Un articulo de: @resurreccion_93
Cuando ese pálido y fantasmagórico jugador en el declive de su carrera, que llevaba tiempo pasando absolutamente desapercibido por el campeonato liguero, conectó ese tremendo derechazo que se coló inexorablemente por la escuadra de nuestro único bastión fiable, entendí que se había consumado lo que llevaba años gestándose. Me levanté sereno, me dirigí a mi habitación y con total tranquilidad, sin ira, sin desesperación, empecé a arreglarme para disfrutar de una plácida tarde de sábado con mi familia. Muy lejos de los días donde mi disgusto me llevaba a no ingerir alimentos y donde cobraba mi tremendo cabreo con el primero que se cruzase conmigo. Eran otros tiempos, cuando no estaba acostumbrado a perder, cuando aún estaba convencido de que no era posible que al mejor club del mundo lo humillase su máximo enemigo. Es como si al fin en lo más profundo de mi blanquísimo corazón se hubiese aceptado una realidad triste desagradable pero incuestionable.
Después de años viviendo de leyendas, de tiempos pasados gloriosos, de recuerdos de hombres con honor, con dignidad, con amor propio, llegó el momento de ser consciente de que todo aquello llegó a su fin. Siempre nos quedará el recuerdo y la esperanza en voltear el presente pero con la verdad asumida de que ya no somos la referencia; aquellos valores que nos identificaron y que nos encaramaron a la cúspide en cualquier circunstancia por difícil que fuese habían servido de ejemplo y de acicate a nuestro máximo enemigo. Ellos durante años, se miraron en nosotros como en un espejo, con el fin de un día ser tan grandes y respetados y no cejaron en su empeño. Un estímulo obsesivo en pos de venganza, les inyectaba la sangre, mientras nosotros dormitábamos en nuestra prepotencia, en nuestra soberbia creyendo, que nada ni nadie nos bajaría de la cima. Como en la fábula de la liebre y la tortuga, ellos no desesperaron si no que su afán de venganza era cada vez más ávido y a medida que se acercaban y olían la sangre, más inquebrantable era su fe.
Se acercaban, estaban rozándonos los talones y la providencia puso un tipo en nuestro camino que sabedor del odio, inquina y ansias de venganza que se vivía en el país imaginario, advirtió a nuestra entidad de cómo había que responder. Hubo un halo de esperanza, estuvimos a punto de asestarles el golpe de gracia y devolverlos a la profundidad de la frustración, pero la estulticia, el endiosamiento, el egoísmo, la vanidad y el oído abierto a adulaciones falsas, cegó aquella reacción. Cortamos la cabeza de aquel que sabía dañar su tendón de Aquiles, de aquel que los desencajó, que los volvió locos, que les hizo enfurecer; y volvimos al señorío y volvimos a la autocomplacencia y volvimos a caer cautivados por los cantos de sirena que nos hicieron estrellarnos contra las rocas… y se consumó el volteo.
No sé si muchos habréis aguantado hasta este punto de mi relato, seguramente se os estarán retorciendo las vísceras, alguno habrá soltado ya algún exabrupto hacia mi persona, pero es la verdad y la verdad duele. Cuando un alcohólico quiere rehabilitarse lo primero que debe hacer es reconocer su enfermedad y el madridismo está absolutamente alcoholizado de vanidad y hasta que la humildad no cure esta enfermedad que nos está destruyendo y miremos al otro como lo que es, mejor que nosotros, no seremos capaces de revertir esta ignominia. Es posible que la décima fuese uno de los daños más grandes que ha sufrido este club, porque cuando consigues grandes éxitos sin merecerlos, persistes indefectiblemente en tus errores y en tus miserias. Esa décima sirvió para alimentar los egos de unos mercenarios indignos de vestir la camiseta blanca y para reafirmar la estúpida política de megafichajes de un presidente timorato, bienqueda y cautivo de unas vedettes insolentes y ególatras.
Hace 25 años un tipo flaco y malencarado llegado de los Países Bajos cambió la mentalidad de un club perdedor que se conformaba con ganar ligas esporádicamente y con vencer de vez en cuando al Rey de Reyes, para convencer a todos aquellos victimistas de que era posible destronarnos, con fracasos al principio, con muchas locuras por medio, con errores sonados, pero con determinación hizo el trabajo que al “loco” portugués no le permitieron las anquilosadas y vetustas estructuras del Real Madrid. Poderes fácticos, estúpidas creencias, servilismos a una prensa cainita, políticas megalómanas de fichajes y aberrante y trasnochado señorío impidieron devolvernos a nuestro lugar de privilegio. Le sirvieron en bandeja de plata su cabeza al enemigo para que este culminase su obra y nos arrebatase el liderazgo, la primacía…
Pude vivirlo con la triste tranquilidad de quien certifica una muerte anunciada… alimentarán la pueril esperanza de aficionados “light” con nuevos fichajes, con nuevas estrellas pero con viejas y rancias formas y equivocado señorío… pero al igual que un día un visionario joven de Almansa pensó en un Madrid magnífico y fue ayudado en su empresa por un aguerrido rubio venido de ultramar, es posible que el futuro nos depare algún tipo con la suficiente humildad y perseverancia para devolvernos a lo más alto, con esa esperanza sufriré estos TIEMPOS DECEPCIONANTES…
¡HALA MADRID Y NADA MÁS!