Mentiras Culerdas XI

Por: @dhr_1902

Seguimos en este nuevo episodio desgranando la prolija historia franquista del F.C. Barcelona, comentábamos en el último episodio la dimisión de Enric Llaudet, que tras conseguir la recalificación de los campos de Les Corts, con la aquiescencia y colaboración del gobierno franquista, se vio obligado a dimitir ante la avalancha de títulos del Real Madrid de aquellos días. Su sucesor fue Narcís de Carreras, prohombre de Cataluña, que desempeñó la presidencia de las dos instituciones más importantes de la Cataluña de ayer y de hoy, esto es la del Barcelona y la de La Caixa, hombre muy afín al gobierno español y a Francisco Franco, fue elegido un 17 de enero de 1968, pero tras su derrota en la final de la Recopa ante el Slovan de Bratislava y una pelea interna con parte de la directiva, por defender la vuelta de Helenio Herrera, finalmente presenta su dimisión un 18 de diciembre de 1969, días antes de cumplirse su segundo año de mandato. Seguramente su única herencia fue el acuñar la conocida frase “El Barça es más que un club”, aunque el sentido exacto de la misma probablemente con los años ha ido desvirtuándose según las conveniencias de la dominancia ideológica en Cataluña, desde luego es todo un icono, un símbolo de gran parte de los desmanes y abusos que ha propiciado dicho club y sus aficionados con poder sobre todos los demás clubes de Cataluña, como por ejemplo el Real Club Deportivo Espanyol, llevar la corona y el Espanyol de nombre son tal vez demasiado para el asfixiante mundo paleto de los nacionalistas.

Lo que parece claro es que de Carreras desde luego no acuñó esa frase para socavar al franquismo reinante en la época, lean y juzguen lo que el ínclito Narcís de Carreras publicaba en La Vanguardia el 1 de octubre de 1960…


“LA POLÍTICA, O LA ILUSIÓN DEL BIEN COMÚN»

La vida es una sucesión de cambios. No se pueden valorar todos los actos con una misma medida. Si hoy pensáramos en resolver los problemas de España a base de la mentalidad de principios de siglo, nos encontraríamos frente a una realidad distinta, que nada tiene que ver con la que entonces imperaba. La Patria —que es siempre la misma— piensa, siente y vibra al compás de cómo se desarrolla la vida universal. Me interesa más descubrir lo que pensarían los viejos políticos y economistas de treinta años atrás si vivieran hoy, que lo que decían entonces. Cada idea, cada actuación, tiene la eficacia que le da el momento en que se aplica. Siempre existirán los politiquillos de mesa de café qué se rasgan las vestiduras por lo que creen que es vulneración de principios inamovibles; no dejarán de existir esa especie de miopes que no se dan cuenta de las variaciones que acontecen en la vida; los perturbadores que alambican a su medida la pureza del ideal; los descontentos que no aceptan nada de lo que ellos no hacen; los envidiosos, en fin, que se revuelcan en su misma desesperación y que, con los puños cara al cielo, maldicen lo que no pueden negar, porque es la realidad misma. Pero por encima de estas nimiedades, existen unas realidades que son permanentes: La Patria, que hay que servir, y la ilusión de servirla, que es una exigencia impuesta por la hombría de bien. A través de la Historia en todos los movimientos políticos se ha seguido la misma trayectoria, modulada por las evoluciones del tiempo. Y sólo los hombres de ideal, los que han preferido la acción a la murmuración, sin dejarse abatir por los fracasos, han sido capaces de alentar movimientos salvadores que han despertado de su letargo a los pueblos en trance de sucumbir.

Los catalanes, individualmente, tenemos una enorme capacidad de trabajo, pero hay que confesar que carecemos de aptitudes para una acción de tipo colectivo. Es tal vez una excesiva confianza en nosotros mismos. Decía Cambó, allá por el año 1909, que «a los catalanes deberíamos apartarlos de su amor a las fórmulas abstractas, a los principios doctrinarios que crean la vanidad del hombre, y enseñarles a comprender la fecunda variedad de la vida». Es cierto, tendríamos que curarles de su constante desconfianza en los demás, verdadera enfermedad que predispone al pesimismo y que es signo de debilidad y encaminarlos con optimismo a una actuación de conjunto que podría engendrar constantes y nuevas energías. Si no lo hacemos así y continúa la indiferencia y la pereza por toda obra colectiva, poco a poco iremos borrando, sin duda alguna, la grandeza del pasado y caeremos en la ruina de un porvenir sin esperanza. Yo no tengo la pretensión de creer que los catalanes debamos gobernar a España, pero sí que debemos intervenir más en la política genera] española. Nuestro error ha sido encerrarnos casi exclusivamente en los límites de la región. Claro es que sirviendo a la región se labora por la Patria común, pero nuestra misión es no desentendernos de los problemas generales y considerar como propios los de todas las regiones. Sirviendo a España es cómo mejor trabajamos por Cataluña. La grandeza de la Patria debe, constituir la ilusión de los españoles de todas las latitudes I y el servicio a. España la obligación de todos los ciudadanos.

Una eterna, cantinela, como susurro constante, molesta nuestros oídos: «Las cosas van mal… Se cometen errores… Se enfocan mal los problemas…» Ante este estado pesimista y a la vez suicida de unos cuantos, yo pregunto: ¿Y qué hacen esos vulgares habladores que dicen por decir y se divierten esgrimiendo el arma de la mentira o de la media verdad? Porque en muchos casos es peor no decir toda la verdad, o desfigurarla, que mentir a sabiendas. Es la insidia, el comentario demoledor, el aprovechar un error para extraer consecuencias falsas. Y es, sobre todo, desentenderse de toda función constructiva, de toda actividad ciudadana, de todo servicio a la comunidad. Es, en esencia, vivir apartado de la función pública. En una palabra, vivir apartado de la política. Porque la política es una profesión generosa, que algunos quieren prostituir.

Política es acción. Política es fe. Política es sentir la ilusión del bien común. Política es prever, enderezar, forjar, crear. Hoy no existen en España los partidos «políticos», pero sí existe la grandeza política en la más alta acepción de la palabra. El Generalísimo Franco barrió todo lo que se oponía al resurgimiento de la Patria y nosotros, los españoles, tenemos el deber de ofrendar nuestra vida para engrandecer, con la vitalidad de una actuación, a esa España, a la que debemos querer con la pasión de unos hijos dignos. Tenemos vastos campos de actuación: en los Sindicatos, en los Municipios, en las corporaciones económicas y sociales, en nuestra tarea diaria, en las entidades deportivas, en todo lo que nos rodea. No confiemos en que todo lo resuelva el Estado, porque el Estado no es más que la forma administrativa de la Nación y será lo que nosotros queramos que sea. No es que debamos pretender arreglarlo todo, ni actuar precipitadamente, pero tampoco debemos esperar con los brazos cruzados. No debemos aferramos a principios absolutos y hemos de tener la valentía de rectificar errores. No seamos meros espectadores; cada uno, desde el lugar que ocupa en la sociedad, debe vibrar con el entusiasmo que da la esperanza en el porvenir y la fe en una Patria que ha sido grande a través de la historia.

Y no olvidemos el momento en que vivimos, como ciudadanos de un mundo que se resquebraja en sus cimientos, que intenta sustituir por un materialismo infernal la espiritualidad de tina vida digna heredada de nuestros antepasados y que constituye el patrimonio de Occidente. No olvidemos que, por errores de visión, dignísimos a la par que inocentes ciudadanos de Cuba ayudaron a Fidel Castro a instaurar la anarquía; que media Europa está sojuzgada bajo las garras de la dominación soviética; que en Asia la raza mongólica se prepara para invadir, material e ideológicamente, la vieja Europa, y que en el continente africano hace explosión una raza negra que no sabemos cómo responderá al grito de independencia para la que todavía no está preparada.

Hoy, Día del Caudillo, debemos meditar sobre nuestra conducta para acertar en nuestra actuación. Debemos ofrecer nuestra colaboración y nuestro esfuerzo perseverante, leal y entusiasta. La Patria lo reclama y el Generalísimo lo merece. Narciso DE CARRERAS. Creo que sobran los comentarios, loas a Franco, criticas al nacionalismo soterradas eso sí y un párrafo netamente racista… Una joya don Narcís, leyendo su carta de amor al Régimen, lo de “más que un club” cobra otro sentido distinto del que nos han querido vender, ¿A que sí?.

Continuará…