OPINIÓN | La tumba de los panenkitas

Un articulo de: @MiedoEscenico2

Decía @Eselsdistel, el enviado especial a Alemania de El Diario de Mou, que la actuación del Real Madrid en la pasada edición de la Champions League le había hecho revivir aquellos partidos mágicos de mitad de los 80, cuando el equipo blanco, en la extinta Copa de la UEFA, dio la vuelta a eliminatorias contra Rijeka, Anderlecht, AEK de Atenas, Borussia Moenchengladbach e Inter de Milan, en dos ocasiones. Y es que, de una forma o de otra, la leyenda del Real Madrid se ha construido a partir de imposibles, de situaciones límite en las que la única forma de salir adelante era que cada jugador, en su medida, diera todo lo que tenía y un poco más. No rendirse e intentar ganar hasta el final, como divisa.

Frente a ese sentimiento, se posiciona ese tacticismo ignorante -por atrevido- de los llamados panenkitas, junto al periodismo deportivo que, en este país, lleva décadas atribuyendo los logros de manera individual (Messi, CR7) en el contexto de un deporte de equipo, una estupidez en consonancia con los tiempos que corren, personalistas y ególatras, muy dados al mamoneo. La importancia de establecer quién es el mejor jugador del mundo, el mejor jugador de la historia, no deja de ser una burda maniobra con la que manipular a los aficionados para poder vender periódicos, captar audiencia, y conseguir difusión para los medios. Sin más. El fútbol es un deporte colectivo cuya clasificación la establece la propia competición. El mejor equipo es el que gana la competición más difícil (la Copa de Europa), el mejor goleador es el que más goles mete, y poco más.

En el fútbol, el mejor es el equipo que gana. Punto.

Imagen: realmadrid.com

El fútbol es una competición deportiva. No es un espectáculo, aunque pueda ser espectacular. No es una ciencia exacta, aunque los datos objetivos ayuden a entender mejor probabilidades de que pasen cosas. No es algo pensado para los aficionados, que me perdonen los que piensen que no es así. Váyanse al teatro o a una exposición, si quieren ver arte o divertirse. El fútbol es algo pensado para competir, medir fuerzas, representar una guerra sin que haya heridos ni muertos (eso es lo deseable, aunque pueda ocurrir a veces). No es explicable a priori, no es pronosticable con fiabilidad -por eso se enriquecen los de las apuestas-, no es algo a analizar en función de criterios subjetivos. Porque esos son de cada uno, como la opinión, como el culo. Que un periodista diga que tal o cual jugador es el mejor, o que tal o cual equipo va a ganar, o que jugó mejor que otro, vale lo mismo que un pagaré de Laporta. Es decir, nada.

El marcador, y no otra cosa, es el que dicta qué equipo jugó mejor. Porque, ay amigos, jugar bien son muchas cosas muy diferentes. Defender bien en bloque bajo es jugar bien. Presionar arriba y robar muchos balones para marcar goles es jugar bien. Cerrar espacios para que el rival no pueda llegar a tu portería es jugar bien. Controlar el juego es jugar bien. Dejar que el otro tenga el balón sin hacerte daño es jugar bien. Contraatacar bien es jugar bien. Encontrar espacios en la defensa rival es jugar bien. Pero, por encima de todo, mantener la actitud, no perder de vista el resultado, esperar al momento adecuado, ejecutar las jugadas con precisión y acierto, y marcar más goles que el rival, es jugar bien.

Imagen: realmadrid.com

A muchos de los panenkitas (profesionales y aficionados) les gustaría imponer su criterio sobre lo que es jugar bien. ¡La posesión! ¡La presión alta! ¡El ritmo! Conceptos e ideas fútiles y evanescentes, aderezadas con discursos tecnificados, que no técnicos, consistentes en ridiculeces como inventarse términos (“mediapuntizar” es la gilipollez de este verano) o prescindir de los determinantes. Chorradas, sin más. Jugar bien es ganar haciendo lo que hace falta para ganar. Ese equipo pequeño que llega al Bernabéu o al Nou Camp, se cierra disciplinadamente, no deja espacios, permite pocas ocasiones claras o ninguna, y aprovecha un contraataque bien ejecutado para marcar el 0-1, nadando y volviendo a guardar la ropa hasta ganar el partido, ha jugado bien, le pese a quien le pese. Aunque el equipo local haya dado 900 pases, rematado 32 veces y con una posesión del 82%. Si has perdido, el otro lo ha hecho mejor. Te jodes. Esto es así, si hablamos de competición. Repito: para hablar de espectáculo, váyanse al cine.

Otra cosa diferente, y que se venía perdiendo en estos últimos años, es ese valor añadido que tiene el fútbol, casi como cualquier deporte, que es el que genera el interés por ver los partidos. Ese valor añadido no tiene que ver con las tácticas, ni con las declaraciones de los jugadores, ni con los discursos engolados del periodismo, ni mucho menos con subproductos televisivos orientados a captar espectadores y presumir de seguimiento, repletos de bufones y patanes representando un papel ridículo, en que los periodistas se convierten en malos actores. En absoluto. Lo que rodea al fútbol es lo más alejado de su valor añadido.

El valor añadido del fútbol es justamente eso que @Eselsdistel evocaba al principio de este texto, eso que nos hace quedarnos en el asiento del Bernabéu, o en Lisboa, hasta el minuto 93, pendientes de cada décima de segundo de lo que está pasando. Eso que nos tensa, nos contrae, y eso que sale de golpe cuando llega el momento que esperábamos. El Real Madrid, en esta pasada edición de la Copa de Europa, consiguió algo inédito en los últimos años para este humilde relator: amigos antimadridistas, tanto culés como colchoneros, diciendo que, aunque siempre han deseado que el Madrid pierda, en esta final no les importaba que ganara, porque lo merecía, y especialmente porque les había emocionado.

Imagen: realmadrid.com

La emoción. Eso es lo que el Real Madrid resucitó para el fútbol la pasada campaña. La tumba para cualquier periodista de cámara o para un panenkita, porque entierra cualquier atisbo de explicación lógica. Y es que el fútbol es cualquier cosa menos lógica. Decían, algunos de ellos indignados: “¡Es que es inexplicable!”. Pues claro, idiota. El fútbol siempre fue emoción, sin explicación. Solamente jugando con las emociones el Madrid pudo marcarle dos goles casi seguidos al PSG o al City, al límite de lo imposible. Solamente jugando con las emociones pudo darle otra vez la vuelta a la eliminatoria contra el Chelsea, enrocado con cuatro laterales en defensa y acabar jugando el último minuto presionando en campo contrario, aprovechando el caos que los blues experimentaban.

Solamente aquel rugido del público del Bernabéu, “Tiempo añadido: 6 minutos”, las sonrisas de Casemiro y Benzema antes del descanso, los tacos de Courtois desviando el tiro de Grealish, Rodrygo y Asensio elevándose para rematar de cabeza, Militao y Nacho metidos en el área rival, el rechace a la desesperada de Mendy, la mirada de pavor de Rubén Días y Laporte, los despejes de Vallejo, el enfado de Guardiola, la impasibilidad de Ancelotti, todo lo inexplicable junto en apenas 120 minutos de fútbol. La emoción, amigos, la emoción. La esencia de esto.

Así que, gracias, Real Madrid, por hacernos felices y devolvernos la esencia del fútbol.