Un articulo de: Teresa Arredondo
Tendemos a pensar que la Historia con mayúsculas se compone de batallas épicas, gestos heroicos o frases para la posteridad. Pero a veces conviene recordar que una gran historia se puede contar también desde una anécdota pequeña, puede ser una infancia de privaciones, una predicción errónea, un cálculo equivocado, un golpe de buena suerte o la mala fortuna de alguien, que te coloca en el lugar que aquél ocupaba.
A veces, la Historia con mayúsculas la componen la pequeña historia de un chico hiperactivo al que le apuntaron a baloncesto para quemar energías y al que, cuando terminaba el partido, y ya con la cancha vacía, sus padres tenían que esperar a solas hasta que, dos horas después, terminaba de tirar a canasta.
O puede ser la de otro chico que descubrió el deporte que le cambiaría la vida a los 17 años, gracias a un vecino alemán de sus padres, que le vio muy grande como para desaprovechar ese tamaño descomunal para el baloncesto.
O la historia de un chaval de pueblo, al que en realidad le gustaba el fútbol, pero al que su padre le cortó un volante de tractor, lo dejó vacío por dentro y lo puso como un aro detrás de casa, enganchado al poste de una portería y a un tablón.
También puede ser la de alguien al que no se le ve sonreír ni parece implicarse y tras meter quince puntos prácticamente seguidos es capaz de decir: “Eso no importa una mierda si no ganamos”.
O la historia de un chico mormón, que fue misionero en Santiago de Chile, donde aprendió español y que ya es el extranjero que más partidos ha disputado en el Real Madrid, por delante de “Sweet” Bullock.
También puede referirse a la historia de un muchacho mexicano al que un entrenador rival dijo que nunca nadie salido de su pueblo podría llegar a nada en el baloncesto.
O la de otro muchacho al que, el haberse criado en un pueblecito sueco llamado Norrköping y el haber pasado por una rotura en el tendón de Aquiles, quizá le prepararon para poder superar el hecho de que las expectativas puestas en él y los roles asignados no fueran sencillos de sobrellevar por cualquiera.
La Historia también puede ser la de un jugador que tuvo que dejar el trabajo durante un mes y al que, al dársele facilidades de todo tipo y todo el tiempo que necesitara, eso que de verdad se llaman “valores”, él respondió con una sonrisa y trabajo duro.
También es la de otro jugador francés que renunció a ganar más dinero por vivir en Madrid con la mujer de su vida y jugar en el Madrid, el equipo de sus sueños.
Es, seguro, la historia del chico que tuvo la oportunidad de ir a la NBA, pero no quiso porque él soñaba con jugar en el Real Madrid.
No deja de ser la del chico que tuvo que cargarse con las tareas defensivas del equipo a la espalda, cuando la tenía físicamente destrozada.
La Historia, con o sin mayúsculas, la escriben argentinos, alguno demasiado bajito para jugar en la NBA, niños grandes de Cabo Verde, capitanes cordobeses y aguerridos mallorquines con hermanos campeones, menorquines increíbles, norteamericanos y suecos atípicos, mexicanos titánicos, franceses divertidos e incluso un vitoriano que siguió los pasos de su padre como jugador y deja las huellas de los suyos propios como entrenador. Unos pasos que dejan huellas tan grandes y brillantes que van a ser muy difíciles de seguir por nadie en la Historia.
Ésta, por último, es la historia de los que no se rinden nunca, ponen siempre el corazón, trabajan con una sonrisa en los labios, dejan que mueran los egos y reman en la misma dirección. Los que en su día la escribieron con un triple legendario, los que todos los días la piensan desde el despacho o la camilla del fisio, entrenando a los chicos de la cantera, visionando vídeos y visitando las canchas de medio mundo para descubrir el talento, ése que es otra de las señas de identidad con las que se escribe la Historia.
Despedimos una temporada dura, en la que se han disputado ochenta y tres partidos, se ha llegado a todas las finales y se ha peleado hasta el último aliento, hasta el último bote de balón o la última canasta imposible. La temporada que viene, volverá a sonar el silbato del árbitro, daremos el salto inicial y nos permitiremos volver a soñar. Entretanto, gracias por habernos acompañado hasta aquí, habernos animado y habernos dado aliento. Hemos disputado y ganado con honor el último partido de la pequeña historia de la temporada, pero la Historia, la que se esculpe en letras doradas, esa aún está a medio escribir.
Feliz verano y siempre ¡Hala Madrid!.