OPINIÓN | De sangre, sudor y vergüenza

Un articulo de: @danipuerto6

«La camiseta del Real Madrid es blanca. Se puede manchar de barro, sudor y hasta  sangre, pero jamás de vergüenza»…

Tendemos a adorar a las figuras deportivas, las divinizamos y convertimos en iconos, en ejemplos a seguir, son los nuevos héroes para las masas. Decía Karl Marx que la religión es el opio del pueblo, pero si Marx pudiese vivir hoy en día, diría que la religión ha sido sustituida por el fútbol.

Jugar para el Madrid lleva aparejadas una serie de  ventajas, privilegios si se prefiere, pero también unas obligaciones. La primera de esas obligaciones, la más importante es que aquí, que en el Madrid, hay que ganar siempre o al menos pelear cada victoria, cada torneo, cada copa hasta que no queden fuerzas, hasta el final. El Madrid ha crecido amparado en la exigencia máxima, en la creencia de que hoy has de ser mejor que ayer, que cada día has de mejorar al anterior y así lograr ser tan grande que tu rival no lo encuentres en otros colores, sino en tu propia historia. Por tanto, la exigencia que nos ha hecho grandes.

Hoy la pauta principal que nos define parece haberse perdido. El fútbol no sabe de glorias pasadas cuando tienes que seguir compitiendo, el fútbol vive del aquí y el ahora, mientras el pasado debe olvidarse justo con el partido siguiente… Los jugadores de Zidane lo han olvidado y siguen anclados en la temporada anterior, que si bien fue magnífica; es eso, pasada.

Los títulos ganados y que hoy engalanan la sala de trofeos sólo son un recordatorio de donde estuviste, de lo que hiciste y de lo que fuiste, pero no de lo que eres y a tenor del rendimiento actual, son muy poco y mientras, toda una afición sufre y se desespera  languideciendo con cada «cagada», con cada desastre. Resulta que somos nosotros, los seguidores los que sí nos preocupamos del rumbo que ha tomado la temporada y pese a tener como objetivo la Champions, un título mayor, ese botín tras el  fiasco de la 2017-18 parece poco.

Zidane ha confiado ciegamente en su grupo de jugadores, loable decisión, pero cuando ese grupo no va, cuando ese grupo se muestra incapaz de cumplir con los retos, ese grupo debe ser reforzado o tomando una decisión más drástica, debe ser cambiado, porque el resumen es horriblemente malo como para no tocar nada, como para no sacrificar a nadie. El castigo para Zizou no debe ser el despido porque si alguien se ha ganado seguir es él, su castigo debe ser elegir, dar los nombres de aquellos que para él, máximo responsable, no han dado el rendimiento adecuado a tenor de sus enormes sueldos, el precio para el francés debe ser señalar a aquellos que teniendo todas las ventajas, todos los privilegios, se han negado a asumir las responsabilidades, se han negado a liderar desde sus parcelas en el campo al equipo y han traicionado toda la confianza que en ellos ha depositado su entrenador, su club y lo que es peor aún, las esperanzas del madridismo.

Puede ser que ese divismo del que hablaba al inicio no deje que éstos jugadores entiendan los errores que siguen cometiendo, puede ser que hayan olvidado que por encima del club no hay nadie y ellos,  anclados en la mayor de las ignorancias se sitúen justo ahí, anteponiendo sus metas (¿llegar sanos al mundial?) a las del propio club.

Y mientras parece descomponerse ese ciclo triunfal que los gurús vaticinaron tras la consecución de la 12ª Champions, asistimos a como una parte del madridismo ataca a otra, asistimos a como unos pocos  se atribuyen el rol de «auténtico madridista» para etiquetar a otros de «piperos», pero resulta y es lo más gracioso y triste, que en lo que va de temporada, los piperos han saltado de la grada al césped, porque no existe hoy mayor hater para el madridismo que sus propios jugadores, esos que no han manchado la blanca madridista ni de barro, sudor o sangre, la han manchado de vergüenza.

 

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