CRÓNICA | Somos lo que somos: Real Madrid 4 – 1 Al Ain

Una crónica de: @MiedoEscenico2

El Real Madrid es un caos, y no juega a nada. Un equipo compuesto por jugadores con la barriga llena (como las cuentas corrientes), saciado de triunfos y en la cuesta abajo. Ya. Pero otra vez ha ganado, inexplicablemente, el Mundial de Clubes.

Empezaremos desmintiendo la segunda premisa, sumidos en este caos en que estamos – delicioso caos, que no todo el mundo entiende -. El Madrid juega a algo. A algo que quizá puede parecer rudimentario, extraño en los tiempos que corren, pero que tiene sentido. Juega con dos extremos abiertos a las bandas a pie natural. Eso que pasaba hace treinta años y dejaba espacio a los centrocampistas para jugar el balón. No para jugarlo a una velocidad endiablada, sino para moverlo con sentido, con intención, con ganas de hacer daño. Ahora, o dentro de un rato, pero con esa idea en la cabeza. Lucas y Bale, abiertos a los lados, dejan espacio para que Kroos pueda enviar sus paquetes por correo exprés, y para que Modric pueda hacer sus arrancadas y frenadas con cierto margen de maniobra. Benzema, ese espíritu libre, va, con su 3 en 1 en mano, aquí y allá, desatascando mecanismos que no carburan. Recibe, controla y devuelve en ventaja. Una vez. Y otra. Y otra, y otra…

Por detrás de ellos, aparece un chaval que va barriendo con su flequillo lo que se queda por el camino. Un tipo con un estilo inconfundible, un medio centro clásico, con caída a las bandas, con un mapa del territorio asombrosamente extenso, y con ese algo que diferencia a los que están tocados por un gen ganador, transmitido de generación en generación. Marcos Llorente es ese hombre, y mejor será no olvidarlo.

Más atrás, dos centrales con oficio, uno estirado como un poste, sobrio y eficaz, campeón del mundo también con su país, y otro aventurero, mártir de la feria de Abril y depositario del carisma necesario para el éxito. Acompañados por un lateral que se teletransporta al sitio donde hace falta, ayudado por su compañero de ala para las tareas defensivas, y con una capacidad de anticipación fuera de lo común, como Carvajal, y otro lateral izquierdo, maldito por ser un media punta zurdo atrapado en el cuerpo de un defensa, cuya pelambrera rizada se mueve más hacia adelante que hacia atrás. Un tipo sonriente que, con cada aparición cerca del área contraria, genera el más absoluto terror en cualquier defensa rival, llamado Marcelo. Y, en la retaguardia, un belga espigado, recio, con una nariz que le permite olisquear el peligro y estirarse como una goma para alcanzar cualquier balón que venga por vía aérea, el portero Courtois. 

Esto, tan simple, es a lo que juega el Madrid. Ha decidido desempolvar el viejo libro de recetas futbolísticas de los ancestros de este deporte, y volver a poner de moda aquello que arrinconaron los sistemas modernos. Una vuelta al fútbol simple, sencillo, de control y pegada.

Pero queda la primera premisa. El Madrid es un caos. Un caos absoluto. Un equipo en que tu defensa ataca mejor de lo que defiende, donde tu delantero centro puede fallar ocasiones claras, pero construye las jugadas con una precisión de cirujano. Un equipo en que uno de tus extremos es tan rápido que se sale del campo, y el otro es tan perseverante, que pierde cada balón tratando de mejorar la jugada siguiente. Un equipo que ganó metiendo cuatro goles, a cual más caótico, y ninguno de sus delanteros. En el minuto con el número maldito, el 13, el extremo derecho, Lucas, puso el balón cerca de la frontal del área para que el delantero que no marca, Karim Benzema, hiciera una dejada perfecta de colocación a Luka Modric. Y el pequeño croata, con su pierna izquierda, la mala, colocó el balón ajustado al poste dentro de la portería.

Después del gol, el Madrid mantuvo un tono sereno, y el Al Ain, voluntarioso, intentó salir hacia la portería blanca pero, sencillamente, no pudo. Justamente antes del gol, el mayor accionista del caos madridista, Marcelo, había cometido un error al ceder atrás un balón de cabeza que estuvo a punto de convertirse en gol, de no ser por la cobertura prodigiosa de Sergio Ramos, que desvió el remate de El Shahat a córner. Ese placer por vivir en el filo de la navaja nos costará un desfibrilador, quizá. Un gol anulado por fuera de juego al equipo árabe y llegadas en que Lucas remataba mal, Ramos remataba fuera, Benzema remataba arriba, y Bale cabeceaba dentro, pero el portero la sacaba en el último momento con una mano milagrosa. Al descanso se llegaba con 13 remates del Madrid, y un solitario gol, de un centrocampista, con su pierna mala, a pase del delantero centro. Un caos. Controlado, pero caos.

La segunda parte se inició donde se había quedado la primera. Remate de Bale de chilena que sale alto, remate de Benzema que sale fuera por centímetros, remate de Benzema que para el portero… Un penalti no pitado por falta evidente a Marcos Llorente fue la jugada más polémica de todo el partido, y se dio en ese periodo. Y, a la hora de partido, llegó el segundo gol blanco. Toni Kroos botaba un córner al corazón del área, la defensa despejaba a la frontal y apareció Marcos Llorente armando su pierna y enganchando una volea a bote pronto, que entró pegada al poste del equipo de casa.

El 2-0, lejos de cambiar nada, mantuvo la situación como estaba. Otro remate de Bale, un intento de vaselina lejana de Marcelo, caía una ocasión tras otra. Kroos (98% de pases acertados durante la competición) era sustituido por Ceballos en el 71 y se aumentaba aún más el caos en el césped. Una ocasión del equipo emiratí malograda por una enorme intervención de Courtois, y otra de Bale, que un defensa rival evitó en el último momento, dieron paso a una jugada muy familiar: Modric recordó Lisboa, Ramos también, y el cabezazo del central se alojó en las mallas de Khalid, poniendo el marcador en 3-0.

Solari decidió dar un merecido descanso a Marcos Llorente y Lucas Vázquez y, en sus puestos, entraron Casemiro y Vinicius Jr. Pocos momentos después, una falta indirecta botada por el equipo de casa era rematada por el japonés Shiotani, poniendo el balón en un lugar imposible para el portero madridista, acortando distancias y añadiendo algo de movimiento a la parte final. El movimiento lo puso Vinicius Jr., que lo intentó una, dos, tres veces, hasta que consiguió marcar un gol que podría patentar: un centro que un defensa, Nader, decidió empujar dentro de su propia portería establecía el 4-1 final en el minuto 91, y ponía un digno broche de oro al partido.

Así el Real Madrid se proclamaba por tercera vez consecutiva campeón del mundo de clubes, en un partido en que sus goles los marcaron centrocampistas y defensas (propios y rivales), en que los delanteros llegaron y asistieron, pero no marcaron, en que los defensas atacaban mejor que defendían, en que todo era locura, y al mismo tiempo un control inexplicable, porque el partido siempre estuvo en sus manos. Para rematarlo, el entrenador actual nombró a uno anterior, Zinedine Zidane, agradeciéndole su responsabilidad diferida en la victoria del equipo. Algo muy poco habitual en los tiempos que corren. Un verdadero caos.

El Real Madrid es lo que es. Un caos inexplicable. Un equipo que no juega a nada. Una panda de facinerosos que no parece no aceptar la disciplina de entrenadores malencarados. Un grupo de amiguetes jugando a algo que les divierte, sin normas, sin límites, sin reproches. Somos un caos. Bendito caos. Somos lo que somos, los Campeones del Mundo. Sin más. Disfrutémoslo por hoy.


Imagenes: realmadrid.com