Un articulo de: @Mrsambo92
Casi no me di ni cuenta, pero cuando fui consciente se me pusieron los pelos de punta. El martes asistimos a la escena más grande de honesta claudicación y rendición deportiva que han visto mis ojos, y posiblemente que se ha visto en un escenario deportivo.
Cristiano Ronaldo es una leyenda, un semidios griego, un ser venido de otro mundo, que conoce con seguridad la existencia de vida en otros planetas… pero cae mal. Su carácter nada complaciente, su ambición sin límites, su ausencia absoluta de falsa humildad, el conocimiento de sus condiciones y posibilidades, su ansia por mejorar, por subir más y más, por ganar, por ganar y por volver a ganar, crea incomodidad en las aficiones rivales.
Prepotente, chulo, egocéntrico… unos calificativos tipo que los madridistas conocemos muy bien, porque el antimadridismo los coloca habitualmente referidos a nuestro amado club.
Cae mal, y aún así, el público del Juventus Stadium, la afición de la Juventus de Turín, un clásico del fútbol mundial, uno de los equipos más prestigiosos e importantes de este deporte, se levantó al unísono y como si fuera un único hombre, a rendir tributo a Cristiano Ronaldo tras su gol de tijereta en unos Cuartos de Final en la meta de Gianluigi Buffon.
Hemos visto otras ovaciones de aficiones a jugadores de otros equipos. La misma del Bernabéu es muy dada a ello. Algunos aplaudieron a Ronaldinho tras un gran partido en nuestro estadio, por ejemplo. Otras veces hemos sido merecedores de tal honor, como cuando Old Trafford rindió una sincera ovación a Ronaldo Nazário tras lograr en aquel mítico estadio un hat-trick. Incluso en el antiguo San Mamés el Madrid recibió aplausos a sus méritos tras una goleada con Del Bosque… Todos estos signos de deportividad se despertaban por la admiración de una gran actuación individual o conjunta, rubricadas con un gol, pero los protagonistas siempre eran jugadores que caían simpáticos, que caían bien, en los que el reconocimiento, de alguna forma, era menos doloroso… Sí, Ronaldinho o Ronaldo caían bien, eran simpáticos, divertidos, dicharacheros… O Casillas, Iniesta…
Lo de ayer rompe moldes. Cristiano es recibido utilizando burlonamente el grito que le da fama: ¡Siiiiiuuuuh! Suenan pitos cada vez que recibe el balón, jalean cada error o pérdida con el conocido grito… por no mencionar la ristra de insultos, muchos xenófobos, que recibe por estos lares… Todo producto del temor que produce, pero sobre todo porque no cae bien.
¿Qué tiene que pasar, qué tiene que ver una afición completa, para que tiren a la basura todos sus prejuicios, su odio, rabia, envidia e ira hacia un jugador y le rinda pleitesía como vimos ayer en Italia? Algo excepcional, sin duda.
El martes presenciamos la mayor escenificación de una sentida, sincera y honesta rendición deportiva ante un talento único, en una acción sin igual. La renuncia a los prejuicios y las barreras que separan los anclajes afectivos, los más pasionales del mundo junto a los de la política, del reconocimiento al rival, pero no a un rival cualquiera, a uno que te da rabia, que te cae especialmente mal.
No, soy consciente de que lo que vimos ayer en Italia es prácticamente imposible que suceda aquí en buena parte de campos, en esa polarización buscada por la prensa, que la trabaja día a día. Por supuesto habrá excepciones, campos donde el Madrid cuenta con tantos o más aficionados que el rival al que visita, pero en otros muchos lugares, que contemplarían ese milagro deportivo que presenciamos ayer con el mismo pasmo y semblante perplejo, negarían su reconocimiento, enfangados en la envidia y el rencor.
No pasa nada, somos un país de envidiosos. La eternidad ya dictó sentencia con respecto a Cristiano hace años. Su veredicto lo sitúa entre los más grandes de la historia, donde su puesto se puede discutir y elegir, pero no su presencia. Esa colección de envidiosos, empadronados casi en exclusiva en este país, no hacen más que confirmar el hecho con su negación de la evidente realidad.
Cristiano ansiaba ese gol, lo buscó, incluso lo logró con su selección en varias ocasiones (alguno lo dieron por válido, otro, injustamente, no), pero tenía que meterlo con el Madrid para pasar a otra dimensión. Lo buscó por tierra, mar y, sobre todo, el aire, con equipos de todo tipo, pero sólo podía encontrarlo en un día especial.
Bromeé con mis padres viendo el partido de la Duodécima, comentando que sería el momento ideal para que se ganara una Champions con gol de Cristiano de chilena… Al final fue Mandzukic el que logró marcar en un remate acrobático El resto lo sabéis, Ronaldo definiendo esa final con dos tantos… Se cumplió sólo parte de aquella broma ensoñadora, pero todo parecía predestinado.
Ayer se cumplió la otra mitad, como un eco que recuerda, contra el mismo equipo. Cristiano rindió su propio tributo al mejor portero de los últimos tiempos (junto a Casillas) con un gol que pasa a la historia, que girará por toda la eternidad por todo el mundo. Un gol que habría marcado a cualquier portero del mundo de cualquier época, por ello, que fuera Buffon la víctima del mismo, es el mejor homenaje deportivo que Cristiano podría rendir al excelente cancerbero italiano.
El gol soñado plasmándose ante nuestros ojos. Una acción mítica que sacó lo más loable y honorable de este deporte, un diálogo codificado en el idioma de la deportividad, el que sólo atisban los elegidos…
Como ese que se elevó de espaldas, como si batiera el récord de salto de altura superando los prejuicios, odios y envidias sufridas día a día durante su carrera, haciendo lo que siempre hizo, dándoles la espalda con un escorzo imposible mientras miraba al cielo, saludando al infinito, ese lugar sin límite donde suele habitar, para rematar de tijereta ese planeta esférico y posarlo en unas prosaicas redes.