Un articulo de: @Laiguanablog
Desde el pasado domingo he escuchado la frase: “hacía tiempo que no veía el Bernabéu así” unas tropecientas veces. El Bernabéu ha dejado de estar así, en ebullición, porque ya no hay que hacer esfuerzos por llenarlo. Tal es la demanda de gente que quiere entrar que da igual. El aforo es lo de menos, lo importante son las televisiones. Los derechos televisivos son un pingüe beneficio para los clubes. Además, hay en partidos en que se pone el precio de las entradas por las nubes. Para que no se llene el Estadio de chavales con ganas de animar, sino de silenciosos aficionados de cualquier club que tengan el dinero suficiente para pagar la entrada. Eso no es culpa de pipas ni de puros ni de leches en vinagre, es consecuencia de las medidas adoptadas por la directiva.
Unas medidas entre las que cabe destacar el alquiler del carné de socio para que cualquiera vaya a ver el partido en vivo y en directo. Cuando digo cualquiera, es cualquier persona sea del equipo que sea. Cuestión que se solventaría con carnés personales e intransferibles. Lo que ocurre es que, con el precio solicitado por ese alquiler del abono o del carné en determinados partidos, se sufraga toda la temporada. ¿Es lícito? Sí. ¿Es honesto? Puede. ¿Es madridismo? No. Ni mucho menos. A mi modo de ver es una herejía que un aficionado de cualquier otro club se sienta en mi sitio del Bernabéu al precio que sea. Es en este momento cuando podéis decir que soy un idiota.
Ahora ni siquiera conoces al que se sienta a tu lado porque ya no sabes quién va a venir al estadio. El señor que siempre se ponía a tu lado no viene más que dos o tres veces y el resto de la temporada vienen diferentes personas. Recuerdo cuando hace unos cuantos años se iba a celebrar algún partido importante, siempre recibía varias llamadas telefónicas en las que algunos amigos me preguntaban si podía dejar el carné de socio a algún amiguete. Yo siempre quería ir al Bernabéu. Nunca lo dejaba. Era así de mal amigo. Pero es que, amigos, este idiota es madridista. Yo iba al estadio a ver a mi equipo. A animar a mi equipo. A sufrir sus derrotas y celebrar sus victorias. A enfrentarme con quienes no animaban desde el minuto uno y, en cambio, sí lo hacían a favor de corriente cuando la cosa ya iba bien.
Pero, es que, cualquiera que haya ido al Santiago Bernabéu tres veces, se habrá percatado que el aficionado medio del Real Madrid no anima sin esperar nada a cambio. Aquí se tiene que elevar la tensión del césped a la grada y no al revés. Por eso nos tildan de afición fría. Aunque hemos demostrado no pocas veces que podemos hacer del Santiago Bernabéu una olla a presión, un infierno blanco. Valdano llamó “miedo escénico” las catarsis que en las grandes noches europeas ocurrían en nuestras gradas. Ese miedo escénico, no lo olvidéis nunca, lo provocábamos cada uno de los que íbamos al estadio a animar al equipo. Ese miedo escénico se podría reeditar.
Un equipo que, si no lo recordáis os invito a que busquéis información al respecto, todas las declaraciones que hacían eran invitando a los aficionados a ir al estadio a animar. Les necesitamos, decían. Ante esa llamada no fallaba nadie, como no fallan ahora para ir a ver la llegada al estadio de nuestros jugadores. Momento en que, me consta, van buenos madridistas que luego no pueden entrar al estadio y eso que vienen con ganas de animar y de generar ese miedo escénico en la grada de nuestro Santuario. Una animación y un estado de excitación que no le vendría nada mal a este equipo que, salvo en honrosas excepciones, es romo en trasmitir emociones a la grada.
El equipo, al no tener un estilo de juego propio como, por ejemplo, tiene el Liverpool, sino que ostenta uno permeable a las épocas que se van sucediendo y al juego que esté de moda en cada momento, no tiene un patrón establecido. Cuestión que yo también le achaco a la directiva. Por eso vemos, cuando hay que cambiar de entrenador, que desde el propio club se barajan nombres con entrenadores que tiene estilos de juego totalmente dispares. Si tuviésemos un estilo propio esa baraja de entrenadores se reduciría considerablemente. Además, al no tener estilo propio se fichan jugadores que parecen resaltar en cada momento, pero no los necesarios para nuestro sistema de juego tradicional. De modo que eso también despista a la grada. El Bernabéu, cualquiera que haya ido tres veces lo sabe, es un estadio en que el gilifútbol no ha gustado nunca. Eso de dar seiscientos mil pases horizontales no nos ha ido jamás. Pero, como somos permeables al éxito de otros, jugamos a su estilo. Algo que acaba aburriendo al personal.
Decía más arriba que el Bernabéu no da nada a cambio de nada. El público del Bernabéu ha visto a los más grandes jugadores de la historia del fútbol pisar su césped y es soberano, sí, pero no es frío. Lo hace frío un equipo que no trasmite ninguna emoción. Os decía que busquéis la información sobre las noches mágicas y los días en que se acuñó ese término de miedo escénico. Nuestros jugadores salían excitados al campo, nada de salir andando y dándose abracitos con el rival, no. Salían a comérselos desde el primer segundo. Cuestión que animaba a la grada. El primer disparo a puerta era nuestro. La primera falta era nuestra. La primera reclamación al árbitro era nuestra. Además, era un juego viril, desinhibido, alegre, supersónico, vertical. Cuestión que también animaba el graderío. El público venía detrás. Pero era el equipo quien se encargaba de trasmitir esa excitación.
Estoy convencido que este debería ser nuestro estilo de juego tradicional porque es el que nos hizo grandes y el que alimentó nuestra leyenda. Solamente hay que ver los últimos diez minutos del partido de Copa contra la Real Sociedad cómo estaba el estadio. Dirán: “Sí, pero perdimos” A los que así opinen les pediré encarecidamente que vuelvan a empezar a leer este artículo. Aquí estoy hablando del grado de animación en el Bernabéu y cómo conseguirlo. Que juegue de ese modo el equipo y veréis cómo cambia el estado de la grada. Con esto no estoy diciendo que haya que ser violento y que haya que cometer desmanes, no. Hablo de animar; hablo de que el equipo luche; hablo de que hay que competir. Eso que dicen todos los entrenadores de otros equipos: “Con que el equipo compita bien me vale” Pues eso. Lo que ocurre es que el Real Madrid cuando compite bien generalmente tiene a la grada que le lleva en volandas hasta la Cibeles.