OPINIÓN | El término medio

Un articulo de: @Laiguanablog

En esta época en que todo es blanco o negro nada está a salvo de esa dicotomía creencial. Todo se polariza. Todo tiene dos, o más, puntos de vista. A veces, dentro de un mismo análisis, caben ambas conclusiones. De hecho, muchas de esas veces, casi todas, la conclusión correcta es una mezcla de ambas. El deporte, por ejemplo, tampoco está libre de esta mácula rojoazulada. No es que no esté libre, es que se da con particular facilidad. Pues, cuando en un debate entre aficionados de un mismo equipo se quiere poner el acento en una situación que haya sido detonante del mal, o por mejor decir, regular resultado del partido, unos ponemos el acento en una fase del juego mientras que otros lo ponen en el contrario.

Sin ir más lejos, ayer, después del partido que perpetró el Real Madrid contra el Celta de Vigo, hubo quienes quisieron ver en la fragilidad mostrada por la timorata y trémula línea defensiva madridista el quid de la cuestión; mientras que otros decíamos que, perfecto, pero esta línea defensiva pazguata y párvula es con la que llevamos jugando toda la temporada, por lo que, si en la delantera se hubiese tenido más presencia y, por supuesto, un poquito de pegada, habría cambiado el cuento. Ayer, además, creo que se cometió un error imperdonable al pasar la mirada por encima del Celta de Vigo, restando importancia al partido que teníamos delante, por los dos miuras con los que nos va a tocar hacer una más que aseada labor de aliño si queremos salir bien parados. Además, y en eso coincidimos todos, no hay quien entendiese los cambios de Zidane.

Lo cierto que esa necesidad que tenemos todos por buscar culpables nos hacen mucho daño. Somos tan cerriles en nuestra mala baba que vemos error en el jugador denostado donde efectivamente no lo hubo. Ayer, por más que a los silbadores profesionales de la grada del Santuario les ponga silbar en unas direcciones ya por todos conocidas, no estuvieron especialmente mal ni Bale ni Marcelo. Así se pudieron escuchar pitos a ambos jugadores. Ambos son activos del club. Ambos jugadores nos han dado tardes de gloria tanto en Europa como en España. Deberíamos aprender a protegerlos desde nuestra grada. Después, si el resultado no es el adecuado, se toman medidas. Pero es un flaco favor a los intereses de tu club silbar a dos de los jugadores emblema de esta época dorada de nuestro Real Madrid en que se han obtenido cuatro Champions League en seis años. Algo que, por más que lo intente la silente prensa, no deja de ser real y legendario.

Analizando con mayor serenidad el partido de ayer, es cierto que hubo un claro déficit de atención, agravado por una concentración más bien escasa, que dio con dos goles del Celta de Vigo procedentes de dos pases entre líneas en profundidad maravillosos, cierto, pero que, probablemente, no se habrían dado de haber lanzado bien la línea nuestra defensa y de haber estado más agresivos y atentos en nuestra medular. El resto del ataque vigués fue prácticamente inexistente, salvo una parada antológica de Courtois. De modo que me reafirmo en que si nuestro ataque, en lugar de tan apático, plano y estático, hubiese sido más ágil, activo, nervudo, intenso, agresivo y móvil, el partido, estoy convencido, nos lo hubiésemos llevado. Otros querrán ver en la línea defensiva el error.

Particularmente, prefiero quedarme con la filosofía históricamente madridista de meter uno más que el rival y no esa que dice que hay que recibir uno menos de los que metamos. Es decir, poner el acento en hacer goles, en entrenar la movilidad del ataque, la presión en bloque alta que tanto me gusta para, justo después, lanzarnos en contras salvajes que no dejen de percutir el área rival. Como si de un orvallo balompédico se tratase. Queremos robar el balón al rival, muy bien, pero ¿Para qué?  ¿Para estar sobando la pelota hasta la catarsis onírica del respetable y el equipo rival que es lo que yo llamo gilifútbol? ¿O queremos el balón para buscar la portería rival si es en dos pases mejor que en tres? Particularmente, prefiero esta última fórmula. Aunque, como todo en esta vida, la mejor solución sea una intermedia. Porque, en esta época de polaridad exacerbada, es más que posible que la solución sea el término medio.