CRÓNICA | Sencillamente legendarios: Liverpool 0 – 1 Real Madrid

Una crónica de: @MiedoEscenico2

Por fin, había llegado el día D, y la hora H. Sonaba el himno de la Champions, y se volvía a atisbar, en la mirada, en el semblante de los jugadores del Real Madrid, esa mezcla de concentración absoluta, de fortaleza mental y de actitud aguerrida que nos recordaba la de otros días y otros partidos. Sabíamos que salían dispuestos a hacer algo mágico, a no rendirse hasta el último segundo del último minuto, a triunfar o morir, y, en caso de caer, a hacerlo con honor. El viejo Ancelotti, que ha jugado, ha dirigido y ha visto más partidos que cualquiera de los expertos analistas de los medios y las redes sociales, decidió alinear de partida a Thibaut Courtois bajo palos, defendido por Carvajal, Militao, Alaba y Mendy. Delante de ellos, Carlos Henrique Casemiro, Don Antonio Kroos, Luka Modrić, trío legendario, preparado para un último vals, con el acompañamiento del Halcón Valverde. Y, arriba, en la punta de ataque, Vinícius Junior, con sus patines atómicos, y Karim Benzema, con su frac y su violín afinado. Todos a punto, como nos relataba @pepo2204 en su Previa, y que estaba con la misma mirada en las gradas del estadio parisino, con mucha gente encantadora a su lado, como Emilio, Jesús, Mario y Laura.

Lo del inicio del partido fue una chapuza más de la UEFA: tras la cagada del sorteo de diciembre, que acabó deparando para el Real Madrid el inicio del tránsito más dificultoso de todo el cuadro, los encargados de la organización añadieron una curiosa anécdota. Miles de aficionados del Liverpool esperaban en la puerta Z para poder entrar, mientras otros, sin tener entrada, habían conseguido saltarse uno de los anillos de seguridad y acceder al estadio. Nuestro enviado especial en Saint Denis nos comentaba que había guantazos en las gradas rojas, y que parecía que había gente sin entrada ya dentro del campo, en la zona rival. Se decidió retrasar el inicio del partido, primero a las 21:15 y luego a las 21:36, lo cual no suele ayudar a la paz espiritual de jugadores ni aficionados. Especialmente, a los que estaban fuera del campo, como es lógico.

A las 21:36, efectivamente, empezó la final y, como todos nos imaginábamos, el Liverpool de Jurgen Klopp salió con el cuchillo entre los dientes y lanzando arpones para escalar la muralla madridista y tirarla abajo. Salah, Mané, Luis Díaz, revoloteaban como mosquitos asesinos entre las líneas blancas, mientras Alexander-Arnold y Robertson entraban por los flancos y lanzaban bombas o misiles, uno tras otro, en el entorno del área del equipo madridista. La defensa merengue aguantaba y aguantaba, recuperando la presencia de ánimo y tratando de salir rápido o mandar balones en largo a la espalda de la defensa red, esperando que Valverde, Vini o Benz cazaran alguna y les devolvieran algún susto, que no llegaba. El medio campo del Madrid empezó teniendo dificultades evidentes para la salida del balón, aunque la presencia en el lado derecho de Carvajal, Valverde y Modric daba cierta ventaja ante la presión de Díaz, Thiago y Robertson.

Imagen: realmadrid.com

El patrón se repetía una y otra vez, la presión del Liverpool acababa generando un balón perdido, que el equipo de la ribera del Mersey hacía llegar a su flanco derecho, para que Alexander-Arnold o Salah intentaran llevar bombas a la zona defendida por Alaba y Mendy, con el apoyo de Casemiro y Kroos. Vinicius tenía, claramente, la consigna de no perseguir al lateral inglés, sino esperar a su espalda algún envío que le permitiera aprovechar el tradicional boquete que deja, pero se encontró con un Konaté que primero pegaba y después preguntaba. En el otro lado, Luis Díaz culebreaba hasta intentar encontrar el momento y el lugar en que castigar la espalda de Carvajal, para poder aparecer por sorpresa en el área y clavar su cuchillo de monte, pero tampoco tenía demasiada fortuna.

Mendy se había puesto su traje de revisor de autobús, y cada vez que Salah aparecía por su zona, le pedía el billete, haciendo que el egipcio, ni poniéndose de perfil, como en las pinturas, pudiera pasar más allá. El problema es que el extremo de los reds dejaba el extremo y buscaba posiciones más interiores, intentando acomodarse para rematar con su pierna buena, la zurda, y generaba cierto nervio en el área blanca, especialmente cuando aparecía por allí Mané para asociarse con él. Pero fue una magnífica penetración en el área blanca de Alexander-Arnold, en el minuto 17, la que provocó la primera ocasión verdaderamente peligrosa, con un pase al centro del área que Mohamed Salah remató raso y duro, con muy mala leche, y que Courtois desvió con una mano milagrosa.

El Liverpool no ahogaba al Madrid, pero cada vez que tenía ocasión, remataba, a puerta o a la grada de color rojo. En el minuto 21 llegó la oportunidad más clara del primer tiempo para el Liverpool. Sadio Mané enganchaba un fantástico remate, cercano al poste, y el propio palo, tras otra mano milagrosa de Courtois, escupía la pelota para que la recogiera el portero. Thibaut, como a lo largo del camino que había llevado al Real Madrid a este partido, se iba convirtiendo en una especie de Coloso de Rodas con sotana, un gigante inabarcable, con brazos de tres kilómetros y una agilidad impresionante. Benzema se encargaba de mantener a Van Dijk ocupado yendo de un lado para otro, abriendo pasillos para una posible arrancada del joven brasileño o una de esos despegues de reactor de Federico Valverde. Vivíamos los madridistas en el alambre, en la duda de si nos haría falta un desfibrilador o una tila, viendo cómo se generaba un atasco imponente donde tendría que haber fluidez, y sin acabar de intuir que aquello mejorase mucho, en cuanto a llegar a la portería rival. Al menos, en la primera media hora.

Imagen: realmadrid.com

Porque, a partir de ahí, el equipo blanco pasó a jugar directamente en el filo de la navaja: salidas de balón cada vez más limpias, a medida que el Liverpool iba cayendo físicamente (había recorrido algunos kilómetros más, y se notaba), que permitían despliegues cada vez más profundos, con más efectivos, hasta empezar a aparecer con más frecuencia cada vez en la cara de Alisson, aunque sin mordiente. La única ocasión verdaderamente clara del Real Madrid llegó casi al final de la primera parte. Fue un pase en profundidad fantástico de Alaba, Benzema pinchando la pelota con habilidad, ytratando de recortar frente a Alisson, un ataque de flojera y el balón quedó suelto. Alisson y Konaté no se entendieron, salió el balón flojo, Valverde llegó como una bestia, tocó la pelota, la desvió Konaté, la tocó Fabinho y le llegó de nuevo a Karim Benzema. El francés remató con la izquierda marcando gol, pero el árbitro anuló el gol, y el resto se lo dejo a @cubelas13 en su Crónica Arbitral, que seguro que afina más el tema.

Llegaba el descanso con el 0-0 en el marcador y, teniendo en cuenta lo visto, el partido muy abierto todavía, pudiendo pasar cualquier cosa. Había habido alternativas en el juego, y se preveía una segunda parte vibrante, con un rodillo rojo como el Liverpool a lo largo de la temporada actual, frente a una escuadrilla de guerrilleros decididos a vender cara su piel hasta el final. El primer cuarto de hora de la segunda parte fue una versión express de todo el primer tiempo. El Liverpool salió ambicioso y ofensivo, y el Madrid fue poco a poco imponiendo ese puño de hierro que tiene por centro del campo. Casemiro cargaba con sus tijeras de podar, recogiendo balones aquí y allá, y cercenando oportunidades del Liverpool con su habitual dedicación, además de llevar su detector de vacíos defensivos, acudiendo con presteza a bloquearlos con su humanidad insuperable. Toni Kroos seguía manejando su calculadora y sus planos, como buen ingeniero de telecomunicaciones, rompiendo la presión del equipo rojo con cambios de orientación que eliminaban de golpe a varios rivales, rebosantes de precisión y acierto.

Y Luka Modric… el príncipe de los croatas iba, poco a poco, recuperando fotos de la historia de ese niño que creció bajo los bombardeos, escapando de cada mina que disponían los de Klopp, saliendo airoso y generando juego como siempre. Pero además se sumó la banda derecha en pareja: Carvajal volvía a ser el Dani Carvajal del lustro dorado, anticipando, centrando, cerrando, saliendo y entrando, y amortiguando tanto peligro atrás como el que creaba arriba. Y, delante de él, Valverde, de pajarito a halcón, castigaba la presión del Liverpool rompiendo líneas con esa zancada suya tan poderosa, sobrevolando la línea de tres cuartos con sus botas de siete leguas, y con el cañón preparado para largar un obús a la primera oportunidad. No fue un disparo, sino un centro tenso y cruzado, a la hora de juego, que Benzema dejó pasar y llegó a Vinicius en carrera, con sus patines atómicos chisporroteando, y fue el brasileño el que, con un toque suave, batió a Alisson, mandando el 0-1 al marcador, y toda su leyenda negra a la basura.

Imagen: realmadrid.com

A partir de ahí, el Liverpool trató de levantarse, pero se encontró con un Courtois agigantado, descomunal, imbatible frente a los intentos de Salah, con un Militao que parecía medir tres metros de alto, ganando cada balón aéreo, y cuyas piernas eran azadones que levantaban cada balón con potencia y precisión, y con un Alaba, sabio entre los sabios, que manejaba la salida del balón con oficio y paciencia, obligando a la línea de presión de los de Klopp a deformarse continuamente con ajustes que no llegaban a conseguir su meta. Klopp enloquecía y metía en el campo a Milner, a Firmino, a Keita, mientras el Madrid iba creciendo y creciendo a cada minuto, a pesar de las embestidas de los ingleses.

Vinicius había sacado brillo a sus patines atómicos, y corría en ocasiones por la autopista de su banda, soltando chispas con cada control y cada regate, pleno de energía y peligro, obligando a Alexander-Arnold y a Konaté a buscar una farmacia de guardia en París para comprar analgésicos para la horrible cefalea que les estaba causando, aunque no acababa de cuajar en otro gol. A su lado, Benzema, tras unos minutos iniciales en que tenía como misión mantener al Liverpool estirado y fijaba a los centrales, volvía a repetir aquello que hizo en Kiev, bajando a desmontar la presión de los ingleses añadiendo la opción de un pase extra en el medio campo, y danzando sobre los cristales rotos de la frustración de Fabinho y demás.

Courtois seguía multiplicándose por siete, por doce, por catorce, las pocas veces que el Liverpool conseguía superar las almenas de la muralla que el Madrid defendía con denuedo y más compromiso que nunca, metiendo manos imposibles, haciendo paradas asombrosas y demostrando que aquella clasificación de los mejores porteros del mundo que le dejó fuera era mero papel higiénico pagado por los millones de la Premier. En el minuto 84, Federico Valverde, extenuado, dejaba su puesto a Eduardo I Camavinga, que entró al campo enarbolando su cetro y comenzó a montar un patchwork fascinante, cortando de aquí y cosiendo allá, como un repartidor de Seur, llevando de un lado a otro el balón, el entusiasmo y la sonrisa. En el 89, Modric abandonaba el campo y entraba en su lugar Ceballos, para traer a los últimos minutos recuerdos de un patio de Sevilla, y estuvo a punto de marcar el segundo gol en un uno contra uno. El Liverpool seguía tratando de llegar al área blanca como fuera, pero cada vez iba habiendo más salidas peligrosas en contraataque del Madrid. Rodrygo entraba por Vinicius en el minuto 92, y la sonrisa de los dos brasileños, al saludarse, nos llenó a todos los madridistas el alma de felicidad. Y se acabó.

Imagen: realmadrid.com

Con la Copa de Europa en las manos de Marcelo, se hace justicia a una generación de futbolistas sencillamente legendarios, tipos que sostuvieron al gran Real Madrid que ganó 4 Champions League entre 2013 y 2018, pero que también soportaron los años siguientes críticas y palos de periodistas, expertos, influencers y aborregados, que les negaron el mérito de haber sido los andamios que permitieron que otros se llevaran los elogios. Esta Copa de Europa es la de los secundarios, la de los infravalorados, la de los rebeldes contra su destino. La de los jugadores de fútbol que decidieron quedarse en el Madrid aun teniendo otras opciones. La del entrenador vituperado, al que jubilaban, que quiso venir en cuanto le llamaron, que nunca mostró rencor por haberle cesado en su día y que siempre ha mostrado su agradecimiento. La de los que hacen profesión de madridismo con cada palabra que dicen en sus declaraciones, sin salidas de tono, ni rajadas extemporáneas. Es la Copa de Europa de los injustamente tratados, que finalmente encontraron justicia ganando la Champions League para el mejor club del mundo con el camino más difícil de las últimas décadas. La de los que nos han hecho sentir orgullosos con cada remontada, cada partido y cada gol de esta campaña. La 14, amigos, ha sido la mejor, y lo sabemos.

PD.: Esta es la crónica que siempre quiso escribir este humilde aficionado, como bien sabe Toni, el boss de El Diario de Mou. Y la que le hubiera encantado que pudiera leer su padre, que le hizo amar el fútbol y al Real Madrid. Donde estés, papá, espero que hayas visto el partido, comentándolo con Gento, con Di Stefano, con Juanito, con tu Cañoncito Pum, y con el inolvidable Mario, y que lo hayáis disfrutado con todos los madridistas que ya no pueden estar hoy aquí con nosotros y a los que muchos echamos de menos. Va por todos vosotros, allá donde estéis. ¡Hala Madrid!