Un articulo de: @javilote
A estas alturas de la película, hablar de alguno de los detalles que rodearon a la Final Four disputada por el Real Madrid en Belgrado resulta redundante. Hablar de alguno de los detalles tácticos que rodearon a 48 horas de ensueño para los de Laso no aportaría nada distinto ni más completo que lo aportado por reputados analistas o expertos de este maravilloso deporte llamado baloncesto.
No, las líneas que un servidor ha podido escribir aquí hablan más de lo sentimental que de lo racional, de lo que vivimos como aficionados más que lo que vivimos como espectadores.
Porque lo hecho por el Real Madrid de Pablo Laso (sí, este Real Madrid es de autor, y ese autor es el míster vitoriano, a pesar de que muchos han deseado verle lejos de la «Casa Blanca» desde hace mucho tiempo) en Belgrado ha trascendido lo deportivo para llegar a tocar la fibra sensible de todos los que nos consideramos madridistas por la enorme cantidad de condicionantes, golpes, lesiones y traumas que este equipo ha debido digerir a lo largo de la presente temporada.
Porque en esta carrera de obstáculos que ha sido la temporada 2017/2018 hemos asistido a un cúmulo practicamente interminable de desgracias: ese ligamento cruzado de Sergio Llull que dijo basta allá por un mes de Agosto de 2017, ese mismo ligamento que martirizó a Ognjem Kuzmic en los albores de la temporada, el hombro desencajado de Gustavo Ayón en Tenerife…
Esos y muchos más problemas (Randolph, Thompkins, Campazzo, la marcha de Maciulis, la llegada con la temporada ya en marcha de Eddy Tavares…) han sido colocados por el azaroso destino en el tortuoso camino de los de Laso, como ese palo colocado en la rueda para hacer descarrilar la caravana.
Porque si algo detesta un entrenador es la improvisación, la incapacidad de controlar aquellas situaciones que sí cree poder controlar. Y es por ello que los sentimientos despertados por la «Décima» superan con mucho a los que pudimos tener allá por el año 2015 cuando la «Novena» fue alzada por Felipe Reyes al cielo de Madrid.
Porque si alguna vez estuvo justificado el creer que este equipo no podría llegar a la cima, no podría alcanzar de nuevo el Olimpo, era este momento. Porque si alguna vez habríamos perdonado una lógica bajada de brazos era en este momento.
Pero hete aquí que Pablo Laso y los suyos decidieron rebelarse ante un destino que parecía escrito de antemano. Hete aquí que Pablo Laso pronunció un discurso conmovedor a la par que inspirador tras certificar su pase a la Final Four.
En aquel momento, con aquellas palabras que rezaban «¿Qué más nos puede pasar?» el míster madridista no buscaba tocar la fibra sensible de sus pupilos, sino hacer aflorar en ellos un sentimiento de total inmunidad ante las adversidades.
Y a buena fe que todos pudimos comprobar en Belgrado que aquellas palabras resonaron con profundo eco en el corazón, el orgullo y el amor propio de unos jugadores que demostraron ante CSKA primero, y Fenerbahce después, que cuando se dice aquello de «hasta el final, vamos Real» no es de manera gratuita, sino por la creencia más que firme en que lo imposible se escribe de blanco, lo inalcanzable se dice Real Madrid.
Decir gracias es quedarse sólo en la superficie de ese sentimiento que los de Laso y los suyos vienen despertando en nosotros desde que el míster tomase las riendas de un proyecto que a día de hoy goza de la mejor salud posible a todos los niveles, desde el primer equipo hasta el último equipo de la cantera.
Decir gracias es quedarse corto, pero cuando los hechos hablan mejor de uno mismo que cualquier palabra, ¿Por qué añadir nada más? Simplemente, gracias.