feria de Abril. Los cambios, en torno a la hora de partido, fueron una nueva demostración de lo que comentábamos en el podcast de ayer de El Diario de Mou: Ancelotti introdujo a Lucas y Rodrygo en los puestos de Carvajal y Asensio, mientras que Pacheta metió en el campo a Gonzalo Plata y después, por obligación, a Luis Pérez y Kike en las posiciones de Roque Mesa y Escudero, que salieron lesionados.
La primera sensación después de los cambios solo tuvo de buena ver a Courtois absolutamente concentrado y enchufado al partido, porque sacó con oficio un intento de corner olímpico y, a continuación, hizo una estirada descomunal para rechazar un remate de cabeza de Sergio León que buscaba la red. Daba la sensación de que el belga era el único que daba pedales y que quería seguir siendo el rey de la montaña. Mientras tanto, el resto del Real Madrid seguía apareciendo por los dominios de Masip, pero ya fuera por el exceso de individualismo de Vinicius, o por el funesto día que estaba teniendo Benzema, el marcador no se movía.
Y entonces llegó la jugada que cambió completamente la dinámica: un corner sacado por Kroos fue rematado por Rudiger y el cabezazo, a su vez, fue desviado por Javi Sánchez con su brazo. En esta ocasión, Martínez Munuera decidió ir a la pantalla a comprobar si el VAR tenía razón en lo que le comunicaban por el pinganillo. Y, efectivamente, señaló penalti, y tarjeta al defensor del cuadro vallisoletano. Pero, además de eso, amonestó al otro central, Joaquín, por protestar, y expulsó con roja directa a Sergio León por decirle de todo menos bonito al cuarto árbitro.
Imagen: realmadrid.com
Benzema marcó el penalti e hizo subir el 0-1 al marcador en el minuto 83. Poco después, Ancelotti decidió dar entrada a Tchouameni y Modrić en lugar de Valverde y Vinicius para acabar el partido con un 4-4-2 novedoso. Hay que decir que el Valladolid, aun quedándose con uno menos, buscó equilibrar el partido y quizá eso fue su perdición.
En el minuto 88, el príncipe croata encontró una vía de agua en la defensa pucelana y puso un balón en profundidad para que Camavinga, tomando prestado el patinete eléctrico de Vinicius, hiciera una cabalgada espectacular, se plantara en el área y pusiera el balón en el punto de penalti, donde Benzema desempolvaba su violín, paraba la pelota y la enviaba a las mallas a pesar de los esfuerzos por evitarlo del portero y varios defensas.
De ahí al final, incluyendo los ocho minutos de descuento que dio el colegiado, el Madrid mantuvo la serenidad y aún tuvo Modrić una oportunidad de marcar el tercero, y pudimos ver a Camavinga, volviendo a usar el patinete atómico, irse hasta de 4 rivales por pura clase y potencia, aunque rematando al final flojo porque es joven pero humano. Los pecadillos de juventud que le impidieron regalar el último gol a otro, ya saben.
Y con el 0-2 final, marcando sus goles en el último cuarto de hora y demostrando que por muy mal que parezca estar, nunca hay que darle por muerto, el Real Madrid volvió a ponerse el maillot de rey de la montaña y se fue a dormir como líder provisional. El próximo martes, el conjunto blanco visitará al Cacereño para tratar de pasar a la siguiente fase de Copa del Rey, y suponemos que habrá novedades en la convocatoria y en la alineación, con algunos chicos del Castilla jugando sus primeros minutos con el primer equipo. Esperemos que alcancen la gloria en las oportunidades que tengan para extender la leyenda de este equipo.